Ya saben que la palabra del año en Alemania es Krisenmodus; es decir, en modo crisis, y antes fue policrisis y después permacrisis. Esto es lo que define nuestro tiempo, las crisis que se acumulan sin solución. En todo caso, olvidamos las crisis precedentes por las preocupaciones que ocasiona la última, pero no porque en realidad superemos esas crisis.

En 2014 publiqué La sociedad desvinculada y me refería precisamente a un escenario de esta naturaleza, causado por las grandes rupturas provocadas por la cultura desvinculada, que hoy todavía impera en mayor medida en casi todo Occidente, y que de manera especialmente acelerada se ha impuesto en España. Su reedición a finales del año pasado se explica porque su contenido es más actual ahora que entonces.

Pero no será que no estuviéramos advertidos mucho antes. Sobre todo de las causas, más que de sus polimorfas consecuencias. El naufragio en el que vivimos ya fue anunciado por uno de los grandes de la filosofía moral del siglo XX, Alasdair MacIntyre en Tras la virtud en 1981. Pero pocos le han hecho caso y demasiados han intentado descalificarlo, porque a pesar de ser un adversario temible del liberalismo, no se ajustaba a los cánones de la gauche, divina o marxista, porque también criticó a esta otra ideología.

Para MacIntyre todo el desastre -lo explica con detalle en su libro, y en otro posterior, Tres versiones rivales de la ética- comenzó con los postulados de la Ilustración y esto resulta inaceptable para su vástago, la modernidad, que destruye Europa entre 1914 y 1945. Después, ha venido lo que se ha llamado postmodernidad, forjadora de la cultura de la desvinculación, que se ha despachado a gusto con los fundamentos, tanto de la Ilustración como de la modernidad.

Pero esta crítica y pasar página, visto desde el progresismo dominante, sí resultaba adecuada. Hoy el pensamiento y la lógica ilustrada han sido devorados por el emotivismo, que es lo que prima, aunque de cuando en cuando, con escasa coherencia, se reclame a Kant o a Habermas, obviamente incompatibles con la primacía de la realización personal mediante la satisfacción de todo deseo, el deus ex machina coetáneo.

Pero mucho antes de MacIntyre y desde una izquierda fetén, la de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno y Max Horkheimer publicaron por vez primera en 1944, y en una versión revisada en 1947, Dialéctica de la Ilustración. El libro es una crítica de la razón instrumental que ha llevado a la deshumanización de la sociedad, a la alienación del individuo y al aumento de la violencia, y esta crítica coincide con MacIntyre, si bien sus perspectivas son distintas: el marxismo de los  primeros y el aristotelismo revisado del segundo.

Adorno y Horkheimer sostienen que la razón instrumental se desarrolló plenamente en modernidad, con el auge del capitalismo y la ciencia. La razón instrumental es excelente para manipular a las masas y mantener el statu quo, convertida en un mero instrumento para el progreso, a base de la deshumanización del individuo.

En lugar de ver la Ilustración como un movimiento que condujo a la liberación humana, los autores la interpretan como un proceso que, paradójicamente, contribuyó a formas de dominación y deshumanización en la sociedad moderna.

La Dialéctica de la Ilustración es una crítica a esta en la medida en que ella se basa en la razón instrumental. Coincidencia crítica total con MacIntyre, escrita casi dos décadas antes que la suya.

En el caso de MacIntyre, su crítica a la razón instrumental se basa en la idea de que la razón no puede ser entendida de forma aislada, sino que debe entenderse en el contexto de una comunidad moral. En Tras la virtud, MacIntyre critica la ética moderna y la Ilustración desde una perspectiva ética basada en la tradición aristotélica. Sostiene que la ética moderna carece de fundamentos racionales y ha perdido la conexión con una comprensión coherente de la moralidad. MacIntyre aboga por un retorno a las virtudes y a una ética basada en las prácticas y las tradiciones.

La diferencia clave entre las críticas de Alasdair MacIntyre y Adorno/Horkheimer es que MacIntyre, en Tras la virtud, ofrece una alternativa basada en la ética de las virtudes y una recuperación de la tradición aristotélica como fundamento para la ética. Propone una vuelta a las prácticas y tradiciones éticas arraigadas en comunidades concretas como una forma de abordar las deficiencias que percibe en la ética moderna.

En cambio, Adorno y Horkheimer, en la Dialéctica de la Ilustración, se centran más en la crítica de la razón instrumental y la alienación en la sociedad moderna, pero no proponen una alternativa ética o política concreta en términos positivos. Su obra es más analítica y crítica de la dinámica de la Ilustración y la razón instrumental, pero no proporciona un programa constructivo para reemplazarla.

La cuestión es que, si este diagnóstico es exacto, y a estas alturas me parece evidente que lo es porque vivimos en modo crisis, resulta obligado recuperar un marco de razón objetiva para nuestra sociedad, porque ella da sentido a la vida de cada persona, a su relación con los otros, con la naturaleza y el mundo. Articula el pasado y el futuro con el presente: el espacio no es solo una localización, sino signo, memoria, sentido que nos realiza como personas y contribuye a orientar la vida. Los compromisos, los vínculos son fuertes y fiables, porque están dotados de estabilidad, y la confianza no es el fruto de las presuntas garantías aportadas por terceros, abogados, contratos, jueces, sino la consecuencia inherente de las relaciones interpersonales enmarcadas por el orden objetivo, que empuja al cumplimiento porque construye en la conciencia de cada cual, el contrato, el juez y el policía, y también el Cielo y el Infierno.

Todo ello establece un marco de confinamiento del deseo delimitado por el amor y el deber. Este orden es objetivo precisamente porque existen unos valores comunes jerarquizados que son externos a cada subjetividad. Constituyen horizontes de sentido compartidos que se alcanzan mediante prácticas buenas, las virtudes. La razón objetiva piensa y se refiere a los fines, en el bien supremo del ser humano, y se logra por la vida virtuosa.

De ahí que esta condición de virtud haya desaparecido del actual imaginario colectivo, incluso en el ámbito escolar, y así nos va, porque, sin fines que nos trasciendan, para qué vamos a necesitar virtudes; basta con las habilidades que permitan saciar nuestros deseos.

En definitiva, en la razón subjetiva el instrumento intelectual, nuestra concepción, nuestro deseo, dispone de la realidad externa y es lo que nos ha conducido al modo crisis. La racionalidad objetiva presupone, en cambio, un orden racional basado en la propia realidad. Para la racionalidad objetiva la conciencia individual es un momento de ese orden objetivo mismo, y no quien dicta la realidad. Pero, ¿quién está dispuesta a aceptar esta evidencia hoy? Son tiempos en los que la emancipación se confunde con el infantilismo.

Publicado en La Vanguardia.