El siglo XX produjo muchos gigantes y muchos héroes. Pero ni muchos de los gigantes eran héroes, ni muchos de los héroes eran gigantes.
Hitler fue un gigante, como lo fueron Lenin, Stalin y Mao. Cada uno de estos superhombres nietzscheanos fue responsable de la muerte de millones de personas. En cuanto a los héroes, pensemos en los millones de víctimas de estos tiránicos gigantes que fueron heroicos ante la tiranía y sin embargo han sido completamente olvidados, al no recoger sus hazañas ningún historiador. Pensemos también en el heroísmo olvidado de innumerables padres normales y corrientes, sin los cuales la misma existencia de la familia habría sucumbido, como la civilización, al ser aquélla el auténtico fundamento de ésta. Solo Cristo y quienes Le siguen enaltecen a los humildes; solo Cristo y sus seguidores comprenden que el auténtico heroísmo es sinónimo de la auténtica humildad y del sacrificio de uno mismo que es su fruto.
Hecha esta distinción fundamental, es verdad sin embargo que algunos héroes son también gigantes. En el contexto del siglo XX, pensemos en San Pío X o en San Juan Pablo II, santos héroes que lucharon contra los demonios del modernismo en sus variados disfraces. Y ha de incluirse en ese número la figura gigante y heroica de Aleksandr Solzhenitsyn.
El 11 de diciembre se conmemoró el centenario del nacimiento de Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008). Una de las mejores biografías sobre el escritor ruso es la de Joseph Pearce: Solzhenitsyn. Un alma en el exilio.
A los que no conozcan a este gigante del siglo XX, a quien los historiadores del siglo XXI parecen querer ignorar, ofrezcámosles algunos de los principales hechos de su vida. Nació hace un siglo, en diciembre de 1918, poco más de un año después de que la Revolución Bolchevique desatara el terror en su patria. Víctima del mecanismo de lavado de cerebro de la educación soviética, se convirtió en un declarado ateo y en un creyente del fundamentalismo laicista del régimen comunista. Posteriormente, cuando estaba sirviendo en el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, cometió el error fatal de escribir unos comentarios críticos sobre el líder soviético, Josef Stalin, en cartas personales a un amigo. Como en la Unión Soviética no había nada parecido a la correspondencia privada, sus cartas fueron leídas por las autoridades y le sentenciaron a ocho años de trabajos forzados por expresar sus opiniones personales.
Solzhenitsyn consideró la experiencia de ser detenido y encarcelado como una auténtica bendición, porque le permitió penetrar en las mentiras del sistema soviético y palpar el mal que la engañosa propaganda le había conducido a creer que era el bien. A ojos de Solzhenitsyn, el conocimiento de la verdad valía más que cualquier sufrimiento que fuese necesario para alcanzarla.
En marzo de 1953, una vez cumplida su sentencia, Solzhenitsyn padeció el tormento añadido de que le diagnosticaran lo que se creyó un cáncer terminal. Enfrentado a ese sufrimiento y a la perspectiva de una muerte inminente, terminó abrazando el cristianismo y se convirtió a la ortodoxia rusa, una decisión que marcó el hito más importante de su vida. Si hubiese muerto, se habría convertido en uno de esos millones de héroes desconocidos de quienes las generaciones posteriores nada sabrían, otra víctima olvidada de la tiranía del siglo XX. Lo que sucedió fue una sorprendente -algunos dirían milagrosa- curación.
A partir de entonces se consagró a desenmascarar los horrores del comunismo soviético, documentando, libro tras libro, la triste verdad que los Soviet habían intentado mantener oculta ante el mundo. Desde su novela Un día en la vida de Ivan Denisovich a su historia del sistema soviético de campos de trabajos forzados, Archipiélago Gulag, Solzhenitsyn hizo más que nadie para abrir los ojos del mundo a la realidad del comunismo. Habiendo ganado el Premio Nobel de Literatura en 1970, al año siguiente sobrevivió a un intento de asesinato por parte del KGB. Fue expulsado de la Unión Soviética en 1974, siendo deportado a Alemania Occidental. Tras pasar veinte años en el exilio, primero en Suiza y luego en Estados Unidos, finalmente volvió a su hogar en Rusia en 1994, tras la caída del comunismo. Seguiría siendo una voz activa, influyendo en la política rusa hasta su muerte en agosto de 2008.
En las décadas posteriores a su liberación de la cárcel y su posterior conversión al cristianismo, Solzhenitsyn resplandeció no solo como un héroe sino como un gigante. Con la posible y discutible excepción de San Juan Pablo II y Ronald Reagan, nadie puede alegar haber hecho más para derribar el poder del Terror Soviético. Y siendo verdaderamente tanto un héroe como un gigante, es también un vencedor de gigantes; un San Jorge que derrotó al dragón de color rojo sangre; un David que doblegó a uno de los grandes Goliat de la historia; un soldado de Cristo cuyo centenario realmente merece ser celebrado.
Publicado en The Imaginative Conservative.
Traducción de Carmelo López-Arias.