Buena parte de mi vida sacerdotal la he dedicado a la enseñanza de la asignatura Religión y Moral Católica en diversos Institutos de Enseñanza Media de mi ciudad de Logroño. Es lógico por ello que las cuestiones educativas me interesen de modo especial. Entre mis compañeros, y hago especial referencia a los que no compartían mis ideas, he encontrado de todo: gente con la que podías dialogar y hasta ser buenos amigos y quien te rechazaba por el hecho de ser sacerdote.
Pero ahora me voy a referir al problema nacional de las relaciones entre el Partido Socialista y la Iglesia católica. Éstas nunca han sido fáciles, con sus más y sus menos, pero creo también que nunca han sido tan malas en nuestra democracia como en la actualidad, especialmente desde que el Partido Socialista necesita de los votos comunistas para seguir adelante, y esto pasa tanto a nivel nacional con la Ley Celaá como a nivel provincial, donde al menos a nivel de Comunidad Autónoma está habiendo serios problemas para la renovación del Convenio sobre la clase de Religión, según nos informa la prensa local y un comunicado de la diócesis, ya publicado en Religión en Libertad.
Para mí este problema es sobre todo una cuestión de ideas, pues el encontronazo se da entre una concepción basada en los principios laicistas y los que creemos que la educación debe estar al servicio de la verdad y el bien, y tiene como objetivo un proceso de maduración o de crecimiento y construcción de la personalidad, y como lo que da sentido a la vida es el amor, educar es transmitir lo mejor que uno ha adquirido a lo largo de la vida, lo que supone fundamentalmente enseñar a amar. Educar es, ya desde la infancia, sembrar ideales, formar criterios y fortalecer la voluntad, pues todo aprender supone un esfuerzo. La educación ha de ser integral, es decir, afecta a todas las dimensiones humanas, como lo racional y afectivo, lo intelectual, lo religioso y moral, lo temporal y lo trascendente. La función de la educación no es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, sino formar el carácter y ser una auténtica educación para el amor.
Las asociaciones laicistas en sus frecuentes comunicados nos hacen saber que lo que ellos defienden es una escuela y enseñanza pública, igualitaria, laica, democrática, gratuita y universal. Veámoslo.
Pública: Pero la Constitución reconoce en el artículo 27.6, el derecho a “la libertad de creación de centros docentes”.
Igualitaria: Si los padres desean que sus hijos estudien en un colegio con separación de sexos. ¿no tienen derecho a ello en virtud del artículo 27.3 de la Constitución? Sobre todo cuando tenemos el ejemplo de la propia ministro Celaá, que envió a sus hijas a un colegio concertado religioso de educación segregada -como dicen ellos en su jerga-, es decir, sólo para alumnas.
Laica: Este es el punto central, pues el objetivo fundamental de los laicistas es expulsar la Religión de la escuela, aunque se cause un gran daño a la formación humana y cultural de los jóvenes, al erradicar de la educación la dimensión religiosa (por tanto ya no es una educación integral), así como manteniéndoles en la ignorancia de temas sobre los que todo el mundo discute. Pero es que los laicistas intentan imponernos su modo de pensar, su ideario y valores, que tantos desastres y genocidios han producido, como hemos visto en el siglo pasado y hoy con el aborto y la eutanasia. Unamuno ya los describió certeramente cuando dijo: “En Francia no se puede pensar libremente. Hay que ser librepensador”. La libertad religiosa, que es un derecho humano (Declaración de Derechos Humanos art. 16.1), además, queda malparada, al intentar desterrarla de la enseñanza pública. Les mueve el odio a la Iglesia, incluso cuando va contra sus intereses, ya que un puesto escolar en la concertada sale al Estado mucho más barato que en la pública. Por supuesto, unos padres que no deseen una educación religiosa para sus hijos están en su perfecto derecho.
Democrática: Pío XI, en su encíclica Mit brennender Sorge, rechaza las teorías nazis sobre educación. El problema es que los laicistas dicen exactamente lo mismo que los nazis, al no reconocer los derechos educativos de los padres, y todavía tienen el valor de llamarnos fachas. Oponerse a la Constitución (art. 27.3) y a la Declaración de Derechos Humanos (art. 26.3) y coincidir con los nazis es una curiosa manera de ser demócratas.
Gratuita: La manera como los padres puedan ejercer sin restricciones su derecho a educar a sus hijos según sus convicciones es que toda la enseñanza esté subvencionada, pues de ese modo tendrían auténtica libertad de elección.
Universal: Aquí estamos de acuerdo. La enseñanza debe ser universal.
Si quiere puede recibir las mejores noticias de ReL directamente en su móvil a través de WhatsApp AQUÍ o de Telegram AQUÍ