Hace tres años causó un gran revuelo en el mundo científico la noticia de que unos investigadores chinos habían manipulado unos embriones humanos, con la técnica llamada CRISPR-Cas9. La justificación que se usó es que los embriones eran no viables y que nunca serían implantados. El pequeño detalle de su naturaleza de seres humanos en el inicio de su desarrollo fue así ignorado.
El CRISPR-Cas9 es un mecanismo natural de defensa que existe en las bacterias para eliminar ADN extraño, que fue descubierto hace más de veinte años por el microbiólogo ilicitano Francisco Juan Martínez Mojica. Tras ello, y aprovechando que desde hace ya quince años se conoce el genoma completo del ser humano, el ADN, y después el de miles de otras especies, los investigadores han emprendido la utilización del sistema CRISPR-Cas9 en el laboratorio como una herramienta que permite localizar y eliminar o modificar (editar) cualquier secuencia de ADN de bases nucleotídicas conocidas. A diferencia de otros métodos de corrección de genes ensayados previamente, el sistema CRISPR-Cas9 es más económico, rápido y preciso, por lo que su utilización se ha extendido por los laboratorios de todo el mundo. Esta ingeniosa herramienta de ingeniería genética se ha convertido en las manos de los genetistas en un gran procedimiento para modificar a voluntad el genoma de bacterias, hongos, plantas o animales, con expectativas espectaculares de aprovechamiento en la industria farmacéutica, la mejora genética de plantas cultivadas y de animales domésticos, y ahora para la terapia de enfermedades humanas debidas a alteraciones de los genes.
Realmente Francis Mojica no investigaba para editar genes, sino para conocer mejor la organización estructural y funcional del genoma de los microorganismos, pero su extraordinario descubrimiento dio paso a que se pensara en aplicaciones de todo tipo. Las relacionadas con la corrección de genes implicados en patologías fueron planteadas por dos investigadoras, la francesa Emmanuelle Charpentier y la americana Jennifer Doudna, que propusieron el uso de CRISPR–Cas9 como herramienta para la curación de enfermedades humanas importantes.
El uso previsto era en células somáticas de los pacientes, que serían convenientemente extraídas, modificadas o editadas genéticamente en el laboratorio y devueltas a los pacientes. Los errores potenciales solo se evidenciarían en el propio paciente. Desde un principio se descartó la utilización de esta técnica en células del tejido germinal, el que da lugar a los gametos, para evitar que cualquier error pasase a las generaciones futuras.
De hecho, en 2015, ante la precipitación de este tipo de investigaciones, los doctores David Baltimore, Premio Nobel de Medicina en 1975, y Paul Berg, Premio Nobel de Química de 1980, entre otros, promovieron una moratoria voluntaria para la aplicación de las nuevas tecnologías CRISPR–Cas9 con fines de modificación del genoma de la línea germinal en los seres humanos. Se trataba de detener este tipo de aplicaciones hasta tener garantías de seguridad y un buen análisis de las consecuencias.
Sin embargo, en febrero de 2016 sorprendió y provocó un gran debate la noticia de que un equipo de investigadores del Instituto Francis Crick de Londres, dirigido por la doctora Kathy Niakan, había obtenido permiso del organismo competente, el Human Fertilisation and Embryology Authority del Reino Unido, para modificar el genoma de embriones humanos con fines de investigación básica, con la condición de que tras la investigación fueran destruidos y no implantados en un útero materno.
Un año después, en un informe de 130 páginas publicado por el influyente Nuffield Council on Bioethics del Reino Unido, se llamaba la atención sobre los usos de la tecnología de la edición genómica con el CRISPR-Cas9, poniendo el acento especialmente en la manipulación de los embriones humanos. Al mismo tiempo la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina de los EE.UU. emitió un informe preventivo de las aplicaciones de la tecnología CRISPR-Cas9 para la modificación genética en el hombre. En la misma dirección, un grupo independiente de bioeticistas europeos ha llamado la atención a la Comisión Europea para la constitución de un comité de dirección que estudie la seguridad y fiabilidad de los métodos de CRISPR antes de su aplicación con fines médicos.
Así estaban las cosas hasta la noticia, difundida a través de un vídeo el pasado 27 de noviembre por todo el mundo, de que el investigador chino He Jiankui ha llevado a término por primera vez el nacimiento de dos bebés modificados genéticamente desde su estado embrionario con la técnica de CRISPR-Cas9. Los embriones de las gemelas Lulu y Nana, procedentes de fecundación in vitro, fueron modificados con esta tecnología con el fin de hacerlas resistentes al virus VIH del sida, del que su padre es portador. En el anuncio, He Jiankui se limita a exponer las virtudes de librar a estas niñas, y otros bebés que vienen de camino, de esta temible enfermedad. Sin embargo, antes de otras consideraciones conviene hacer dos observaciones importantes. En primer lugar las niñas no tenían por qué heredar la susceptibilidad al sida, sus embriones podrían estar sanos. En segundo lugar, estamos ante el anuncio de un hecho no contrastado ni publicado en una revista científica, por lo que no existe credibilidad científica.
Pero más importante que todo eso es el riesgo que supone la edición de genes en los embriones humanos, en una fase tan temprana en la que aun no se ha diferenciado el tejido germinal. Es decir, el riesgo de producir errores no controlados, por modificación de otras zonas del genoma –off target–, en un embrión que aún no ha empezado a organizar sus tejidos y entre ellos el germinal, del que surgirán los ovarios o testículos (que se empiezan a formar a partir de la séptima semana). La técnica CRISPR-Cas9 no garantiza limpieza absoluta y podrían por tanto quedar afectados otros genes que podrían dar lugar a alteraciones incontroladas en la fase adulta de estas personas y/o ser transmitidas vía gametos a sus descendientes de las futuras generaciones.
La utilización banal de los embriones humanos para después implantarlos en un útero para su gestación va contra la ley en la práctica totalidad de los países europeos y en los EE.UU. No obstante, la única novedad de lo anunciado por He Jiankui es la implantación de los embriones, ya que hace tiempo se están haciendo experiencias de modificación genética con CRISPR-Cas9 en embriones humanos, como la mencionada en el Reino Unido, o la publicada en agosto de 2017, desarrollada en EE.UU. Este es el caso de un trabajo llevado a cabo por Sukrat Mitalipov, en la Universidad de Oregón, y Juan Carlos Izpisua Belmonte, del Instituto Salk en La Jolla, California, y sus equipos de colaboradores, que han hecho edición de genes en embriones humanos procedentes de fecundación in vitro, como modelo para la corrección de determinadas mutaciones. A pesar del optimismo de los autores, ni la eficacia, ni la exactitud, ni la seguridad ofrecen garantías para la utilización de este método para la corrección de mutaciones hereditarias. Además, la aplicación requiere a posteriori un diagnóstico genético preimplantatorio (DGP), lo que supone el descarte de muchos embriones y la posibilidad de modificaciones epigenéticas en aquellos que sufren la doble manipulación, CRISPR-Cas9 para su edición y DGP para su selección.
Ante estos hechos cabe hacerse una serie de preguntas que demuestran la gran hipocresía y el frikismo con el que se divulgan estos temas a una sociedad poco informada. ¿Lo que se hace en China es peor que lo que se hace en Occidente? ¿No se decía que los embriones humanos son un amasijo de células? ¿No se decía, además, que los embriones obtenidos por fecundación in vitro son “preembriones”? Aunque no se implanten ¿no importan los embriones manipulados, descartados o no? Ahora resulta que de este amasijo de células o preembrión, término acuñado en Gran Bretaña para disimular la auténtica naturaleza humana de los embriones obtenidos por fecundación in vitro, nacen niños y hasta algunos quieren que se manipulen con fines médicos.
¡Un poco de rigor y seriedad...! Tras la fecundación se forma un embrión unicelular, al que llamamos cigoto. Esta es la primera realidad corporal humana, cuya vida debe ser respetada como un fin en sí misma. Hasta el final de la octava semana este embrión se desarrolla como lo que es, un ser humano en sus primeras fases de desarrollo, y se va preparando para la histogénesis y organogénesis que se completará durante la gestación. Cualquier error en la manipulación genética antes de la formación de los tejidos, y en especial del tejido germinal, no solo afectaría al propio ser humano en crecimiento sino a sus potenciales descendientes.
Pero ahí no queda la cosa, lo peor de todo es que la autorización de las intervenciones sobre el genoma humano embrionario, en principio con fines médicos, invitan a otros proyectos de mejoramiento, diseño o selección de cómo queremos sea un ser humano. Un hecho que entra de lleno en las aspiraciones de los proyectos transhumanistas y posthumanistas, un auténtico dislate y una amenaza al ser humano en los comienzos del siglo XXI.
Publicado en Páginas Digital.
Nicolás Jouve es catedrático emérito de Genética.