A tenor de lo que él mismo habría dicho a los obispos italianos al inicio de su asamblea general el 24 de mayo, Francisco parece dispuesto a restringir la aplicación del motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, que en 2007 liberalizó la misa tradicional (forma históricamente ordinaria del rito romano) y recordó que no puede ser abrogada.
La mayoría de los católicos que asisten a la misa tradicional son, o bien jóvenes en sentido estricto, o bien jóvenes en un sentido biológicamente impropio, pero apropiado al caso: personas sin vínculo generacional con la misa tradicional que empezaron a frecuentarla “desde cero” a lo largo del último medio siglo. Por su edad, no pueden sentir ninguna “nostalgia”, si por tal entendemos un apego que habría tenido que arraigar antes de 1965-1970.
Para quien desconozca la misa tradicional, sienta curiosidad y asista a ella por primera vez, apunto diez rasgos externos que seguramente llamarán su atención.
1. El sacerdote no hará ni dirá nada que no esté prescrito en el misal ni introducirá ningún elemento personal. Su misa será idéntica a la que celebre ese día cualquier sacerdote del mundo que celebre la misa tradicional. Esa identidad en el espacio será también una continuidad en el tiempo: la misa será sustancialmente igual a la que habría celebrado ese día cualquier sacerdote en cualquier año al menos desde 1570, cuando San Pío V depuró y codificó el rito romano empleado desde San Gregorio Magno (590-604).
2. El sacerdote celebrará en latín, lengua convertida en sagrada en virtud del Misterio expresado en ella y garantía (en el significante y en el significado) de la identidad en el espacio y la continuidad en el tiempo citadas.
3. El sacerdote oficiará de espaldas a los fieles y de frente al sagrario, porque el altar estará pegado a la pared. Sus ojos se concentrarán en la Cruz, en el altar y en el misal, que leerá con el plus de atención que exige una lengua que no usa en la vida cotidiana.
4. Imperará el silencio. El sacerdote dirá buena parte de las oraciones en voz baja y el resto en voz más o menos audible para los asistentes. Una campanilla indicará los momentos fundamentales del canon.
5. No es imprescindible -aunque es costumbre- que los fieles respondan a las oraciones dialogadas con el sacerdote, pues ya lo hace el monaguillo. La participación en la misa, más que verbal, es una participación espiritual (actitud interior de oración, adoración y adhesión a la acción sacrificial del sacerdote), sin que una y otra sean incompatibles.
6. Abundarán los gestos rituales del sacerdote, signos de la sacralidad del momento y prescritos para favorecer y expresar su disposición interior: besos al altar, signos de la cruz, bendiciones, inclinaciones de cabeza y cuerpo, golpes de pecho, genuflexiones…
7. Los fieles estarán de rodillas buena parte del tiempo. Varían los usos según las comunidades, pero invariablemente en tres momentos: durante las oraciones iniciales del sacerdote al pie del altar; desde que empieza el Canon (el Sanctus) hasta la reserva del sacramento después de la comunión (esto es, mientras las especies consagradas están sobre el altar); y para la bendición final.
8. Muchos fieles seguirán la celebración con un misal, leyendo las mismas oraciones que el sacerdote. Su uso, aparentemente complejo la primera vez, es bastante sencillo.
9. La comunión se recibirá en la boca y de rodillas. El monaguillo sujetará una patena bajo la barbilla del comulgante.
10. La misa no concluirá con el Ite, missa est que le da nombre, sino con la lectura del Último Evangelio (inicio del Evangelio de San Juan) y el rezo de: tres Avemarías y una Salve; dos oraciones introducidas por el Papa León XIII para implorar la protección de la Iglesia contra sus enemigos; y tres jaculatorias al Sagrado Corazón de Jesús.
Conocer de primera mano esta realidad litúrgica es enriquecedor para entender el pasado, el presente y, sobre todo, el futuro de la Iglesia.