¿Qué decir? Las palabras del director de La Civiltà Cattolica, el padre Antonio Spadaro, suenan inquietantes: “Hay un sapo, una enfermedad mortal, en la barriga de nuestro país”, escribe en Famiglia Cristiana. Un lenguaje noir [negro]. Un lenguaje oscuro, viscoso, para provocar pesadillas más que análisis razonados. Un estilo que evoca el de Bergman en El manantial de la doncella (todavía lo recuerdo con asco), que muestra un sapo vivo que se mueve dentro de un pan que va a ser engullido –a distancia de tanto tiempo no sabría decirlo con exactitud– por una joven hechicera.
La metáfora del sapo en el lenguaje del intelectual católico parece utilizada para describir a Matteo Salvini. A Salvini… ¿y con él, al 34% de los italianos?
He pasado mucho tiempo en la biblioteca de La Civiltà Cattolica en Villa Malta, porque sobre las gestas del Risorgimento los padres tienen probablemente la mejor documentación existente.
La Civiltà Cattolica nace en 1850, en plena lucha de las potencias protestantes y masónicas contra la Iglesia y, por tanto, contra Roma. A la guerra anticatólica, los jesuitas responden con la fundación de una revista prestigiosa, muy seria, que contesta punto por punto las falsedades difundidas en todo el mundo por la propaganda anticatólica. Con elegancia, con equilibrio, escrupulosamente, con una documentación muy precisa, con un análisis meticuloso de los hechos, con la lectura argumentada de las más significativas publicaciones tanto católicas como anticatólicas en cuanto salían de la imprenta, con un amorosa atención (según el carisma propio de la Compañía) al magisterio pontificio y con la oportuna denuncia de las calumnias que el mundo liberal-masónico difunde sobre Pío IX. Un servicio precioso a los católicos para evitar que sean víctimas de la propaganda anticatólica que es presentada como la verdad de los hechos. Para evitar que las consignas salidas de las logias (empezando por el trilema libertad-igualdad-fraternidad) sean asumidas por los católicos como expresión de la milenaria tradición cristiana, cuando son un vehículo para el pensamiento gnóstico anticristiano.
Es posible que a los jesuitas del siglo XIX les costase reconocer a sus hermanos de hoy. Los estudios sobre la masonería realizados con precisión y cuidado por el jesuita español Ferrer Benimeli sugieren, por ejemplo, que los Papas no habrían tenido en cuenta al condenarla la realidad de las logias, por falta de una documentación seria (“en algunos casos existe una clara divergencia entre lo que Clemente XII y Benedicto XIX entendían por masonería y la auténtica masonería del siglo XVIII: es decir, la que, sin ser seriamente conocida, había sido perseguida y condenada por Roma”).
El actual general de la Compañía, el venezolano Arturo Sosa Abascal, elegido en 2016, antes de desaparecer de las noticias de los periódicos se exhibió con una serie de afirmaciones –como mínimo– sorprendentes, la más curiosa de las cuales referente a Jesús, sobre cuyas palabras nada podríamos afirmar con certeza porque en aquella época todavía no se habían inventado las grabadoras.
La Iglesia católica es romana. Está construida sobre el heroísmo de los mártires y de los santos. Ha heredado la milenaria tradición jurídica, teológica y cultural romana. Quién sabe, tal vez también sería mejor pasar de puntillas sobre el asunto de los sapos en la barriga de Italia y de los italianos. Cierto ayuno de noticias no le vendría mal ni siquiera al actual director de La Civiltà Cattolica.
Angela Pellicciari es autora de I Papi e la Massoneria [Los Papas y la Masonería].
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.