Bárbaros, sí, pero no me refiero a los que así calificaban los romanos, sino a los que reseña Alasdair MacIntyre en la última página de Tras la Virtud: en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta de conciencia de ello constituye parte de nuestra difícil situación. No estamos esperando a Godot, sino a otro, sin duda muy diferente, a San Benito.
Estos nuevos bárbaros campan poderosos gracias a la alianza forjada en torno al individualismo sin límites, dirigido a la satisfacción de los impulsos más primarios de dinero, sexo, y hedonismo al servicio del poder, como únicos fines que justifican una vida realizada. Es la alianza de la élite cosmopolita y globalizadora que bajo el barniz progresista convierte a los trabajadores en precariado, hace ver a las mujeres que su máxima realización consiste en convertirse en fuerza de trabajo, que disfraza la desigualdad económica reduciéndola a una dialéctica falseada hombre-mujer.
Estos nuevos bárbaros están liquidando las fuentes de nuestra cultura, su legado y tradición, y con ello han cercenado toda idea de virtud. Por eso han liquidado las lenguas clásicas, para que no sepamos leer, han marginado a las humanidades para que no sepamos pensar. Por eso el debate académico no existe en la universidad, convertida cada vez más en una escuela de formación profesional avanzada, y por idéntica razón en las facultades de económicas solo se enseña la visión de la economía que cuadra a las élites, como si fuera la única posible. Censuran todo debate racional en la sociedad mediante la dictadura de lo políticamente correcto, apelando continuamente a las emociones y usando sistemáticamente la descalificación personal de los disidentes. La censura es tan poderosa que apenas se escuchan voces disconformes porque han sido enviadas al ostracismo.
Su pretensión ha terminado por generar una ola de rechazo que se extiende por Occidente. La encarna el cajón de sastre del populismo, donde se mete todo lo que no sea poder establecido y su ideología hegemónica. Y a pesar de la reacción, los liderazgos e instituciones políticas cierran los ojos y se encierran en el encastillamiento de la descalificación, en lugar de indagar las raíces del conflicto, identificando las causas y reconociendo sus propias responsabilidades.
Sí, son los nuevos bárbaros y su camino es el del desastre.
Publicado en La Vanguardia.