Es sabido hasta qué punto los cristianos tuvieron parte en la reconstrucción material y espiritual de la Europa arrasada tras el final de la Segunda Guerra Mundial. En aquellos años durísimos Europa pudo emerger no sólo como un conjunto de naciones definidas por la historia, también como un ideal de vida en común afirmado en sus hondas raíces cristianas, en la democracia y en la necesidad de desterrar para siempre los conflictos que por dos veces la habían llevado al borde de la aniquilación.
El pasado fin de semana, en el curso de la reunión sostenida en París por la plataforma prepolítica One of Us, uno de los ponentes hablaba de una doble imaginación de Europa, bien arraigada a lo largo de los siglos: la que busca la universalidad y el cosmopolitismo, y la que, por el contrario, enaltece el valor de lo pequeño y del propio terruño. En estos tiempos de globalización económica y cultural, esta última tendencia ha encontrado, en la vigencia de la nación como ámbito idóneo para la expresión de la comunidad de ciudadanos que debe ser el Estado, un instrumento de enorme fuerza sentimental y política que oponer a la primera. Hoy Europa no se debate como hace ochenta años entre las ansias de dominio de ideologías criminales, pero no deja de tener problemas acuciantes que amenazan su futuro, desde la brutal crisis demográfica a la inmigración incontrolada o el islamismo, todos ellos ligados entre sí.
En las elecciones europeas del 26 de mayo van a chocar dos formas muy distintas de enfocar y resolver estos problemas, hoy tan irreconciliables que pueden acabar destruyendo la posibilidad de un futuro común. Me pregunto si no será de nuevo el destino providencial de los cristianos el favorecer un diálogo entre las partes sobre la base de la común raíz judeocristiana de ambas imaginaciones en disputa. Pero esa raíz común, tan deteriorada por décadas de prevalencia del relativismo y las ideologías destructivas, debe ser reconstruida mediante la afirmación de los valores que, precisamente, One of Us ha proclamado en su manifiesto fundador: familia, vida, dignidad de todo ser humano, libertad de pensamiento, expresión y educación. En suma, promoción de "la vida humana en todas sus dimensiones, devolviendo la fuerza a los principios e ideales que dieron lugar al nacimiento y a la continuación de la civilización europea". Qué inmensa e inaplazable tarea.
Publicado en el Diario de Sevilla.