Antes de comenzar con el núcleo de nuestras reflexiones, dado que hablaremos de una opción prudencial para la reevangelización del mundo, algo debe quedar claro: el Reinado social de Jesucristo no resulta facultativo. Se trata de un mandato. Como enseñan los escolásticos, se eligen los medios, no el fin último por el cual debemos obrar.
En esta oportunidad, apuntaremos algunos pensamientos germinales sobre lo nos gustaría denominar “Opción Eneas”. Esta denominación nos lleva a recordar brevemente la historia del héroe que, mientras su amada Troya resulta destruida, cargó sobre sus hombros a su anciano padre Anquises y tomó de la mano a su hijo Ascanio, representando, de esta manera, el lazo de unión entre el pasado y el futuro y huyó a nuevas tierras. Eneas llevó consigo los lares, los penates y el Paladio con la esperanza de reedificar la Civilización en otra tierra. En su horizonte, entonces sin vislumbrarlo, estaba Roma.
En este sentido, para nuestro propósito, la exposición del entonces cardenal Joseph Ratzinger Fundamentos espirituales de Europa es muy interesante y sugerente. Un análisis detallado daría para una nota extensa.
El último párrafo es una buena conclusión que supone los desarrollos anteriores del trabajo: “No sabemos cómo será el futuro de Europa. La Carta de los derechos fundamentales puede ser un primer paso, un signo de que Europa busca nueva y conscientemente su alma. En esto hace falta darle la razón a [Arnold] Toynbee: el destino de una sociedad depende siempre de minorías creativas. Los cristianos creyentes deberían concebirse a sí mismos como tal minoría creativa y contribuir a que Europa recobre nuevamente lo mejor de su herencia y esté así al servicio de toda la humanidad”.
Un detalle sobre el discurso en cuanto a lo formal y, al fin de cuentas, respecto del fondo: es loable hablar sobre la dignidad humana, los derechos humanos –bien entendidos–, etcétera. Pero el anuncio explícito de Jesucristo –a nivel social, la (re)cristianización– es algo necesario, no opcional. En la mente de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI/Ratzinger, por cierto, el anuncio explícito de Jesucristo es claro.
Dicho esto, ¿qué haría un Eneas cristiano? Nos parece que, a la cabeza de una “minoría creativa”, fundaría una nueva ciudad que incluyera monasterios –para eso contamos con nobilísima tradición de la Orden de San Benito, por mencionar un ejemplo perdurable–, por cierto, pero no se apartaría del mundo civil. Su deber, como el de cada uno de los laicos católicos, seguirá siendo la consecratio mundi apoyándose en esos pulmones de la Cristiandad que son los monasterios.
Hasta que Cristo vuelva en la Parusía. Veni, Domine Iesu!