Estos días hemos asistido a una gran ofensiva mediática contra el candidato de Vox por Albacete, Fernando Paz, que ha tenido que renunciar a poder ir en las listas electorales.
Se trata de un episodio más de la lucha entre las dos grandes concepciones de la moral: la iusnaturalista y la positivista.
La diferencia esencial entre ambas posturas radica en la creencia o no en la existencia de Dios. Para los que creemos en la existencia de Dios, Dios interviene en nuestras vidas por la Revelación y nos indica el camino que debemos seguir por la Ley y Derecho Natural, expresados fundamentalmente en los Diez Mandamientos, si bien el precepto fundamental es: "Hay que hacer el bien y evitar el mal". El bien del ser humano es el que determina lo que debe hacerse u omitirse. La razón es el fundamento inmediato del orden moral. Es bueno, y debe por tanto llevarse a cabo, lo que responde y sirve al bien personal del hombre, lo que desarrolla su ser y le permite ser más y mejor hombre. Y a la inversa, es moralmente negativo y no debe por tanto hacerse, sino omitirse, todo cuanto resulta nocivo para el bien de la persona, lo que obstaculiza, retrasa o impide su desarrollo. En esta concepción el derecho positivo no otorga ni da, sino reconoce derechos preexistentes, basados en la dignidad humana, que se especifica en sus derechos inalienables.
En la concepción relativista positivista el orden social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino como resultado de las elecciones libres del individuo y del pueblo soberano. A nivel individual nos encontramos, por tanto, con el subjetivismo y la no existencia de reglas generales universalmente válidas. Se trata de realizar una libertad sin constricciones, en la que impera el subjetivismo. Un muy conocido relativista, José Luis Rodríguez Zapatero, decía así en unas declaraciones sobre la Ley Natural: “La idea de una ley natural por encima de las leyes que se dan los hombres es una reliquia ideológica frente a la realidad social y a lo que ha sido su evolución. Una idea respetable, pero que no deja de ser un vestigio del pasado”. Es decir, en su concepción relativista, como Dios no existe, el orden social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino como resultado de las elecciones libres del individuo y del pueblo soberano. A nivel individual nos encontramos con el subjetivismo, el hecho que no hay ningún ser superior a mí y en consecuencia la no existencia de reglas generales, lo que me erige en maestro supremo de moral, puesto que si yo fuese racista o abortista, nadie tiene autoridad superior para decirme: “Estás equivocado”.
A nivel colectivo, en la concepción relativista quien decide es el pueblo soberano. Pero ¿quién es el pueblo soberano? Como es evidente que en la gran mayoría de los casos no hay un consenso pleno, contestaríamos que en nuestros países democráticos es la mayoría parlamentaria. Pero como todos sabemos cómo funcionan nuestros partidos, con la disciplina de partido y "el que se mueva no sale en la foto", con lo que en realidad es muy poca gente, incluso podríamos decir tan solo el jefe del partido o del Gobierno, que pueden ser y generalmente son la misma persona, quien decide por todos, con lo que me encuentro que en asuntos tan graves como la ideología de género, el aborto o la eutanasia quien decide lo que es legal y de paso lo que es moral, es decir lo que está bien y está mal, es la autoridad política del momento.
El ser humano, por el hecho de serlo, tiene una serie de derechos intrínsecos propios de su naturaleza que los demás, incluido el Estado, deben respetar. La dignidad humana exige la fidelidad a unos principios fundamentales de la naturaleza, principios comprensibles por la razón. El considerar que estos derechos surgen de las leyes que se dan los hombres supone la negación de los valores democráticos, porque si mis derechos no son propiamente míos, sino son una concesión del Estado, es indudable que el Estado puede en cualquier momento quitármelos. El positivismo jurídico, es decir la concepción que hace derivar mis derechos de las leyes que se dan los hombres, deja al individuo sin defensa frente a los posibles abusos del Estado, y nos lleva directamente a las dictaduras totalitarias.
En mi vida he pensado cantidad de veces que muchos alemanes honrados no quisieron comprometerse en política y dejaron así libre paso al nazismo. Aunque en este artículo no pensaba hacer referencia a ese problema, no hay derecho a manipular y cortar lo que dijo Fernando Paz para hacerle decir lo contrario de lo que dijo, que es sencillamente que los juicios de Nuremberg se basaron en el derecho natural, porque con solo la línea positivista no hay manera de juzgar a los dirigentes nazis.
Lo cual nos advierte que no debemos caer en el mismo error y que debemos saber dar la cara para defender nuestras libertades frente a los totalitarismos que nos amenazan.