Delante de este panorama, la gente de bien, lejos de pretender hacer historia, ve venirse el Fin del Mundo. Pero que no se engañen tampoco por poca instrucción religiosa y también cultural. Es, en buena parte, culpa nuestra, no exclusivamente suya. Deberíamos haber reaccionado antes, no solo con la sonrisita, sino dando la mano y educando como necesita una persona ser educada en las distintas etapas de la vida, que nunca es haciendo lo que le viene en gana. Por eso, no los alarmemos ni nos alarmemos nosotros tampoco, y amemos, porque “Dios es amor” (1 Jn 4,8), y nosotros debemos seguirle.
Ciertamente el mundo está mal y debemos repararlo, pero reparando primero por nuestros propios pecados y recomponiendo todo aquello que se ha descompuesto ante nuestra pasividad. Pues, a pesar de las apariencias, ninguno de nosotros es perfecto, y el mundo se ha degenerado con tanta podredumbre. Surgen radicalismos políticos y culturales por doquier ofreciéndonos la panacea a todos nuestros problemas, porque parece ser –según nos aseguran- que en sus encantos está la solución. Nacionalismos y supranacionalismos utópicos (digo utópicos), ecoteologías (pseudorreligiones), animismo (herético), gnosticismo (posmoderno)...: un revoltijo que con el merengue de la Nueva Era (sincrética) pretende comernos el tarro.
Ahora resulta que, de repente, hemos descubierto lo que la Iglesia viene advirtiendo hace dos mil años. Ahora que nos encontramos con la soga al cuello mientras sube el nivel de la cloaca, y con él la adrenalina. Porque la Iglesia no es ajena en absoluto a ese merengue; también en su seno hay revoltijo, como vamos viendo.
En este momento en que la realidad nos reclama nuestra acción e implicación, los hay mieducos que se retiran de la lucha y abandonan las buenas obras, olvidan proyectos renovadores y postergan decisiones vitales por miedo al qué sucederá, o por aquello de “como no hay solución, y todo pasará igual, yo, a la buena vida”... y con ello erran el camino.
Pero, ¿hay solución? ¡Sí, la hay! ¡Yo la tengo! ¡Hazme caso! ¡Escúchame! Trabájate, no te pares. Deja de reiterar en tu pecado, conviértete de una vez, no engañes más a Dios y a tus hermanos. Perfecciona tus talentos, que son una de las armas con las que te ha bendecido tu Creador. Mantén limpia y fuerte tu alma bebiendo del sacramento de la confesión y la eucaristía, como parte del legado de Dios, tu Creador: son los sacramentos que Jesucristo instituyó pensando en ti, en los cuales convergen todos los demás. ¡Tú puedes ser el nuevo Noé! Tantos y tantas pueden y podemos serlo. Pero para eso no debes atrincherarte, sino acogerte con tus hermanos en la Iglesia y salir juntos afuera, a crear e impulsar el “hospital de campaña” por el que clama el Papa Francisco, agarrado a las manos del Sucesor de Pedro, diga lo que diga y vaya adonde vaya. Él es el Cabeza de la Iglesia, por orden de Jesucristo (Mt 16,18).
Te advierto una cosa, ese es mi secreto: el mundo acabará un día de todas formas, pero, si queremos que acabe bien y salvar el pellejo (para toda la eternidad), debemos mantenernos firmes en la fe y en las obras: “fe y obras”, reclama el apóstol Santiago en su Carta (St 2,17-18). Por tanto, debemos cumplir nuestra obligación, que es ejecutar la voluntad de Dios, que nos ha sido explicitada en la persona de Jesucristo, para instituir en el mundo el Reino de Cristo, como antesala del Reino celestial de la eternidad.
En algún artículo advierto de la evidencia de que estamos viviendo el Fin de los Tiempos del que hablan Jesucristo y el Apocalipsis y tantas apariciones marianas, pero de ninguna manera es el Fin del Mundo. Primero tienen que pasar muchas cosas. La más importante es el colofón: la implantación del Reino de Cristo en la Tierra. Lo asegura San Pablo: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman. A nosotros, en cambio, Dios nos lo reveló por medio del Espíritu” (1 Cor 2,9-10).
Llegó la hora: dejemos hablar al Espíritu en nosotros, y todos hablaremos el mismo lenguaje... y nos daremos la mano y abrazados lloraremos de alegría. Hasta nos la besaremos. Pasará la tormenta, y el mundo seguirá. Pero, estate cierto, quedará en manos de aquellos que se hayan mantenido sin claudicar, firmes en la lucha. ¡Tú puedes ser un nuevo Noé! Y corearemos juntos “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Sal 118,26). La consigna la tenemos al final del Apocalipsis, para acabar bien la Historia... y tanta historieta barata. Gritemos, al fin, todos a una: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apc 22,20).