Hace unos cuantos años vinieron a la comunidad dos hermanas del Monasterio de Nairobi (Kenya). Por aquella época comenzaba a sonar el nombre de Boko Haram y era noticia la violencia que azotaba la zona de Burkina Faso. Durante una recreación, una hermana preguntó por este asunto a las hermanas del continente africano, pensando que ellas sabrían más, a lo que contestaron: "Es como si pasa algo en Dinamarca y le pregunto a una italiana… ¡África es muy grande!"

El domingo 26 de mayo la Iglesia celebró la Solemnidad de la Santísima Trinidad y en esta jornada, Pro Orantibus, se hizo memoria –orante y agradecida– de los contemplativos. Dicho en lenguaje coloquial: de los monjes y monjas de clausura.

En ese grupo estamos incluidos una gran variedad de carismas que no siempre se distinguen: carmelitas, clarisas, dominicas, cistercienses, benedictinas, cartujas, oblatas, agustinas, jerónimas… Por la lógica necesidad de simplificar se nos suele meter a todas en el mismo saco. Pero simplificar en exceso puede suponer la pérdida de los detalles que marcan la diferencia. Y es que, en algunas ocasiones, al atender la portería, constaté la confusión: "Entonces vosotras ¿sois de clausura? ¡Pero si te estoy viendo la cara!" Para, a continuación, contarme: "Es que la tía del marido de mi vecina era monja… y tenía doble reja y torno". O: "Es que la vecina de la mujer de mi sobrino se metió monja y no tenían internet"… Creo que es una cuestión de ignorancia y estereotipos, más que otra cosa. Sin embargo, el asunto me parece digno de reflexionar con motivo de este día. ¡Porque África es muy grande!

Clausura

En los monasterios pertenecientes a la tradición benedictina es posible que te encuentres con una monja en las estancias de la hospedería; y esto es así porque tienen su propia clausura “monástica” que les permite vivir y ejercer su vocación a la hospitalidad tan característica. En cambio, otros carismas incluyen en su fórmula de profesión, junto a los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, un cuarto voto de clausura. Porque, para ellos "la clausura es también una dimensión de altísima pobreza".

En la fórmula de profesión de las dominicas, sin embargo, para sorpresa de muchos, solo se promete obediencia, y no porque no estemos llamados a vivir la pobreza y la castidad, sino porque Santo Domingo pedía “vida común y obediencia” y ahí consideraba que se encerraba todo lo demás. Hasta el punto que, por cuidar la vida común de las hermanas, pidió a las monjas de Prulla (Francia), por él fundadas, que acudieran a Roma para ayudar a otra comunidad de dominicas. Y no consideró que eso fuera en contra de la clausura que él mismo pedía que guardaran.

Pobreza

Si bien todos profesamos pobreza, el acento se pone en modos diversos según el carisma. Para algunos será esencial la ausencia de patrimonio y bienes, mientras que otros darán mayor importancia a la práctica de la ascesis en el trabajo como forma de compartir la condición de nuestros hermanos: "A imitación de Cristo, que en Nazaret quiso trabajar con sus propias manos, y acatando las disposiciones de la Regla, las monjas se someterán de buen grado a la ley común del trabajo".

Unas comunidades renuncian a “comodidades” como la calefacción porque vivir la pobreza es primordial, y otras buscan que la austeridad no distraiga la contemplación. A las dominicas, por ejemplo, se permite tener libros propios y las constituciones piden que se destine una parte del presupuesto a actualizar la biblioteca, sin considerar con ello que se esté faltando a la pobreza, por la relevancia del estudio en el carisma de la Orden de Predicadores. En otros carismas, sin embargo, la celda de la religiosa no puede tener más que lo indispensable.

Vida común

Otra diferencia notable se da entre el estilo de vida común de los monasterios. Por ejemplo, el carisma carmelitano contempla la existencia de ermitas dentro del recinto monástico para que las hermanas se retiren en mayor soledad. Además, con respecto al trabajo se dice: que se organice “en soledad” y que “no habrá sala común de trabajo”.

En las constituciones de las dominicas, por el contrario, se contempla el trabajo como ejercicio de la vida comunitaria y no solo como consecuencia del voto de pobreza. No es raro que las hermanas mayores que ya no pueden trabajar continúen acudiendo a la “sala de labor” para rezar, mientras las demás se emplean en sus respectivas labores.

Vida ascética

En lo que a las penitencias y vida ascética se refiere también encontramos diversos modos de vivirlas y enfocarlas. Tenemos el ejemplo de las Oblatas de Cristo Sacerdote, en cuya misión ocupa un lugar distintivo el espíritu de oblación por la santificación de los sacerdotes: "Por esta oblación entregamos todo nuestro ser y vida a la voluntad del Padre celestial para vivir en continua inmolación de amor, mediante el fiel y constante cumplimiento de esa voluntad divina a la que nos abandonamos con total olvido de nosotras mismas".

A la monja dominica también se le anima a "practicar la virtud de la penitencia" pero se añade: "Sobre todo cumpliendo con fidelidad todo lo que comprende su vida", pues se entiende que la vida común puede ser, en algunos casos, la más virtuosa penitencia.

Liturgia

La liturgia también experimenta variaciones según el carisma. Todas estamos obligadas a rezar el Oficio divino pero las cartujas, por ejemplo, rezan una parte en la soledad de su celda mientras que las dominicas lo hacemos todo en común, en el coro.

La liturgia de las monjas benedictinas es expresión de una regla con especial gusto por la Belleza. Con una gran tradición monástica detrás que hace del coro un anticipo de Eternidad, no hay prisas, ni tiempo. Notarás la diferencia en un coro de dominicas, pues formamos parte de una familia carismática que, si bien heredó rasgos monásticos, pronto agilizó su estilo debido al carácter apostólico de la Orden: "La característica fundamental de dicho canto en nuestra liturgia era la máxima breviter et succincte [brevemente y ágilmente]. Esto venía indicado por las disposiciones del Maestro de la Orden Humberto de Romans, el cual consideraba que el canto y la liturgia debían estar configurados de tal modo que no se impidiese el estudio".

Gobierno

Por último, mencionaré el estilo de gobierno como clara diferencia entre carismas que comparten la vocación contemplativa: ¿sois madres o hermanas? ¿tenéis priora o abadesa?

Más allá del nombre, lo que cambia es la forma de entender y ejercitar el gobierno, así como de vivir la obediencia. No es lo mismo una priora que una abadesa. Mientras en unos monasterios la autoridad se ejerce en un estilo más bien piramidal, hay otras tradiciones y carismas que establecen un estilo de gobierno “democrático”. Por eso, en unas comunidades la formación para la vivencia del voto de obediencia deberá incluir el crecimiento y la maduración para saber intervenir y colaborar en los capítulos –reuniones de toda la comunidad– mientras que en otras tendrá que profundizarse más en la vivencia de la fe que cree en las mediaciones de los superiores concretos que Dios nos pone.

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En definitiva, no podemos absolutizar las formas, pero tampoco deberíamos relativizar los carismas. El continente de los “contemplativos” es muy grande y diverso. Y meter a todos los monjes/as en el mismo saco hace que nos perdamos la inmensa riqueza de la diversidad.

¿Quién es más observante: una cartuja es la estricta soledad o una benedictina que escucha con paciencia al huésped que necesita alguien con quien dialogar? ¿Qué es más grave: un jerónimo que descuida el silencio o una agustina que se escaquea del tiempo de recreación? ¿Quién es más entregada: una carmelita que vive y muere tras las rejas del monasterio o una dominica a la que la obediencia le pide que salga de su comunidad a ayudar a otras hermanas? Hacerse estas preguntas es tan absurdo como comparar la perfección entre un cuadrado, un triángulo y un círculo. Depende de para qué –si quieres fabricar una rueda, será mejor un círculo; si quieres colocar una estantería recta más te ayudará una escuadra– y depende del objeto concreto.

Hay unos elementos esenciales e irrenunciables de la vida monástica que nos identifican y nos unen. Pero el modo de vivirlos varía de unos carismas a otros. Y el criterio de discernimiento debería ser la identidad y misión de nuestro carisma. Todas somos contemplativas y estamos llamadas a caminar juntas en la Iglesia, sin olvidar que la diversidad de los carismas es una riqueza que no nos pertenece –porque es del Espíritu Santo– y que, por tanto, debemos custodiar por fidelidad.

Publicado en La Llama.