A nadie se le escapa que los términos de este titular son sin duda novedosos, pero se nos escurren de las manos numerosos acontecimientos que deberíamos arrancar a nuestra pasividad. Como a casi todos nosotros se nos escapa la labor en pro de la Iglesia y todas las personas de buena voluntad que lleva a cabo el obispado de Alcalá de Henares (Madrid), como tantos otros obispados. Ofrecen numerosas ayudas gratuitas. Una de ellas, hemos sabido ahora, es el llamado Centro de Orientación Familiar (COF). Entre otros muchísimos servicios destaca por un esmerado acompañamiento a hombres y mujeres con atracción por el mismo sexo. Jóvenes y no tan jóvenes de toda condición social y procedencia, que se dirigen libremente al Centro en petición de ayuda.
Pero han (re)surgido esos (re)salientes lobbies gay que inventan odios donde no los hay. En los últimos años están al acecho de ese tipo de ayudas. Muy en especial, van a por el citado obispo de Alcalá, monseñor Reig Pla, que ha ganado ya todos esos pleitos. En el COF ofrecen ayuda, entre otras, a hombres y mujeres que dejándose arrastrar o por inconsciencia o el “dejar hacer” han acabado en el abismo de la droga o al borde del suicidio. En muchos casos son destrozados por ambientes perversos del inframundo de la corrupción, la droga y las prácticas satánicas que abusan de la debilidad en nombre de una pretendida libertad de ciertos hermanos nuestros. Incluso los fuerzan a la prostitución, o a ella se entregan a veces por el simple devenir de los acontecimientos, cosa que nos puede ocurrir a todos en cualquier momento. Hay casos de conversiones incluso de sacerdotes que vivían una doble o múltiple vida, eso que ahora se llama “personalidad múltiple”, que no es más que no tener personalidad, o peor. Porque la multiplicidad la niega o la rompe.
Ciertamente, tenemos que agradecer a Dios que sea como es, tan misericordioso, que nos ofrezca tantos dones en nuestro día a día. Ya ni los advertimos, porque vamos cegados por nuestro egoísmo y nuestro orgullo, nuestro ensimismamiento. Debemos agradecer a Dios que nos dé personas santas que con su labor anónima y callada están salvando al mundo de su oscuridad, poniendo amor donde hay odio y perversión. Luchando contra la destrucción de una sociedad que está al borde del colapso. Construyendo. Amando. Descubriendo la gracia de Dios en ellos mismos y en aquellos a los que ayudan. Con su mano tierna en las formas, pero firme en la santa doctrina.
¿Quién es más grande pecador? ¿El que cae o el que no cae pero deja caer? A menudo acusamos una miopía descomunal; “sexcomunal” podríamos llamarla, porque es el sexo implícito o enmascarado el que nos arrastra. Llegamos incluso a negar nuestro pecado tan a las claras y ni lo confesamos por cerrazón o vergüenza. O sí lo confesamos, pero no nos arrepentimos ni pedimos perdón, con lo cual seguimos igual o peor. Si no reparamos el mal y rectificamos, continuamos anclados en él, y llegamos a ver el pecado en nuestro prójimo, o nos lo imaginamos.
El pecado contra el sexo (que es contra el amor) es más dañino de lo que normalmente consideramos, por hábito propio o por inmersión en un ambiente tóxico. No nos engañemos, es el de nuestra cultura occidental. Es ese del sexto mandamiento un pecado que va a la raíz, que es la vida, y por este motivo se traduce tantas veces en aborto, que es la eliminación de la vida en su estado más inocente, el del no nacido. Nuestro sustento, nuestra esencia, nuestro primer derecho. Es un pecado que rompe con nuestras alianzas con Dios y nuestros hermanos los seres humanos. Nos violenta el ánimo y nos embrutece, nos endurece de manera que llegamos a perder los beneficios de eso que en teología se ha dado en llamar “ecología sexual”.
Por eso el pecado homosexual es en especial punible, pues no solo ataca la vida sino que la tuerce, la altera, la orienta hacia donde es contradictoria a sí misma. Porque de esas prácticas no puede surgir vida, pues no se da la necesaria complementariedad sexual natural dada y por tanto querida por Dios. Es necesario que entendamos de una vez, por el bien de todos, que una cosa es tener una tendencia, que es respetable y santificable, y otra muy distinta consumar el pecado, que, como todo pecado, merece castigo divino. Si no, no es pecado.
Demos, pues, gracias a Dios. Hay personas que, ayudadas por almas santas, desde esas lides nacen a una -en muchos casos- más sincera y más vigorosa vida sacramental que la nuestra. Llegando a una conversión más o menos gradual o radical a través del mal, en ellas se manifiesta el poder del Creador, que siempre saca bien del mal. El mal ha sido transformado en bien, y da, en ocasiones, mucho más bien que en otras personas o en las mismas personas de manera más radical que si no hubieran caído en ese mal. Agradezcamos a Dios que haya hombres y mujeres que han descubierto horizontes de superación y bondad que nosotros ni habíamos imaginado siquiera. Para ellos o para los demás. Y que ahora conocemos, aunque sea de oídas.
Así pues, respondamos todos a la gracia de Dios. Pasemos a la acción: ya sabemos algo que no sabíamos, por algo será. Tenemos que cambiar nuestro corazón, si es necesario, para acoger y acompañar a tantas personas que ahora, con la gracia santificante, quizás nos pasen delante en nuestra vida espiritual. Es la condición, esa gracia, que nos puede llevar al cielo, pregustándolo incluso en esta vida.
No es una entelequia. Son personas concretas que nos testimonian la anticipación de ese cielo, y nos demuestran que en la vida casi nada es inmutable. Que el amor, como expresión del Amor, todo lo puede. Y no solo debemos ayudar a esos conversos, sino a todos aquellos prójimos que nos crucemos de camino hacia la Patria celestial. Muchos tendrán sentimientos de amor desordenados, tanto si son hacia el mismo sexo como si no. Monseñor Reig Pla y su recia respuesta nos han mostrado esa verdad una vez más. El acoso a que es sometido desde hace años por parte de unos tales de los amenazadores lobbies gay nos ha demostrado que ese enredo está siendo vencido por el bien. Ciertamente admirable.
Como admirable es la ingeniosa y rápida respuesta que propinó el obispo auxiliar de Valladolid y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, a una supuesta “pregunta comprometida”. Estando en plena rueda de prensa posterior a la Asamblea Plenaria de los Obispos, descolocó a un joven entrado en años de la cadena de televisión española La Sexta. El periodista, con evidente tono irónico, le había preguntado algo así como “¿Cómo verían dar cursos contra el odio de los que ostentan homofobia?”.
El obispo, ni corto ni perezoso y sin inmutarse, le respondió de manera ejemplar. Su respuesta fue que “perfecto, todo lo que sea ir contra el odio es bueno”. Y aprovechó para redirigirle al periodista la pregunta transformada en algo chispeante. Más o menos: “¿Cómo se le puede llamar asaltar una celebración litúrgica como es una misa, con gritos, desórdenes y amenazas: ‘flores y pájaros’, ‘liturgiofobia’, ‘eucaristiofobia’?”... Porque, en realidad, ese es el origen del problema, donde está el mal condensado.
Lo que cuenta ahora es el asalto a la Iglesia. Ridiculizar. Amedrentar. Pues la Iglesia es, de hecho, la única que aporta auténticas resoluciones al jeroglífico. Como hemos sabido. Han sido esos mismos favorecidos por el COF los que han salido por propia iniciativa a la palestra. Lo han hecho para testimoniar en primera persona el bien que ha representado en sus vidas la ayuda del acompañamiento, y en casos, las conversiones de película. Han reconstruido vidas que se daban por, y estaban, rotas.
Ya vemos que el obispo, además de tener rapidez, ingenio y cintura, tiene mucho sentido del humor. Todos deberíamos aprender de él. Por lo menos yo. Porque he buscado esas palabras en el diccionario de la Real Academia, y no las he encontrado. Quizás las han borrado, como otros suprimen de escuelas y bibliotecas inocentes cuentos infantiles de siempre, por ser supuestamente machistas. Todo en nombre de la nueva religión de la ideología de género. Son nuevos tiempos, ya lo sabemos. Y el lenguaje es reflejo de la realidad que vivimos. Pero no decaigamos. Debemos ser positivos y mantenernos en forma, sin olvidar las bendiciones que nos dedica nuestro Padre eterno. Como recordó el Papa en una reciente audiencia general de los miércoles: “Aunque pasemos por momentos difíciles, debemos recordar siempre que la vida es una gracia”. ¡Gracias, Papa!