Cada vez nos familiarizamos más con esta palabra, que no deja de ser un tanto rebuscada: Naprotecnología. En ambientes médicos, científicos y de pensamiento ya van sonando estos estudios, que inició el ginecólogo Thomas Hilgers en la década de los 70 y trajeron a Europa médicos como el irlandés Phil Boyle. Muchos matrimonios que tienen problemas de fertilidad y no simpatizan con la “producción en serie” de las técnicas de reproducción asistida lo ven como una buena opción. Más allá incluso de sus creencias religiosas. Tenemos 33 años, llevamos cuatro años casados y seguimos sin quedarnos embarazados: vamos a ver si nos ayuda la Naprotecnología.
Ese es el primer nivel de la Naprotecnología, o mejor dicho, de la Medicina restauradora de la fertilidad. Es “algo”, una ciencia médica, que está ayudando a muchos matrimonios a cumplir el deseo de tener un hijo. Un deseo legítimo, bueno, aunque no absoluto ni dictatorial. En este camino, como en todos, es importante la compañía, no sólo del cónyuge, sino también de un buen conocedor de estos estudios, una monitora, una doctora con experiencia, un buen amigo y compañero.
Como en los buenos guisos, también aquí hace falta tiempo, espera. Y no sólo porque somos hombres, varón y mujer, y la realidad y sucesión del tiempo permea toda nuestra vida. También porque gracias al tiempo, y a la buena compañía, podemos profundizar y llegar a un segundo nivel de la Naprotecnología. Esta ciencia médica nos ayuda a conocer mejor nuestra salud, a mejorar nuestra misma calidad de vida. Conocemos mejor cómo funciona nuestro cuerpo, o cómo debería funcionar y cómo le podemos ayudar. Sin connotaciones feministas, en este nivel suele tener más peso la salud femenina, sexual e integral. La vida sexual femenina es más variable, tanto como su mismo ciclo menstrual. Y en ese ritmo juega un papel importante, de causa y consecuencia, el sistema hormonal. No faltan casos, sin embargo, de mejora importante en la salud del varón: celiaquías, intolerancias, tumores, etc.
En este segundo nivel, sin olvidarnos del deseo legítimo del hijo, deseo bueno aunque no absoluto, el paciente y usuario de la Naprotecnología respira más tranquilo: ha mejorado mi salud o la de mi cónyuge. Ojalá podamos tener un hijo, pero el camino recorrido hasta aquí ya ha merecido la pena. La Naprotecnología, la Medicina restauradora de la fertilidad, ha operado su milagro, incluso si no llega el hijo.
Esta ciencia médica, que mejora la salud, va incluso más allá: nos enseña la belleza del hombre, varón y mujer. Estamos muy bien hechos; no somos pura biología, ni espíritus puros cerrados en nuestra pura espiritualidad. Somos hombres, espíritus encarnados, cuerpos espiritualizados, o simplemente “cuerpos-humanos”. El cuerpo, la parte física, no es un mero apéndice de nuestro ser, es una parte importante, constitutiva. Los filósofos, que siempre buscan nombres para todo, suelen hablar de co-principios, el co-principio del cuerpo y el co-principio del espíritu. Yo prefiero llamarle el hombre moneda: tenemos dos caras, pero las dos forman parte de la misma moneda y no podemos menospreciar o priorizar una sin dañar la otra.
Como cristianos podemos afirmar que también en la corporeidad se reflejan la maravilla y la belleza de Dios. En la corporeidad también se revela que Dios nos ha hecho como imagen suya; y ese es uno de los grandes descubrimientos de Juan Pablo II en este tema, al que dedicó numerosas audiencias generales en sus primeros años de pontificado. Necesitamos el cuerpo, e incluso su limitación. Este límite nos muestra la importancia y la grandeza de vivir en comunión con el otro, con los otros y con el Otro.
Si estamos bien acompañados en este camino de la Naprotecnología podemos recorrer este camino, descubriendo la salud del cuerpo y la salud del espíritu, alcanzando la fecundidad que Dios quiere para toda persona, para todo matrimonio. Yo he podido recorrer este camino, gracias a Naprotec, una Asociación que inició su andadura en España hace más de seis años, y que no ha dejado de sembrar el bien y la belleza del amor. Y no sólo con una buena compañía, que es importante; también con grandes profesionales como las doctoras María Victoria Mena y Helena Marcos, que trajeron esta ciencia médica a España.