El primer chaparrón del Gobierno Sánchez en educación, laicidad y bioética ha provocado irritación y desasosiego en muchos sectores. Es saludable que los católicos nos sintamos interpelados y alcemos la voz como protagonistas de la ciudad cuando vemos que bienes trascendentales no son adecuadamente tutelados. La libertad educativa, la protección de la vida o el reconocimiento de la plena ciudadanía de las comunidades religiosas son cuestiones cuyo valor merece ser argumentado y defendido.
Pero las medidas del Ejecutivo no proceden de Marte; reflejan una cultura que ha ido cuajando a lo largo de los últimos 50 años en España. No ha sido un proceso natural, sino férreamente dirigido desde diversos centros de poder político y mediático, pero sería absurdo negar hasta qué punto ha calado. Las certezas compartidas en el periodo de la Transición respondían a una tradición cristiana que regaba todos los ámbitos sociales, pero buena parte de esas certezas se han visto disueltas o privadas del sustento vital de dicha tradición. Esto nos puede entristecer, pero sería inútil enfadarnos con la sociedad en la que estamos llamados a ofrecer la novedad de la fe.
Desde luego hay que denunciar una política que fractura y polariza a la sociedad, y que no aprecia ni defiende adecuadamente la libertad. Lo mismo que Pablo apeló al César (a la ley que podía proteger sus derechos como ciudadano) nosotros debemos apelar a la Constitución. En algunos casos convendrá bajar a la plaza, aunque ya llenamos las calles en su día y tendremos que hacer un balance crítico de todo ello. También es necesario generar un discurso cultural a la altura del desafío, sin nostalgias ni luces cortas. Pero todo eso necesita arraigarse en una vida cristiana sólida y alegre, que se ponga en juego en los ámbitos en los que vive la gente cada día.
La fe genera un protagonista nuevo en la historia. Eso no se verificará por nuestra capacidad de vencer políticamente, sino porque sostengamos la esperanza de la gente. Sin esa conciencia saldremos del envite actual con moral de derrota y resentidos. Hace poco decía el Papa que sin un punto de apoyo esencial no podremos evitar asustarnos ante los nuevos desafíos. Y ese punto esencial solo puede ser la fe en Cristo vivida en la Iglesia. Eso es lo que nos da la libertad frente a cualquier circunstancia o poder. Lo que nos da inteligencia y audacia para entrar en cualquier torbellino histórico.
Publicado en Alfa y Omega.