Qué catetos, los globalistas. No hablo ahora de los cursis del cosmopolitismo, que se sienten ciudadanos del mundo sin percatarse del oxímoron. Se es ciudadano de una ciudad o pueblerino de un pueblo, como yo, sin que eso quite que uno pueda estar la mar de contento con el cosmos. Un árbol se arraiga en sus raíces y se abre en sus ramas, mientras admira las nubes que pasan y aplaude a las que llueven. Confundirlo todo puede resultar fotogénico y sinestésico y nada más. Aquí vengo a hablar de una catetez más tangible.
Los globalistas se limitan a criticar al mundo occidental, a desdeñar nuestro patriotismo, a gritar contra nosotros mismos y a menospreciar nuestro (pequeño) mundo. El multiculturalismo es monocultural. Sólo aplica en los países de tradición cristiana.
Ante la falta de libertad en China no dicen ni mu. Son asuntos internos. Ante la matanza de cristianos en Nigeria, ni un gesto, porque nada. Ante la flagelación en Irán de la bellísima y valiente Roya Heshmati por haberse fotografiado sin velo, ni una fiebre feminista, que allí allá ellas, que, en general, están conformes o, al menos, calladas. La preocupación climática tampoco es global, aunque China (de nuevo) e India contaminen a todo lo que dan.
Quiero entenderlo más que criticarlo. Además, yo tengo una simpatía innata y, por tanto, vetusta por las boinas. Pero ¿por qué los progresistas y modernos multiculturalistas son así? Pues porque, en el subconsciente, se saben los descendientes directos, aunque no demasiado legítimos, de la civilización cristiana. Saben que sus críticas nada más que tienen caldo de cultivo en una cultura de la racionalidad, el examen de conciencia y el cuidado de la víctima. Las otras civilizaciones son refractarias a sus discursos indignados. Tienen razón cuando dicen: “Es su cultura”.
Curiosamente, el cristianismo es o era y será siempre mucho más globalista. No como ideología, Dios nos libre, sino como propuesta para todos los hombres. El proselitismo, el apostolado, la predicación y los maravillosos misioneros sí creían en un mensaje para el mundo entero y allá que se iban, ni cortos ni perezosos. El alma humana y su fe en la razón eran globales. En este sentido, el título del estupendo documental de José Luis López-Linares está muy bien tirado: La primera globalización. Las otras han sido más técnicas y más parciales. La woke está muy limitada en lo que a globalidad se refiere.
Publicado en Diario de Cádiz.