A continuación, una reflexión. Por su brevedad y sencillez, no quiere ser un artículo. He dudado en escribirlo porque me parece que lo que digo es obvio, pero la ingenuidad aparente de tantas madres me deja pasmada.
En los últimos años veo evolucionar las cuentas y blogs de distintas madres instagramers que, con el pretexto de dar testimonio de familia y -seguro- con la mejor intención, exponen en cuentas públicas de redes sociales una ingente cantidad de fotos de sus hijos, mientras reparten consejos a diestro y siniestro, cuentan cómo es cada uno de los niños, cómo gestionan sus rabietas, sus almuerzos y sus calcetines. Parece que los likes suben automáticamente en cuanto expones a tus niños y eso, cuando tu oficio consiste en “gustar”, es demasiado tentador. Es evidente que ese feedback numérico constante de las redes es nocivo y adictivo. Cuentas que en su origen eran interesantes se han vendido a ese cuenteo constante de seguidores y likes y ya no descansan en su búsqueda de aprobación.
Más allá del debate sobre los evidentes peligros de subir fotos a la red y perder el control para siempre sobre las imágenes (no quiero ponerme alarmista pero pueden acabar en una web pedófila; todo lo que subimos deja rastro para siempre), existe otra cuestión de la que apenas se habla: el derecho a la privacidad de los niños. Estas madres no tienen ninguna mala intención; de eso estoy segura. Pero sin darse cuenta están vulnerando el derecho a la intimidad de sus hijos. La vida e imagen de sus hijos no les pertenece y tampoco su infancia. Creo que simplemente no pueden resistirse a la tentación de gustar. En este caso, de mostrar al mundo lo preciosos y divertidos que son. Construyen su propia identidad digital utilizando a sus hijos. Pero las redes son tan jóvenes que no sabemos las consecuencias que esta sobreexposición va a tener a medio/largo plazo.
¿Alguna vez se imaginan cómo van a reaccionar esos niños que ahora son pequeños cuando crezcan y vean todos los detalles de su infancia expuestos en Instagram? Me resulta extraño que jueguen con esa aparente inocencia a robar la infancia a sus hijos. A exponerla bajo la mirada con frecuencia cruel y cotilla de sus seguidores. El niño que hoy te parece tan gracioso, gordito y disfrazado de payaso, puede ser carne de cañón de acoso por parte de compañeros que vean la foto en un futuro no tan lejano. ¿Sois conscientes de que estáis creándoles una identidad y reputación digitales que no siempre son reales y que en el futuro podrían tener consecuencias negativas para ellos?
Soy abogada pero no quiero ponerme cargante con referencias legales. Seré breve. Ya se han registrado varias denuncias de hijos contra sus propios padres por compartir fotos suyas sin su consentimiento, además de que una sobreexposición de un menor en las redes puede considerarse desprotección por parte de los padres. En Francia, por ejemplo, el Estado puede sancionar a los padres que compartan fotos de sus hijos en Internet con multas de hasta 45.000 euros o un año de prisión. En España, por ahora, no. El derecho a la privacidad/intimidad de los menores está recogido en la Ley española de Protección del Menor, el Reglamento de Protección de Datos de la Unión Europea y la Convención de Derechos de los Niños. “La patria potestad otorga a los padres el deber y la responsabilidad de proteger la imagen de sus hijos menores de edad y -según el Tribunal Supremo- será preciso el acuerdo de ambos progenitores para poder publicar imágenes del hijo en común en las redes sociales, pero los padres deben evitar en interés del menor una sobreexposición de su hijo en estos ámbitos”.
La clave es tener claro que los hijos no nos pertenecen y su imagen y su infancia tampoco. No los vendáis a cambio de seguidores. No todo vale un puñado de likes.
Mamás instagramers, si lo que pretendéis es lo que decís en vuestros perfiles, “dar testimonio de familia y maternidad”, no juguéis con vuestros hijos ni les impliquéis en el insano oficio de “gustar”. Con vuestra propia privacidad haced lo que queráis, pero respetad la suya.