En el mundo actual, muchos altos organismos internacionales, por encima incluso de los gobiernos nacionales, tratan de impulsar el Nuevo Orden Mundial, basado en el New Age y en la ideología de género.
Contra todo sentido común, “la ideología de género” es como se pretende ¿educar? a nuestros niños y adolescentes. El objetivo de esta ideología es abolir la identidad sexual. Hay que enseñar a nuestros chavales, ya desde la Primaria, que pueden decidir libremente si quieren ser chicos o chicas. Aunque mi esperanza es que las víctimas de esas clases lleguen a casa y digan a sus padres: “El profe nos ha dicho hoy que, si quiero, puedo ser chica, y mi hermana, chico. Mamá, el profe está loco”.
Pero, desgraciadamente, los niños son esponjas que reciben lo que se les enseña sin espíritu crítico y no es difícil que caigan en las redes de profesores sectarios. Los padres deben oponerse con todas sus fuerzas a que sus hijos emprendan el camino del cambio de sexo por problemas que en la gran mayoría de los casos se solucionan por sí mismos al fin de la adolescencia.
La obsesión por la sexualidad de los niños es una constante de esta ideología. El objetivo fundamental que debe buscar la educación, según esta ideología, es realizar el cambio cultural a través del cambio en la moral, en la ética y en lo que se considera sentido común, cambio a realizar cuanto antes mejor, puesto que hay que aprovechar la permeabilidad de la infancia. La masturbación, y las relaciones sexuales de toda clase, también entre menores, son prácticas recomendables. Y es que uno, incluso niño o niña, puede hacer con su cuerpo lo que quiera, pues el fin de la sexualidad es el placer, y los órganos sexuales están para disfrutarlos, evitando, eso sí, el embarazo y la natalidad.
Para los promotores de esta ideología, debe darse una emancipación sexual de la infancia y adolescencia. Se defiende la total liberación sexual, incluyendo el derecho absoluto a tener relaciones sexuales con otros individuos sin importar la edad, el número, el estado civil, las relaciones familiares (el incesto) o el género. Las leyes son la moral del Estado y esto está en las leyes. Al niño hay que despertarle sus inclinaciones sexuales, enseñándoles a conocer su propio cuerpo por medio de la masturbación, que no es nada negativo, e incluso que puedan disfrutar de relaciones sexuales con otros niños y niñas, siendo justificable cualquier actividad sexual.
La sexualidad es un juego, un pasatiempo, una finalidad en sí misma, en la que autores como Kinsey ni siquiera excluyen la pedofilia o el bestialismo, cuya “condena es un prejuicio procedente del judaísmo y cristianismo y no tiene una base natural”. Pero como eso de pedofilia suena bastante mal, se le llama, como hace la eurodiputada austriaca Ulrike Lunacek: “Educación afectivo-sexual interactiva y libre de tabúes”, que suena mucho más bonito.
Dada la complicidad de nuestras autoridades, es indudable que los padres han de estar muy atentos a lo que se enseña a sus hijos, porque creo que se incide en lo que su verdadero nombre es corrupción de menores. Cuando haya un caso claro, no conviene callarse, sino denunciarlo a los tribunales o darle la máxima difusión posible, para que la gentuza que hace esas cosas sepa que puede salirles caro.
En pocas palabras, es el triunfo del hedonismo y el rechazo del sacrificio y de todo lo que sirve para educar la voluntad, es decir, el triunfo del Mal. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta Isaías: “¡Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal; de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz!” (5,20).