La ética, la moral, el arte del buen obrar no están de moda. Y menos aún, dirán algunos, entre los jóvenes. Aunque toda generalización de este tipo no es de por sí absoluta, la realidad se acerca a lo dicho al inicio. Mucha gente se conforma con que su actuar esté dentro de la ley (ley positiva, habría que matizar) o al menos no se aparte mucho de ella. Nos conformamos, más o menos, con respetar la libertad de los demás, supuesto límite de nuestra libertad personal. Ambas cosas tienen sus pequeños o grandes agujeros, como vemos en muchos casos de corrupción, en tantas “injusticias sociales”.

Al hablar sobre esta crisis de la moral, despotricamos con frecuencia contra políticos y grandes economistas, y añadimos que el futuro no pinta nada bien, pues nuestros adolescentes y jóvenes van por el mismo camino: sólo hacen lo que quieren, lo que les gusta, y así nos lucirá el pelo dentro de unos años. Pero un profesor me abrió los ojos en esta consideración de la juventud. Mis alumnos tienen claras varias columnas de la ética, y no se trata de jóvenes “especiales” o “espaciales”. Son jóvenes anónimos, normales, del montón.

En sus clases usa un ejemplo sencillo, pero a la vez gráfico y muy cercano a sus alumnos. Juanito, un joven de veinte años, se enamora de Juanita, que casualmente es la novia de su mejor amigo. Un caso demasiado frecuente. La primera idea moral tarda un poco en entenderla, pero terminar por caer del guindo; si no, cualquier amiga le puede empujar. Juanito se ha enamorado de Juanita, no de un cuerpo que, casualmente, se llama Juanita. Se ha enamorado de toda su persona, cuerpo y alma, en términos tomistas, o cuerpo y espíritu, en palabras de muchos filósofos actuales. Se ha enamorado de la persona completa, aunque inicialmente lo que le ha golpeado sea su melena rubia, sus ojos azules y su cuerpo estilizado.

Y acto seguido entran en juego las columnas de la ética, lo sepa o no. A Juanito le encanta Juanita, pero sabe que es la novia de su mejor amigo. Vaya dilema. Se da cuenta de que no todo lo que se le ocurra, lo que sienta, es bueno. Y sabe que es libre para decidir qué hacer. Puede respetar a la novia de su mejor amigo, y seguir buscando otra novia, o jugársela a su mejor amigo y mover las cuerdas para quitarle la novia. Es libre, y se da cuenta de que es libre. Empieza a pensar qué hacer, cuál es la mejor decisión.

Imaginemos que Juanito sigue adelante, buscando a toda costa conquistar a la novia de su mejor amigo, propiciando el enfrentamiento entre ellos y dando rienda suelta a su enamoramiento. Cuando se entere su mejor amigo, y se va enterar pronto, las consecuencias son previsibles. Cada quien que se imagine, pero que no sea demasiado violento. Juanito no tiene excusas; ha tomado una decisión, libremente, conscientemente, y ahora le llegan las consecuencias de su acción. Ha actuado, y sabe que es responsable de sus actos, que su mejor amigo va a responder ante su acción.

Pensemos bien de Juanito. Valora mucho a su mejor amigo, y sabe que han pasado juntos buenos y malos momentos. Le vienen a la memoria tantos momentos en los que su amigo le ayudó desinteresadamente. Y aunque le duele en su sensibilidad, decide que es mejor no quitarle la novia, sino buscar a otra rubia y de ojos azules. Es probable que su amigo, antes o después, conozca sus sentimientos, su deliberación y su decisión. Y la respuesta a esa acción será una amistad mayor, una confianza mayor entre los dos buenos amigos del colegio, instituto y universidad. Ha actuado, y sabe que es responsable de sus actos, que su mejor amigo va a responder ante su acción.

Libertad y responsabilidad, dos columnas básicas del obrar humano, de la ética o la moral. Y dos columnas muy presentes en el obrar de los jóvenes, que entienden experiencialmente, y que anhelan construir, sobre todo cuando alguien les anima a ello. Un joven, por naturaleza, es aquel que anhela cosas grandes, que quiere volar tras los altos ideales. Si se le empuja un poco, llegará a ser un águila de altos vuelos; si se le deja a su capricho, no pasará de ser gallina de corral.