Mientras no se dé a los jóvenes las respuestas verdaderas y adecuadas a las búsquedas, esperanzas y anhelos más hondos y genuinamente humanos de verdad y bien que hay en ellos, no se habrá superado la emergencia educativa en la que nos encontramos. Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la organización y ordenación de la sociedad, el conjunto de leyes y normas que la vertebren, es la Iglesia, son los jóvenes mismos también, los que han de ofrecer la respuesta: ofrecer la verdad del hombre que ellos andan buscando, aquello que es bueno, justo, y valioso en sí y por sí mismo, lo que les puede hacer felices de verdad y vivir con esperanza, lo que les puede conducir a ser libres, a vivir la verdad en el amor y a descubrir la inmensa grandeza de ser hombre, la dignidad de todo ser humano, lo que les ayude a aprender el sentido hondo que tienen palabras como «paz, amor, justicia», lo que les llene y les arranque de la cultura del vacío o del nihilismo ambiental y de los sucedáneos, o del «cáncer» ambiental del relativismo y de su dictadura.
Con demasiada frecuencia, ni desde las familias, ni desde los medios de comunicación, ni desde la misma sociedad en la que viven, ni desde determinados ordenamientos jurídicos, ni desde otras y fundamentales instancias educativas, quizá no se les está ofreciendo a los jóvenes satisfactoria y suficientemente una visión del hombre que responda a la verdad de ser hombre, ni un horizonte moral con principios, valores y fines universales y válidos en sí y por sí que permitan al hombre existir en el mundo no sólo como consumidor o trabajador, sino como persona humana, capaz y necesitada de algo que otorgue a su existir dignidad y sentido, responsable ante el mundo, ante los otros, ante sí y ante Dios. ¿Por qué no preguntarse a dónde conduce una sociedad y una cultura, una «matriz educativa ambiental», donde Dios no cuenta y donde a los niños y a los jóvenes se les está haciendo ver y pensar que la realidad de Dios es superflua?
Es la hora de una gran responsabilidad de todos. La familia, los medios de comunicación, las instituciones escolares, las fuerzas sociales, los poderes públicos, la Iglesia, todos y cada uno tenemos una responsabilidad en la educación. Cultivar y promover la verdad de la familia, promover y defender la vida y la dignidad de todo hombre en cualquier momento y circunstancia de su existencia, cuidar lo que se ofrece indiscriminadamente en ciertos programas de medios de comunicación, promover una cultura de responsabilidad en el bien común, promover adecuadamente una sociedad justa y solidaria, ofrecer modelos de existencia humana que contribuyan a la verdadera educación, etc. es algo que a todos nos implica siempre y particularmente en los momentos de emergencia educativa que vivimos.
Todos debemos hacer el esfuerzo, en unidad; todos somos responsables. Y responsables deberíamos sentirnos todos también ante la delicada situación por la que atraviesa nuestra España. ¿No es ésta la hora del esfuerzo común, de aunar las fuerzas sociales, de encontrar y aportar soluciones para superar juntos lo que podríamos calificar de «emergencia» en el proyecto común histórico que somos? No es la hora del «sálvese quien pueda», sino de «entre todos» reflotemos la barca y reemprendamos la travesía con nuevos y esperanzados bríos. Esto exige también responsabilidad común en la verdad de la educación.
*Publicado en el diario
* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de para el Culto Divino y de los Sacramentos.