Desde la tarde del 11 de febrero de 2010 México es un Estado laico. ¿Y qué se entiende por Estado laico? A juzgar por los hechos, un anticlericalismo que rezuma aversión contra el cristianismo en general y contra el catolicismo en particular.
Cada vez que la Iglesia alza la voz contra el pensamiento único se le tacha, insulta y lincha con palabras y, en ocasiones, también con acciones. Imposible en este contexto pensar en un auténtico Estado laico que no profesa ninguna religión pero que tampoco ignora el hecho religioso. Bien lo decía una escritora española: «El anticlericalismo esconde, tras su afán de modernidad bactericida metafóricamente lincha-curas, una formidable dosis de intransigencia, exaltación y fanatismo (curiosamente, lo mismo de lo que acusa al clero católico)» (cf. La Razón, 21.01.2010).
Así, el artículo 40 de la Constitución ha pasado a decir: «Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior». En breve lo ratificará el Senado. Yo, que soy ciudadano mexicano, no recuerdo se me haya preguntado. Y ciertamente no es que me oponga, pero habría que saber qué entienden los diputados por «Estado laico».
Si «Estado laico» significa imponer un esquema de pensamiento único del cual no se podría salir y al cual no se puede cuestionar (piénsese en lo ya sucedido en Ciudad de México con leyes que van contra la familia y la vida, o en la nueva cartilla nacional de vacunación donde se roba a los padres el derecho a educar a sus hijos según sus convicciones), creo que no sería el único en oponerme.
«Estado laico»… Quizá se está olvidando que tanto a nivel México como a nivel Latinoamérica, la Iglesia Católica es la Institución más valorada por los ciudadanos. El dato es público y de una organización que nada tiene que ver con la fe. El informe 2009 de Latinobarómetro colocaba en el ápice de confianza, credibilidad y valoración a la Iglesia católica con un 68% de aceptación (la segunda institución, la radio, se le aproxima apenas al 56% mientras que la televisión ocupa un tercer lugar con apenas un 54%). ¿Y en el último lugar? Los partidos políticos (24%) y los sindicatos (30%). Datos contundentes cuando quienes están en la fosa quieren ahogar la voz de la Iglesia en el debate público.
Pero seguro que no es lo único que olvida el nuevo Estado laico mexicano. Parece que también olvida su historia y su cultura. Quizá olvida que un fraile-obispo dominico, Bartolomé de las Casas, quien hoy da nombre a la segunda ciudad del Estado de Chiapas, fue el defensor de la causa indígena cuando hacerlo significaba nadar contra corriente; quizá olvida a fray Antonio de Roa, a fray Juan de Zumárraga, a don Vasco de Quiroga, al padre Kino y a los beatos Sebastián de Aparicio y Junípero Sierra, quienes instruyeron a indígenas, hicieron cultura y fueron sus protectores cuando ser indígena era no ser nada. Ya lo decía Octavio Paz, el único premio Nobel de literatura mexicano en su Laberinto de la soledad: «Sin la Iglesia el destino de los indios habría sido muy diverso».
Quizá olvida el nuevo «Estado laico» que fue con un estandarte mariano, el de la Virgen de Guadalupe, que un sacerdote arengó y lideró la lucha por la independencia de México desde una parroquia católica en Dolores Hidalgo, Guanajuato, en 1810; quizá olvida que esa fabulosa escritora jerónima que aparece en los billetes de doscientos pesos era religiosa católica; quizá olvida que el protagonista de la Constitución anticlerical de 1857, Benito Juárez, se rehusó a que su hija se fuera con el novio, del hogar paterno, si no se casaba por la Iglesia católica; quizá olvida que en la geografía mexicana hay ciudades y lugares tan poco laicos como San Luis Potosí, Santa Catarina, San Pedro Garza García, San Juan de los Lagos, Vera-Cruz, San Andrés Tuxtla, Ciudad del Carmen o las Islas Marías.
Habría que comenzar por renombrar al Palacio Legislativo de «San Lázaro», lugar en que operan los diputados que llevan nombres tan poco laicos como José, Guadalupe, Pedro, Jesús, Tomás, Andrés, María Isabel, Felipe, Teófilo, María, Teresa, Clara, e incluso apellidos como Cruz, Santana o Santamaría,
En el nuevo contexto, convendría ir pensando en alternativas civiles a fiestas de arraigo tan poco laico como el 1 y 2 de noviembre, el 12 de diciembre, el 6 de enero y el miércoles de ceniza; convendrá ir repensando un rebautizo para lo que podría comenzar a llamarse «Semana Laica» y «Laicidad», en lugar de Semana Santa y Navidad.
El otro día llamó a casa una chica que necesitaba ayuda económica para terminar la carrera. Le pregunté que cómo había dado con el teléfono y me respondió que se metió en internet a la página de la arquidiócesis y ahí dio con el directorio general. Me advirtió que no era creyente, pero que sabía que en la Iglesia le iban a ayudar… Creo que a mucha gente le pasa lo mismo: si tiene hambre no se va a la sede de un partido político de un «Estado laico» sino a una iglesia de esa religión católica zarandeada y vilipendiada por quienes hoy han comulgado en la restricción a imponer a una confesión que va contra la tiranía de la ideología sectaria.
«Mentiría –escribe Octavio Paz en El Laberinto de la soledad– si dijera que creo en la fertilidad de una sociedad fundada en la imposición de ciertos principios modernos». Muy cuestionable, entonces, aquello del «es voluntad del pueblo mexicano constituirse en República laica…».