“¿Armonía? ¿Para qué? ¿Acaso quieres uniformidad? ¡Yo soy distinto!”. Tendrían razón al protestar, si entendieran bien la palabra “armonía”. Somos y debemos defender el pluralismo. Es la manera de salvaguardar las riquezas de la Creación. Lo contrario sería el modo que usan los promotores del Nuevo Orden Mundial que están intentando instaurar una sociedad gris sin matices de claro y oscuro.
Nuestro ejemplo de armonía es la identidad de Dios Uno y Trino. Tres personas en una misma divinidad. ¿Qué cómo es eso? Pregúntale a Dios, quizás te lo diga. A mí lo único que me da es la intuición que me guía por los caminos de mi libertad hacia la interpretación lo más fidedigna posible del mundo creado. Esa intuición es la que me habla de Dios y del mundo. Mundo visible y mundo invisible, todo perteneciente a la misma Creación, con una integración elocuente, que nos encamina hacia la patria celestial. La armonía surge, precisamente, de la libertad, pero con un plus. Así como la libertad nos rebosa instintivamente del alma, la armonía requiere un esfuerzo. No es fácil lograrla, porque debe lograr integrar tantas libertades como seres humanos, pero sin homogeneizar y sin demonizar.
Por eso, en primera instancia, la armonía es la lucha por la Verdad, como la lucha por la Verdad es la armonía. Sin Verdad, la armonía, como todo en un agujero negro, es absorbida por el juicio del Gran Hermano todopoderoso que arrasa para dominar más fácilmente. Es el caso de ese hermano mayor en una familia que continuamente vela por que sea cumplida su pretensión centralista de ser reconocido y servido por la familia entera, en lugar de servirla él, que es lo que debe o debería hacer todo hermano mayor que no se vea heredero del imperio de su dominio.
Y ¿cómo conseguir la armonía sin demonizar? Vayamos a beber de los clásicos griegos, como recomienda el filósofo Ricardo Yepes Stork. En ellos encontraremos material ingente para nuestra labor en el mundo, más que en los ilustrados, que llevaron a un reduccionismo materialista que está estallando en la actualidad. La Ilustración trajo vientos nuevos que debemos saber escrutar, discernir y aplicar... con armonía, eso es, amalgamando fe, razón y ciencia. Y la fe implica esperanza y caridad. ¡Vaya programa! Pues no. Se han convertido los vientos en huracanes, que están arrasando todo lo que encuentran que no encaja con sus pretensiones de dominio, con lo que hemos pasado del imperio de la razón al imperio de la sinrazón.
Ni tanto ni tan calvo. Seamos prudentes, que se nos han ensuciado (nos hemos ensuciado) las gafas de la modernidad. Lo primero que debemos hacer es limpiarnos el empaño de la pringosidad aceitosa del libertinaje. Lo hemos dicho ya: libertad es armonía, que sería lo contrario del libertinaje. La libertad es la capacidad que tiene el ser humano de elegir la mejor opción entre las opciones posibles, mientras que el libertinaje es el hacer lo que a uno le sale, el caos que trae la falsa creatividad, típico del arte actual. Porque el creativo poco creativo a menudo se queja de que las normas (exigencias) le coartan su libertad; pero lo cierto es que la auténtica creatividad surge precisamente entre las normas y con las normas: sin lenguaje, sin alfabeto, no hay creatividad, sino caos. Y eso no es creatividad, sino perdición, enredo y prevaricación.
La misma Creación nos impone unas normas que debemos saber articular. La prueba de las posibilidades que ofrece esa normativa es que pareciera, a la vista de la evolución de las ideas y el progreso de la humanidad, como si las posibilidades de combinación no tuvieran fin. Así que asumamos el apocalipsis del colapso en que estamos inmersos para evitar el fin del mundo. No lo olvidemos: una cosa es el Fin de los Tiempos que profetiza Jesucristo, y la otra, el Fin del Mundo a que apunta el final del Apocalipsis, con la pérdida total y absoluta de la armonía. Los agoreros esperan y preconizan el Fin del Mundo. Los cristianos instauramos el Reino de Cristo en la Tierra. El que viene ahora, tras la Gran Tribulación (Mt 24,1-44). “Cuando vierais suceder esto, ¡alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación!” (Lc 21,28).