Andalucía es una de las regiones –nada de nacionalidad ni mandangas estúpidas por el estilo- con mejores condiciones naturales de toda Europa. Su clima, con muchos días de sol, es, en general templado aunque variado, desde cumbres nevadas a los espartales resecos de Almería. Las zonas de cultivo de toda clase de productos mediterráneos son enormes. No escasea excesivamente el agua, salvo en el extremo oriental. Tiene la mayor longitud de costas de España, con numerosas y excelentes playas y gran número de puertos marítimos. La población suele estar concentrada mayormente en pueblos y ciudades de tamaño medio o grande, lo que facilita mucho la prestación de los servicios públicos. Las comunicaciones son de las mejores del territorio nacional. Finalmente, el andaluz es un tipo imaginativo y despierto, que se abre camino fácilmente allá donde va..., menos en la propia Andalucía, cuna de emperadores, grandes santos, insignes teólogos y filósofos.
 
¿Qué ocurre, entonces, en el viejo reino de Tartesos –lo escribo con una sola ese deliberadamente-, avanzadilla de la civilización greco-romana en la Península ibérica, para haber caído al último lugar –junto a Extremadura, no por casualidad gobernado también por socialistas- de las taifas españolas actuales? ¿Consecuencia de la herencia musulmana, más dada a la sensualidad que al duro esfuerzo del trabajo productivo? No quiero irme tan lejos, sino fijarme en las causas mucho más próximas que determinan esta situación.
 
Dos son, a mi juicio, los motivos que actualmente ocasionan el retraso económico andaluz, la rémora andaluza, podríamos decir con mayo propiedad: el subvencionismo y la satanización de la actividad empresarial. Vayamos por partes. Las subvenciones, los subsidios, las «ayuditas» de cualquier clase, como la beneficencia, porque beneficencia, aunque de origen político, crea dependencia, igual que las drogas. Que se lo pregunten si no, a los peliculeros. ¿Qué el cine español es pura basura, bazofia soez y panfletaria? Bueno, ¡y qué!, si con la droga de las subvenciones se vive tan ricamente. Una droga inmoral que mata la dignidad personal, la autoestima, el estímulo creativo o laboral. Con el PER, la PAC o lo que sea, nadie se hace rico, pero aún exigen menos, en realidad no exigen nada a cambio, de manera que con estas dádivas («ya sabes a quién tienes que votar si quieres seguir cobrándolas») y alguna chapucilla bajo cuerda, se puede ir tirando. Ya lo dijo aquel chaval del chascarrillo, que contaba Antonio Burgos, si no recuerdo mal. «Oye, niño, tu padre en qué trabaja». Respuesta: «En el paro». Entonces, para qué esforzarse más si tampoco sale uno de pobre.
 
Además de lo dicho, los políticos demagogos andaluces que ocupan y esquilman el poder desde tiempo «inmemorial», en lugar de estimular las iniciativas personales, la actividad empresarial, el trabajo productivo, «como son de izquierdas» se han dedicado a satanizar a «la patronal», a los emprendedores, a los que crean de verdad empleo provechoso. Para ellos, sólo lo «público» merece consideración: empleo «público», actividad «pública», negocios «públicos», como los que se trajinan estos demagogos profesionales. Todo muy público, pero los beneficios muy particulares, muy personales de los sujetos que están en la pomada. Pero en ello no están sólo los políticos, sino que hay una verdadera legión de propagandistas de lo «estatal». La Universidad pública es otro foco de irradiación estatalista, así como los «intelectuales», normalmente orgánicos, en la medida que existan, la mayoría de los medios informativos, los teatreros del Sur, y no hablemos de los sindicaleros apesebrados, verdaderas sanguijuelas de los impuestos que pagan otros, porque si tuvieran que vivir de las cuotas de sus afiliados, los veríamos pidiendo limosna y haciendo cola en los comedores de Cáritas o de los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca. Extraños «agentes sociales», que sólo se representan a sí mismos, un verdadero ejército de generales sin soldados, que condicionan la política económica de allí donde meten baza, sin dar un palo al agua ni representar a nadie.
 
Como consecuencia de todo ello, a nadie puede extrañar que la máxima aspiración de la inmensa mayoría de los jóvenes andaluces sea la de conseguir una «plaza», por modesta que sea, en cualquiera de los innumerables organismos oficiales y a sestear mientras la ubre pública no se agote. En tales condiciones, ¿cómo no van a ser pobres los andaluces?, aunque no todos, ni mucho menos. Y por el camino que vamos acabaremos todos igual, o sea, España entera en el furgón de cola de Europa, gracias a los bizarros defensores de «lo social», es decir, los repartidores del dinero ajeno, auténticos salteadores de caminos modernos, pero con la Guardia civil de su parte, según las órdenes de «arriba».