La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, pidió recientemente un Gobierno de concertación entre socialistas y populares, al tiempo que la troika gubernamental (Salgado, Blanco y Sebastián) iniciaba las sesiones del comité anticrisis con representantes de todo el arco parlamentario.
La petición de un Gobierno de concertación no es nueva. Hace meses los guerristas plantearon la misma iniciativa, pero, entonces y ahora, no ha merecido la atención de Zapatero y Rajoy. Las declaraciones de Esperanza Aguirre duraron sólo unas horas en los periódicos digitales, prueba evidente de que en los medios informativos no iban a despertar ningún entusiasmo. El argumento con el que tanto Zapatero como Rajoy rechazaron en su día una propuesta semejante es que en España no hay tradición democrática de gobiernos bicolores.
No contemplar la hipótesis de un Gobierno de concertación, en un momento de especial gravedad como este, es en cierto modo una mezquindad política. Zapatero confía en que el tiempo juegue a su favor y que es mejor no hacer nada que tomar decisiones impopulares. Rajoy tiene la esperanza de que el presidente acabe sus días en La Moncloa por inanición. Los dos están sentados a la puerta: uno para ver si escampa y aparecen signos de recuperación, otro para ver pasar el cadáver político de su adversario.
¿Por qué no se intenta aquí lo que en otros países funciona razonablemente bien? En Alemania, Angela Merkel gobierna en coalición con los liberales (antes lo hizo en una «grossen koalition») y no parece que el país más potente de Europa vaya en mala dirección.
Gobernar en coalición tiene indudables dificultades a la hora de coordinar funciones y encomendar responsabilidades. Y, sobre todo, a la hora del reparto del poder que es una golosina que produce jugos gástricos en los aspirantes.
La recuperación económica en España tardará, según los analistas, más tiempo del señalado por el «optimista antropológico» (Rodríguez Zapatero). Si seguimos así, con la contumaz pelea entre los dos grandes partidos, a la espera de un cambio de signo inesperado o de que Zapatero se tambalee y caiga, estamos perdidos. Nos quedan dos años de desesperanza...
Un gobierno de concertación tiene, junto a los negativos, muchos aspectos positivos. Para empezar, la foto de los dos principales líderes anunciando el acuerdo de gobernar, sería muy estimulantes para la opinión pública que se siente deprimida por el sombrío panorama de los más de cuatro millones de parados. Antes se decía que un país con tres millones de parados era una situación prerrevolucionaria.. Ahora no es así porque las principales víctimas –los inmigrantes- están curtidas en la adversidad, han visto muchas veces el sol antes que el pan y familias enteras se ayudan unas a otras en un ejemplo de auténtica solidaridad.
El presidente quiere pactos, diálogo, alianzas, consenso. Es dudoso que se logren porque Gobierno y oposición protagonizan un diálogo de sordos del que no puede salir la luz. Pero Zapatero insiste: quiero pactos, sobre todo con el PP. ¿Quiere pactos o complicidades?
Zapatero no es un hombre de psicología transparente. Ha sido objeto de estudio en varios libros más o menos acríticos. El último, el de García Abad, presidente del grupo Nuevo Lunes, que ha escrito una biografía del presidente con el título de «El Maquiavelo de León». Su perfil se aproxima sin duda más al real que el de sus turiferarios o sus detractores. Para el autor, Zapatero es un personaje mesiánico. Pone en boca del profesor de Derecho Mercantil de Zapatero en León y buen amigo suyo, Otero Lastres, el siguiente retrato del líder: «Está convencido de que su misión es ganar elecciones, más que llevar adelante un determinado proyecto. Creo que no tiene claro cuál es la misión de un presidente: si es gobernar para todos los españoles o gobernar para mantenerse en el poder. Él está en el poder por el poder. No quiere hacer nada que sea impopular, aunque sea necesario, y así lo ha demostrado en la gestión de la crisis».