Era Jean Vanier un adolescente cuando un día de 1942 le dijo a su padre que quería ingresar en la Academia Naval de Dartmouth para iniciar una carrera en la Armada británica. Georges Vanier -héroe canadiense de la Primera Guerra Mundial reconvertido en diplomático- le dio el visto bueno. Esa señal de confianza fue suficiente para decidir que su vida no iba ser rutinaria. Tenía todo para serlo, pues el estatus paterno y la fortuna familiar de su madre les garantizaron, a él y a sus cinco hermanos, una infancia despreocupada, pero con un importante elemento diferenciador: la profunda fe católica que guiaba al matrimonio Vanier. Sin ir más lejos, el padre Almire Pichon, que inculcó a Jeanne Vanier la espiritualidad del abandono total de uno mismo en manos de Dios, fue uno de los últimos confesores de Santa Teresa de Lisieux.
Sólidos principios que ayudaron al joven Jean a superar con holgura la dureza de una vida castrense que también le proporcionó gratos recuerdos, siendo uno de los guardiamarinas que integraban la tripulación del HMS Vanguard, el buque en el que los reyes Jorge VI e Isabel viajaron, acompañados de sus hijas, a Suráfrica en el invierno de 1947; un día tuvo el honor de ser pareja de baile de la princesa Margarita. Sin embargo, sus inquietudes intelectuales y espirituales eran lo suficientemente profundas como para dejarse llevar por una clásica existencia terrenal. Por eso, tras dejar la Armada, se trasladó a Francia -donde su padre había sido nombrado embajador- para discernir su futuro. Tras residir en varios conventos y vivir un año como eremita en un paraje normando, sin luz ni calefacción, su camino se cruzó con el del dominico Thomas Philippe, que le animó a doctorarse en Filosofía, tarea que completó con una tesis sobre Aristóteles.
Jean Vanier nació en Ginebra el 10 de septiembre de 1928 y falleció en París el 6 de mayo de 2019. Marino de guerra, profesor de filosofía, la creación de la Comunidad del Arca y su forma original de relacionarse con los disminuidos físicos le proyectó a la fama planetaria, dentro y fuera de los ambientes católicos.
Se trasladó a Canadá –donde desde 1959 su padre se desempeñaba como gobernador general– para dar clase en la Universidad de Toronto. Pero seguía sin encontrar sentido a su vida. De ahí que emprendiera el camino de regreso a Francia para consultar a Philippe, que ejercía de capellán en un centro de disminuidos psíquicos. El encuentro con dos de ellos le transfiguró. Decidió dedicarles su vida a ese tipo de personas, pero no por la vía clásica de residencias especializadas, sino a través de casas en las que ciudadanos de a pie compartían la vida diaria de los disminuidos. No se trataba únicamente de curarles; también, y sobre todo, de dialogar con ellos. Así nació el Arca, que hoy agrupa a diez mil miembros repartidos en una cincuentena de comunidades en treinta y siete países y desarrolla su actividad a la luz del Evangelio. Con el tiempo, Vanier pasó a ser el prototipo de laico comprometido, cuya fama, que alcanzó niveles planetarios, se completó con una treintena de ensayos de espiritualidad y testimonio. Todo un hombre de Dios en la era posmoderna.
Publicado en ABC el 10 de mayo de 2019.