¿Han tenido ustedes ocasión de oír el discurso de Javier Milei, en la madrugada del pasado miércoles, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas? Pues no se lo pierdan. Tanto si comulgan con el personaje como si no. Mejor incluso si no.
En menos de un cuarto de hora, apoyado en su presencia sobria pero leonina, el presidente argentino ha hecho uno de los llamamientos más vibrantes que, a mi modesto entender, se han podido oír en ese foro tan dado al postureo y a lo políticamente correcto. Máxime cuando tres días antes se había aprobado una nueva vuelta de tuerca a la agenda 2030 mediante el llamado Pacto para el Futuro, ¡será por bonitas palabras! Milei ha sabido reconocer con largo y gran elogio el espíritu fundador y las primeras décadas de la ONU, cuando supo convertirse en una fuente de esperanza para un mundo ansioso de paz tras dos arrasadoras guerras mundiales. Pero aquel espíritu inicial ha dado paso a una colosal estructura burocrática, “un leviatán de múltiples tentáculos” que pretende decidir cómo deben pensar, vivir y actuar todos los hombres.
La realidad, cada vez más visible y ominosa, es que la ONU se ha convertido en una especie de “gobierno supranacional de burócratas” que se arroga poderes que nadie le ha conferido y que, para conseguir sus objetivos ideológicos de alcance planetario, emplea, sobre todo con los países más pobres o débiles, métodos coactivos que a menudo atentan contra la soberanía y los valores más arraigados en esas culturas.
El discurso de Javier Milei del pasado 24 de septiembre ante la asamblea general de las Naciones Unidas.
Milei ha sido especialmente crítico ante las medidas propuestas por la Agenda 2030, tal vez bienintencionada en sus metas, pero cargada de consecuencias limitadores de los derechos a la vida, la libertad y la propiedad de los individuos. Y mientras la ONU se emplea a fondo y por todos los medios en ese programa imposible y ya fracasado, deja de cumplir su misión principal: la de garantizar o, al menos, procurar la paz entre los estados miembros, de lo que la guerra en Ucrania es la prueba más palpable. No puede extrañarnos el progresivo descrédito de las Naciones Unidas. Milei le ha dado, casi para terminar un tremendo rejonazo: “Estamos ante un fin de ciclo: el colectivismo y el postureo moral de la agenda woke han chocado con la realidad”. Esa realidad es la que se manifiesta de manera cada vez más nítida en los procesos electorales de los países en los que aún existen elecciones libres.
Publicado en Diario de Sevilla.