En los últimos años todos los lacayos sistémicos dan mucho la tabarra con el ascenso de la ‘ultraderecha’, un fantasma muy socorrido cuyos contornos no logran, sin embargo, definir con precisión, aunque siempre tratan de caracterizarlo como una especie de metástasis del fascismo histórico. Pero el fascismo fue, ante todo, un totalitarismo, que, como su propio nombre indica, impone una «explicación totalizadora y articulada del mundo» al modo hegeliano. Pretender que la llamada ‘ultraderecha’ italiana o francesa tienen esta visión hegeliana resulta, desde luego, una hipérbole un tanto tremebunda; pensar que la tiene la llamada ‘ultraderecha’ española resulta un chiste chusco. Por lo demás, todas estas ‘ultraderechas’ con las que los lacayos sistémicos amedrentan a las masas, para modelar a su antojo la llamada ‘opinión pública’ y orientar el voto, poco tienen que ver entre sí.
Pero, mientras los lacayos sistémicos nos meten miedo con estas ‘ultraderechas’, se ha impuesto y consolidado un totalitarismo auténtico, que no es otro sino el del mercado global, el del sometimiento de las economías nacionales al Dinero apátrida, los fondos de inversión y los valores bursátiles especulativos. Y este totalitarismo rampante contra el que los lacayos sistémicos nunca alertan (sino que, por el contrario, aplauden fervorosamente o maquillan taimadamente, mientras se reparten las migajillas de su banquete) no se limita a imponer las ‘leyes del mercado’, sino que tiene una visión totalizadora y articulada del mundo que –como explicaba Walter Lippmann– exige un «reajuste necesario en el género de vida» de las masas y un cambio de «las costumbres, las leyes, las instituciones y las políticas», hasta llegar incluso a transformar «la noción que tiene el hombre de su destino en la Tierra y sus ideas acerca de su alma». Este totalitarismo realmente vigente, para engañar a las masas a las que oprime y enzarzarlas en una demogresca agotadora, abre franquicias de derechas, de izquierdas y de centro; todas ellas, sin embargo, conformes en la defensa del mercado global en la economía, la partitocracia en la política doméstica, el europeísmo en la política internacional, el atlantismo en la política geoestratégica y los derechos de bragueta en la política social. Cualquiera que se atreva a disentir (aunque sea timidísimamente) de este corpus será de inmediato tildado de ‘ultraderechista’.
El objeto fundamental de este totalitarismo vigente y hegemónico no es otro sino la imposición de los intereses del Dinero apátrida contra el bien común de los pueblos. De ahí que conceda tanta importancia a la disgregación o envilecimiento de todas las formas de comunidad (familia, sindicato, escuela, universidad…); pues pretende formar una sociedad amorfa de individuos desvinculados y egoístas, ensimismados en disfrutes materiales. O dicho más sucintamente, una sociedad de consumidores compulsivos a los que constantemente se abastece de los llamados ‘derechos civiles’, que no son otra cosa sino instrumentos para halagar la bragueta y provocar divisiones sociales. Y, a la vez que el totalitarismo vigente abastece sin cesar a las masas con estos ‘derechos civiles’ y aplaude los movimientos que surgen a su estela, estrangula los derechos sociales (ligados a la familia, al trabajo, a la vida comunitaria en la polis), sin que nadie rechiste, mientras los lacayos sistémicos nos siguen metiendo miedo con la ‘ultraderecha’. Así, el totalitarismo vigente, a la vez que aplaude con ardor las huelgas feministas o los orgullos de bragueta, erosiona y mina las resistencias familiares, laborales, educativas… asociativas, en definitiva. Pues el pack de este nuevo totalitarismo engloba por igual la exaltación de la sexualidad plurimorfa, la precariedad laboral, el Plan de Bolonia, etcétera.
Y en la consolidación de este totalitarismo colaboran lo mismo las facciones de derechas (que no han vacilado en abandonar sus farisaicas defensas de la institución familiar) que las izquierdas (que han sustituido el internacionalismo proletario por las ‘políticas de la diferencia’). Y, cuando las facciones de derechas e izquierdas no se bastan con los mecanismos de la demogresca para imponerse, se alían entre sí. Pero la hegemonía aplastante de este nuevo totalitarismo no se habría logrado sin el apoyo de los lacayos sistémicos que meten miedo a las masas con la ‘ultraderecha’, mientras la apisonadora del mercado destruye a los pueblos. Algún día la llamada clase ‘intelectual’, esa nueva clerigalla encargada de pastorear a los dominados hacia el redil del dominio, tendrá que responder por sus graves responsabilidades.
Publicado en XL Semanal.