Los homosexuales han sido a lo largo de la historia y casi en todas partes rechazados e incluso maltratados y perseguidos. Se actuó en muchos casos contra ellos de manera injusta. No se respetó la dignidad de la persona, de toda persona, ni se tuvo en cuenta que son hijos de Dios como los demás.
Que lo anterior haya cambiado en las últimas décadas y que rechacemos la violencia contra los homosexuales y se evite su marginación es positivo. Posiblemente son hoy pocas las personas que no condenan la agresión a los homosexuales en el caso de que se produzcan, pero lo que estamos viendo en los últimos años y de forma creciente no es un estímulo al respeto a las personas de aquella tendencia, sino una promoción abierta, potente, programada y financiada desde las instituciones, del homosexualismo. Incluso se llega al extremo de demonizar a los heterosexuales.
Periódicos y televisiones van llenos de informaciones y de anuncios pro LGTBI+, incluso pagados por gobiernos de todos los niveles; en los balcones de muchos ayuntamientos ondea la bandera arco iris; en no pocas escuelas no solo se enseña a respetar a las personas que sienten atractivo por otros de su mismo sexo sino que se estimula la homosexualidad, instando a los niños en esta línea y a probar todo tipo de experiencias sexuales. Bastantes empresas muestran en sus anuncios una y otra vez parejas homosexuales.
Se publican supuestas estadísticas o encuestas que elevan a un alto porcentaje los homosexuales sobre el conjunto de los ciudadanos. A lo largo de los años habíamos asumido que los homosexuales podían ser en España el 2 o 3 por ciento de la población, pero una reciente encuesta daba que España es el segundo país del mundo con mayor porcentaje de homosexuales, alcanzando el 14 por ciento de la ciudadanía. Son porcentajes increíbles, pero que hacen su mella entre muchas personas carentes del menor sentido crítico o atisbo moral. Ha aparecido en prensa incluso algún supuesto estudio que concluye que no existen personas heterosexuales.
En casi todas partes se dictan leyes pro LGTBI+, se crean institutos o departamentos oficiales para defenderlos y promoverlos, y sus entidades están muy bien financiadas.
Muchos homosexuales se exhiben de manera impúdica, en no pocos casos incluso provocativa. Los del lobby gay tienen una perfecta organización y cada supuesta agresión, aunque no pase de un simple reproche por parte de algún ciudadano, es denunciada públicamente y ocupa amplios espacios en los telediarios y en las páginas de los rotativos. Ni que decir de la proyección pública de las jornadas (¡el mes!) del orgullo gay, en el que se mezclan un inmenso mal gusto y un loco desenfreno, y son muestra de que disponen de amplios recursos.
Uno a veces se cuestiona a quién puede interesar la promoción de la homosexualidad, hacer penetrar en el tejido social y en la mente de todas las personas este homosexualismo que va mucho más allá del respeto a cualquier individuo, al margen de su orientación sexual. Creo que es algo satánico, obra del diablo. Éste promueve todo cuanto haga daño al ser humano y lo aparte de Dios. No se manifiesta abiertamente, de forma similar a como actúa en otros campos, pero, en primer lugar, el homosexualismo es un instrumento para la erosión de la familia, la célula básica de la sociedad. Si aquella se deteriora, todo va a peor, como desea Belcebú. También puede servirse en este caso de los movimientos promotores de la disminución de la población y del decrecimiento global, entre los que no faltan algunos ecologistas. A más homosexuales, en principio, menos niños.