El ansiado Desayuno Nacional de la Oración celebrado en Washington pasó de ser un acto desconocido e intrascendente para nosotros a un prime time del presidente como creo que había soñado. Por ello, en este artículo no voy a focalizar su incoherencia – o su oportunidad, según quién lo analice -, sobre la que ya corren ríos de tinta desgastada. Más bien quiero darles mi opinión sobre quien sonríe al mundo como si estuviese en un spot publicitario. Me refiero, como no, al presidente de los presidentes, al benefactor del beatitud por el que Zapatero fue capaz de renunciar a sus más firmes – y respetables, aunque no coincidamos – ideales agnósticos. Hablo de Barack Obama.

Me molesta terriblemente la hipocresía estadounidense. Me molesta terriblemente que tengan ese God bless America como muletilla inconsistente para todo. Me molesta terriblemente que inmiscuyan a Dios en todas sus acciones, no porque esté mal que lo tengan presente, sino porque políticamente lo utilizan para parapetar decisiones a veces abyectas. Me molesta terriblemente que una asociación secreta llamada La Familia, según me enteré estos días – ¡Dios me libre de saber algo de ellos más de lo que sé! -, se enaltezca con un mensaje religioso que pierde cualquier tipo de credibilidad cuando invitan como orador a un renegado contra Dios – y sin ánimo de redimirse – y encima lo presenten como un conciliador de Credos en su país. Cualquier tipo de confesión, asociación o grupo religioso que haga esto queda deslegitimado ante el mundo.

Pero sinceramente no creo que este circo político - religioso sea ajeno al presidente de los EE.UU. No creo que él no haya sido el instigador de una invitación tan inocente, tan cargada de simbolismos. Más bien creo que Barack Obama actúa como José Luis Rodríguez Zapatero, pero con más tino. ¿Acaso a Obama le importa algo la religión? A la luz de estos actos, tengo mis dudas.

Debemos tener en cuenta que poco importa las veces que mencione a Dios en sus discursos. Esto en EE.UU lo debe hacer todo aquel que quiera gobernar, y por supuesto de la mano de su esposa y sus hijos – solo hay que recordar a la paciente y astuta Hillary Clinton y a su humillado esposo noqueado por una becaria-. Poco importa que haya escrito «La audacia de la esperanza», donde confiesa su sometimiento a la voluntad del creador. Poco importa su pertenencia a la Trinity United Church of Christ, iglesia baptista de Martin Luther King, más allá de que haya tenido que hacer frente a sospechosas críticas de un pasado musulmán que desde luego lo enviaban a años luz de cualquier cargo político. Nada de esto importa si su política a favor del aborto es tan clara y abierta. Es más, acaba de anular una ley que prohibía la financiación de programas que promueven el aborto con fondos estadounidenses. Es más, es favorable a la interrupción del embarazo en los tres últimos meses de gestación, eso sí, cuando corra riesgo la vida de la madre, más allá de que la Asociación de Médicos y Cirujanos de Estados Unidos reconociese en el año 2003 que «no existe circunstancia alguna en la cual el aborto por nacimiento parcial sea necesario para salvar la vida o preservar la salud de una madre».
 
Poco importa su «talente» conciliador, supuestamente dispuesto a aceptar credos de todo tipo, que crezcan las flores, que las mariposas vuelen y los coros de góspel repiquen, pero sin que la Iglesia se inmiscuya para nada en cuestiones de Estado, que desde su plena y absoluta sabiduría debe arbitrar él solo.
 
Creo, estimados y amables lectores, que aunque las situaciones española y estadounidense son muy diferentes religiosamente hablando – lamentable o afortunadamente, no me atrevería a decirlo -, el perfil del presidente Obama y el perfil del presidente Zapatero no distan mucho de encontrarse. Quién sabe, quizás Leire Pajín tuviese razón y se trate de una coincidencia interplanetaria. No lo sé. Lo que sí sé es que el colofón de proponer a nuestro presidente para un desayuno de oración sintoniza con una serie de acciones manifiestamente anticristianas.
 
Quizás, a la sociedad política estadounidense, habituada a la hipocresía y a la apariencia religiosa, no le importe que Barack Obama quede evidenciado ante el mundo creyente. Sin embargo, aquellos estadounidenses que conocen bien los actos de su presidente – y los sufren - puedan sentirse algo indignados.
 
No como nosotros, ya resignados a esperar que termine su imperio.
 
www.javierariasartacho.es