Hace poco publiqué en ReL un artículo titulado El gobierno riojano y la sexualidad, la libertad y la fidelidad, en el que criticaba la concepción permisiva de la sexualidad, el relativismo unido a la libertad y el no dar importancia de la fidelidad.
Pero estos días me he encontrado en InfoCatólica unas declaraciones del presidente de la conferencia episcopal alemana en las que defiende cambios en la enseñanza de la Iglesia sobre el sexo fuera del matrimonio y la homosexualidad, así como una revisión total de la moralidad sexual de la Iglesia, la abolición del celibato y la ordenación de mujeres.
Por su parte el colectivo Mujeres y Teología en La Rioja, en declaraciones publicadas el 7 de marzo en un periódico local, defienden el celibato opcional de los sacerdotes y otras formas de sexualidad y de familia. Recuerdo que hace ya sesenta años había reuniones en favor del celibato opcional y que un pastor protestante les echó un buen jarro de agua fría, diciéndoles: “Lo que vosotros defendéis ahora, llevamos trescientos años practicándolo, con el resultado de tener las iglesias vacías”.
Podemos por tanto preguntarnos: el no a la fornicación, ¿sigue siendo válido hoy en día?
No olvidemos que Jesucristo es Dios y la Sagrada Escritura es su Palabra, de la que la Iglesia es su intérprete oficial. Veamos por tanto qué dice esta Palabra sobre la fornicación.
San Pablo nos dice en 1 Corintios 6, 12-20: “Huid de la fornicación” (v. 18) y “¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” (v. 19). Es decir, la postura de la Iglesia al rechazar la fornicación se basa nada menos que en la Sagrada Escritura.
San Pablo no se hace ilusiones: los hombres que no creen en Dios difícilmente se apartan de su incontinencia sexual y de sus bajas pasiones, lo que les lleva a una catástrofe total, como nos afirma en Rom 1,18-32. Para él, la fornicación en un cristiano es una alienación total y sin reserva de un miembro de Cristo.
El fornicador peca contra su propio cuerpo porque falsifica totalmente su sentido y destino. Para el filósofo pagano Musonio Rufo, maestro de Epicteto, la fornicación, aunque a veces no sea una injuria contra otros, hiere la dignidad del hombre, dignidad que es algo absoluto y no fundado. Mientras Musonio permanece en el contexto de la razón, el autor paulino, en un contexto de fe, ve la dignidad del hombre dependiente de Cristo y fundada en la unión con Él, siendo el cuerpo miembro de Cristo (1 Cor 6, 15), y, por tanto, templo de Dios y habitáculo de la divinidad (v. 19). Por ello la fornicación profana nuestro cuerpo y es una gran injusticia, más que contra nosotros mismos o el prójimo, contra Cristo, a quien se expulsa de uno de sus miembros (v. 20). Pero, sobre todo, la segunda frase de este versículo 20 nos da el sentido final de aquello para lo que está hecho el cuerpo, la sexualidad y la castidad: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando hay de por medio corrupción de menores" (n. 2353). Y: "Hay comportamientos concretos -como la fornicación- que siempre es un error elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral" (n. 1755).
Recuerdo que, cuando daba clases, un día me vinieron los de Sanidad a dar unas clases que hoy calificaría de corrupción sexual. Mis alumnos tendrían unos dieciséis años. Nos dijeron: “A nosotros nos merece tanto respeto un chico o chica que decide acostarse como si no”. No pude por menos de pensar que un chico o chica que empieza a esa edad lo normal es que antes del matrimonio se haya acostado con cinco o seis personas diferentes y en el matrimonio perdure ese hábito, con lo que es una persona inmadura, incapaz de formar una familia estable.