El hermano Marcelo Van (1928-1959), religioso redentorista vietnamita, vivió en un tiempo muy convulso marcado por los conflictos y el sufrimiento, cuyas tensiones y consecuencias dramáticas han cambiado de forma pero aún no se han superado, haciéndonos todavía sufrir.
Marcelo Van (1928-1959) murió en un campo de concentración comunista en Vietnam del Norte. Este 13 de febrero se presenta en Madrid su Autobiografía, escrita por orden de su director espiritual, en un acto en el que participarán los traductores de sus obras: Cordelia de Castellane y el padre Álvaro Cárdenas, autor de este artículo.
Nace, vive y muere en la primera mitad del siglo XX, en un mundo marcado por las injusticias y tensiones provocadas por la industrialización, el colonialismo, la emergencia de los nacionalismos, el proceso descolonizador, la fascinación que el comunismo provocó en muchos espíritus jóvenes, con su lucha revolucionaria y su asalto al poder, con el inimaginable número de víctimas inocentes, perseguidos, sufrimientos y heridas que estas ideologías, acontecimientos y procesos históricos provocaron: guerras civiles, revoluciones, la Segunda Guerra, Mundial, el proceso de descolonización, el establecimiento del sistema comunista que hasta la actualidad ha sojuzgado a cientos de millones de seres humanos en el continente asiático y en el resto mundo, y el materialismo, el nihilismo, el vacío de sentido y la desesperación en que se hallan profundamente cautivas las naciones del mal llamado "mundo libre".
A todos estos acontecimientos se le unieron los de la propia familia de Van y los suyos propios: la separación siendo muy niño de sus padres, las humillaciones y vejaciones que durante años sufrió por parte de personas de Iglesia llenas de amargura y resentimiento, los horribles ejemplos que recibió, las difíciles enfermedades que golpearon a la familia, la autodestrucción de su padre con su adicción al juego, la ruina económica de su familia...
Van es un niño, y posteriormente un joven, golpeado, como tantos de su generación, por los avatares de su tiempo, de su patria y de su familia. Un joven que caminó hacia la santidad a través de las heridas de la vida, sin separarse de Dios y utilizándolas activamente para unirse más a Él y para transformarlas en felicidad. Un joven que superó las tentaciones de su tiempo, la búsqueda de la autosatisfacción egoísta, la envidia, la autoafirmación orgullosa y el afán de poder, que conducen a ponerse por encima de los demás y a la rivalidad, que siempre engendran confusión, amargura y desesperación, rencor, resentimiento, división, conflicto, odio y destrucción. Lo hizo descubriendo que no tenía más enemigo que el Maligno, sembrador de todo ello, tanto en el corazón de los hombres como de las familias y de los pueblos. Consciente de esto, tomó la decisión de concentrar todas sus fuerzas en vencer el mal en el mismo epicentro en que éste se esconde, que es el corazón del hombre.
Además, habiendo sufrido abandono, injusticias, incomprensiones, rechazos y vejaciones terribles, se sentía particularmente unido a los niños abandonados, solos y maltratados, y se ofreció por ellos.
Teniendo una profunda alma sacerdotal, y habiendo sufrido también los malos ejemplos de algunos pésimos sacerdotes y sus comportamientos escandalosos, decidió entrar espiritualmente en el corazón de estos sacerdotes, para amar a Jesús en ellos y por ellos, reparando así sus culpas e intercediendo por ellos.
También se ofreció por los sacerdotes fieles a Cristo, para que alcanzaran la plenitud del amor, se convirtieran en apóstoles de fuego, e incendiaran el mundo entero con el fuego de su Amor.
Parecería que Van ha sido elegido por la Providencia como representante del hombre de nuestro tiempo, un hombre que a tientas intenta encontrar el camino que le saque de sus profundas inseguridades y miedos, de sus contradicciones y de sus inacabables conflictos, para mostrarnos a través suyo el camino…
Van representa a esta humanidad nuestra que sufre el mal y que se halla permanentemente tentada de responder al mal con el mal; que aún no ha encontrado la forma de superar las divisiones, los conflictos, las injusticias y el sufrimiento que todo ello provoca; esta humanidad sumida en una profunda desilusión y decepción a la que le ha llevado el fracaso de las ideologías, y que se hunde en la confusión, el miedo, el vacío, la angustia y la desesperación.
Al mismo tiempo, es el instrumento elegido por la Providencia para mostrar al mundo el camino que le puede salvar: el amor vulnerable que, abrazando el sufrimiento, reza y se ofrece, transformando el sufrimiento en alegría y neutralizando así desde el epicentro del mal su poder destructor.
Las confidencias que nos ha dejado de su vida, escritas por obediencia a su director espiritual, y los maravillosos coloquios que tenía con Jesús, con la Virgen y Santa Teresita, en los que abre su corazón y les expone sus preguntas y angustias existenciales y en los que recibe las respuestas a todas ellas, y que fue escribiendo también por obediencia a Jesús, copiándolos como un dictado para que llegarán a nosotros, revelan al mundo su misión universal.
En este joven el cielo nos ha dado la respuesta a la pregunta de cómo podemos vencer el mal de nuestro tiempo, cómo podemos superar la inseguridad, el miedo, la angustia, la amargura y la desesperación que éste nos provoca, ante la insolencia cada vez mas grotesca de ese mal, y cómo podemos superar el mal que nos ha herido o que nos está hiriendo viviendo al mismo tiempo con paz, con alegría y con esperanza.