Con escaso eco en la prensa, por petición del Parlamento de Cataluña, se retiraba hace algunas semanas de la montaña de Montserrat la escultura de bronce de un requeté malherido que miraba hacia el santuario donde se halla la Moreneta. La escultura, dedicada al Terç de Requetès de la Mare de Déu de Montserrat, fue retirada en aplicación de la llamada Ley de Memoria Histórica.
Evidentemente, las coartadas esgrimidas para retirar la estatua son completamente falsas. La causa verdadera es la misma que anima todos los furores iconoclastas que han jalonado la andadura humana, desde la noche de los tiempos hasta episodios tan recientes como la destrucción de los Budas de Bamiyán perpetrada por los talibanes afganos. Y esa razón –tan sórdida y azufrosa que, en esta fase democrática de la Historia, necesita disfrazarse con coartadas modositas– es el odio. Un odio que, en el caso de los talibanes afganos, se dirige hacia una civilización extraña o exótica; un odio que, en el caso de los parlamentarios catalanes, se dirige hacia su propia historia (mucho más compleja de lo que quisieran), hacia sus propios paisanos, que pretenden patéticamente borrar de la memoria de sus contemporáneos, para que el ‘relato’ oficial manipulado pueda ser deglutido más fácilmente por las masas amnésicas.
Ese ‘relato’ oficial pretende que, durante la Guerra Civil, Cataluña se habría enfrentado heroicamente a una rebelión militar de invasores fascistas. Y en este ‘relato’ delirante el Terç de Requetès de la Mare de Déu de Montserrat resulta incómodo como una china en el zapato. Pues resulta que este Tercio estaba íntegramente compuesto por catalanes que, además, no profesaban la ideología fascista ni nada parecido, sino que eran defensores de la tradición catalana y leales a la causa carlista; que era, por cierto, la causa por antonomasia del pueblo catalán, defendida durante todo un siglo con un ardor admirable en hasta tres guerras (la segunda de las cuales –Guerra dels Matiners– transcurrió íntegramente en tierras catalanas), así como en infinidad de escaramuzas y asonadas. En las jornadas iniciales de la Guerra del 36, muchos carlistas catalanes fueron asesinados o tuvieron que esconderse; pero otros muchos lograron escapar a través de la frontera francesa, para reunirse luego en Pamplona, donde formarían una unidad de combate, separada de las demás fuerzas del bando sublevado y formada íntegramente por catalanes, que en un principio se iba a acoger a la protección de Sant Jordi, pero que acabaría acogiéndose (tanto monta) a la de la Moreneta.
Unidad de requetés durante la Guerra Civil española.
Entre los requetés catalanes que componían el Terç de la Mare de Déu de Montserrat los había de toda edad (era frecuente que combatieran padres e hijos) y condición social, aunque abundaban los jóvenes de extracción humilde; pues el carlismo ha sido siempre el movimiento popular español por excelencia. Había campesinos de todas las comarcas catalanas; había obreros de las fábricas de Barcelona; había estudiantes y seminaristas; había artesanos y profesionales de los más diversos gremios; había también (aunque en una proporción mucho menor) jóvenes de familias acomodadas. Muchos eran incapaces de hablar castellano; por lo que los oficiales del Tercio daban siempre las órdenes en lengua catalana. Todos ellos eran muy devotos; y en el bolsillo de la camisa llevaban un ‘detente’, un pequeño emblema con la imagen del Sagrado Corazón que los protegía durante el combate.
Así y todo, fue la unidad militar del bando sublevado que sufrió más bajas durante la contienda –también, por cierto, una de las más laureadas–, porque ocupó posiciones de vanguardia, primero en el Frente de Aragón, después en la feroz Batalla del Ebro. Cuando leemos el elenco de los caídos del Terç de Montserrat impresiona la cantidad de apellidos catalanes genuinos. Dudo que los advenedizos que han retirado la estatua del requeté malherido puedan presumir de tantos.
Sobre aquellos catalanes que formaron en el Terç de Requetès de la Mare de Déu de Montserrat cae ahora la damnatio memoriae porque el odio necesita silenciar la verdadera historia de Cataluña. No se trata, sin embargo, de un odio nuevo. Rovira i Virgili, en su Historia dels moviments nacionalistes, escribe que los carlistas catalanes tienen que ser borrados de la memoria, «cual si nunca hubieran existido», pues su mera existencia dinamita las construcciones manipuladas del ‘relato’ nacionalista, como hoy dinamita las construcciones igualmente manipuladas del ‘relato’ oficial. Pero sospecho que los manipuladores, cuanto más se esfuercen por borrar la memoria de aquellos jóvenes catalanes, más la resucitarán. Siempre les ocurre lo mismo a los iconoclastas.
Publicado en XL Semanal.