Corrían las últimas semanas de 1991 y se celebraba en Granada un gran congreso para conmemorar el V centenario de la incorporación del emirato a la corona castellana. Desde Sevilla, donde había asistido a otro encuentro de historiadores, debía viajar don Luis Suárez al congreso granadino, y tuve la fortuna de poder ofrecerme como chófer y compañero de viaje. Se sumó el gran hispanista Derek Lomax, y así me vi entre dos sabios que, tras una sabrosísima conversación a través de una ruta que sigue en buena medida el trazado de la vieja banda morisca, una vez que se perfiló Granada, con Sierra Nevada al fondo, y bien nevada por cierto, rompieron a recitar a dúo viejos romances fronterizos. Si inolvidable fue aquella entrada en la ciudad, no lo fue menos la visita al día siguiente a la Capilla Real, a la que don Luis me permitió que le acompañara. A lo largo de los años pude disfrutar de otros momentos junto a este verdadero patriarca del mejor medievalismo español, oír algunas de sus celebradas conferencias y, sobre todo, leerle, leerle con verdadera fruición, pero son aquellos lejanos días granadinos los que me vienen con más fuerza a la memoria ahora que, con cien años cabales, el gran historiador nos ha dejado.

No sólo fue un universitario de raza –uno de los impulsores de la creación de la Autónoma de Madrid, en la que fue catedrático tantos años– y un historiador de enorme solidez, autor de una obra absolutamente imprescindible y plenamente vigente, sino, quizá ante todo, visto con perspectiva, un gran maestro y modelo de intelectual, brillante y riguroso a la vez, fiel a sus hondas convicciones y lealtades, aunque por ello tuviera que pagar el amargo tributo reservado a los que no las ocultan. Para muchos su nombre habrá quedado ligado y reducido a la absurda polémica que le envolvió tras la redacción de la entrada de Francisco Franco para el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, de la que era numerario. Antes de ello había escrito la que con mucho es la mejor obra hasta hoy sobre Franco y el franquismo en sus documentos, en ocho volúmenes. Pero más allá de esos episodios, su figura quedará indeleblemente unida a la renovación de la historiografía española de la segunda mitad del siglo XX, uno de cuyos máximos exponentes sin duda fue. Descanse en paz el maestro de maestros.

Publicado en Diario de Sevilla.