“No quiero volver a escuchar la palabra ‘género’”
Uno de los primeros abanderados transexuales me dijo esto en una conversación privada. No insistí para pedir más explicaciones, porque la situación era delicada, pero es cierto que el “género” es una especie de fuego fatuo que flota libremente en torno a nuestra vida corporal en una forma que puede ser perturbadora y abierta a la manipulación.
Puede variar no solo con la persona, sino con el estado de ánimo. Un amigo mío bisexual, y en consecuencia felizmente casado con una mujer fuerte, alternaba entre machismo [en español en el original] y afeminamiento, un aspecto de sí mismo que a veces exageraba para hacer reír.
El sexo biológico de una persona es estable y averiguable mediante pruebas científicas claras. Impregna cada célula de nuestro cuerpo, en nuestros cromosomas. Nuestros órganos sexuales y nuestra estructura corporal están vinculados a él, incluidos el cerebro y la estructura muscular.
El “género” es un término que señala lo que implica la diferencia sexual para personas y sociedades distintas. Tiene que ver con lo “masculino” y lo “femenino”. Sociedades diferentes tienen concepciones diferentes sobre lo que se supone que son comportamientos adecuados de hombres o mujeres. Dada la importancia que tiene la diferencia sexual para nosotros (por estar ligada al comportamiento sexual y a la reproducción), la gente se preocupa profundamente por su masculinidad o feminidad y sus sentimientos a veces entran en conflicto.
En la adecuación entre el sexo de un niño y el comportamiento del niño solía admitirse bastante flexibilidad. Una amiga mía creció siendo un “marimacho”. Cuando los profesores decían “los chicos por aquí y las chicas por allá”, ella solía ir con los chicos. Pero cuando tuvo la primera menstruación y sus hormonas llamaron a la puerta, comprendió que era una niña y comenzó a sentir y actuar en formas más “femeninas”.
Y a los chicos que no se dedicaban a actividades “masculinas”, como el fútbol, tampoco necesariamente se les condenaba. Podían destacar de otras formas: dirigiendo el periódico del colegio, o jugando al ajedrez o cosas similares. Aunque, según mi experiencia, los chicos tenían menos margen. Por ejemplo, un chico que escribiese poesía era considerado un “mariquita”, y podía a veces ser empujado a la homosexualidad por pensar que no era “un hombre de verdad”.
Como mujer tuve que luchar contra lo que se consideraba femenino. Según señalan las feministas, los papeles que se esperaban de mí a veces parecían limitantes. Por ejemplo, no podía pedirle a un chico que bailase conmigo, sino que tenía que esperar a que él me llamase. Mi madre quería que yo fuese un tipo de chica “femenina” a quien le gustase llevar vestidos bonitos, rizarse el pelo, etc., aunque yo prefería ropa cómoda que me permitiese hacer cosas como trepar a los árboles.
Lo masculino y lo femenino adquieren a veces una especie de significado cósmico o espiritual, como en el ying y el yang del taoísmo. El Fausto de Goethe decía que “lo eterno femenino nos eleva”, y la Beatriz de Dante cumplía ese tipo de papel.
A veces, a las mujeres se les asignan roles menos eminentes: la mujer como la tentación sexual que hace descender a los hombres desde las alturas espirituales a la carne. A las mujeres victorianas se les atribuía el papel de “ángel del hogar” y se las animaba a ser delicadas y dependientes. La buena esposa judía del libro de los Proverbios era enormemente fuerte y emprendedora, llevaba un pequeño negocio y cuidaba a los pobres. Hay culturas en África donde se espera que las mujeres lleven a cabo las duras tareas agrícolas.
Así que, ¿en qué consiste el “género”?
Es evidente que a chicos y chicas les atraen a veces comportamientos que la cultura o subcultura en la que crecen no considera propios de su sexo. Todos tenemos que hacer las paces de alguna manera con la cultura que nos rodea. Comprender lo culturalmente relativas que son las ideas de “lo masculino” y “lo femenino” puede ayudarnos a liberarnos de la tiranía de las expectativas de los demás.
El chico que escribe poesía puede consolarse pensando en el papel del caballero sabio en la cultura china y en el hecho de que, si hubiese nacido allí, habría sido plenamente aceptado y afirmado como hombre. El rey David, con todo lo que tenía de feroz guerrero, también escribió salmos y poemas.
Por supuesto, el “género” y el sexo están relacionados, en el sentido de que el género se refiere al significado que atribuimos a la diferencia sexual frente a cualquier otra diferencia entre personas. Y quienes se ajusten a los estereotipos culturales preponderantes de lo masculino y lo femenino tendrán más fácil atraer a una pareja.
Pero el problema de quienes sienten que no son realmente hombres o no son realmente mujeres porque no se ajustan a estos estereotipos es que el ideal que tienen de lo que es masculino o femenino es culturalmente relativo y a veces incluso estúpido.
En cierta ocasión, mi suegra entrevistó a un montón de travestis para un reportaje periodístico y observó que la idea que tenían de ser femeninas era la de ser una “señorita” de la generación de sus madres. Y lo mismo con otros estereotipos culturales muy locales de la “feminidad”.
No debemos sacar la conclusión de que, puesto que los roles de género son variables, nuestra identidad sexual también es variable. Persiguiendo una idea quimérica de feminidad o masculinidad a través de la cirugía o las hormonas, estamos desperdiciando algo estable en nombre de algo que no puede anclarnos a nuestra realidad corporal.
Publicado en MercatorNet.
Celia Wolf-Devine, católica y activista provida, es profesora emérita universitaria de Filosofía.
Traducción de Carmelo López-Arias.