Un cristiano sabe que no puede poner su esperanza en un proyecto político ni en un orden social. Su esperanza solo puede radicar en Cristo resucitado, reconocido en cualquier circunstancia, ya sea aparentemente favorable u hostil. Pero eso no significa indiferencia respecto a los acontecimientos de la historia, ni falta de inteligencia para discernirlos. Descomponerse ante una solución política contingente no casa con el ánimo propio del cristiano, sin embargo el camino de la Iglesia y la riqueza de su doctrina social le ofrecen una mirada para entender cada momento, también el que ahora nos toca transitar.
Desde esa perspectiva suscita preocupación el programa de la coalición PSOE-Unidas Podemos en materia educativa, porque pone bajo sospecha a la enseñanza de iniciativa social, negando de facto su carácter de servicio público, y limita la capacidad de los padres de ejercer la libertad a la hora de decidir el tipo de educación que quieren para sus hijos, una libertad tutelada por nuestra Constitución. La pretensión de incluir contenidos de educación afectivo-sexual marcados por la ideología de género revela la pretensión de imponer a todos, desde el poder político, una determinada concepción de la persona. Y el cambio de la clase de Religión para quitarle relevancia académica pone de manifiesto un rancio ideario anticlerical propio de siglos pasados. La inminente legalización de la eutanasia es un reflejo de la cultura del descarte denunciada por el Papa, es una de las expresiones más desgraciadas del nihilismo occidental y ensombrece la noble tarea de la medicina. Pero todo esto no ha caído sobre nosotros como un meteorito, responde a un clima cultural que presenta un gran desafío misionero.
En la medida en que estas iniciativas se hagan realidad, los católicos tendremos que intervenir serenamente en el debate público con el ejercicio de la razón abierta e iluminada por la fe. La defensa de la libertad en toda su amplitud, y del horizonte del bien común, debería ser el eje de esa intervención pública. También, cuando sea pertinente, habremos de recurrir a la tutela de los derechos que nos ofrecen las leyes e instituciones democráticas. Pero sobre todo estamos llamados a ejercer la libertad: a generar comunidades vivas donde sea posible educar y a ofrecer nuestro testimonio a campo abierto, buscando el encuentro con todos, más allá de etiquetas ideológicas. De esa forma daremos nuestra aportación sustancial en este momento de crisis profunda. Como nos diría el apóstol, hemos recibido un espíritu de fortaleza, amor y buen juicio. Buen momento para verificarlo.
Publicado en Alfa y Omega.