La reciente noticia de la próxima canonización del cardenal Newman ha coincidido con mi primera visita a la catedral de Westminster en Londres, donde mis ojos se fijaron en un mosaico donde podían leerse estas palabras: Prayer is a vital act of faith, atribuidas a John Henry Newman.
"La oración es un acto vital de fe", dice el mosaico, obra de Tom Phillips, instalado en la catedral de Westminster en 2008.
Este detalle ha marcado mi reencuentro con Newman, un autor cuyo estilo me parecía complejo y un tanto oscuro. Tras unas lecturas superficiales, yo solía asociar la vida de este gran convertido inglés del siglo XIX a una sucesión de disputas teológicas y filosóficas entre anglicanos y católicos, o entre católicos con distintas sensibilidades. No suelo buscar en los autores que leo las disputas, ese ejercicio de la dialéctica que tanto suele gustar a algunos polemistas de profesión. En los autores, los santos declarados o aquellos con una intensa vida interior, busco, ante todo, su espiritualidad. Pues bien, la citada frase, entretejida en las teselas coloreadas de un mosaico, me ha hecho descubrir una muestra de la rica espiritualidad de Newman, e inmediatamente esto ha venido acompañado de la lectura de un libro arrinconado en mi biblioteca, Newman y el mundo moderno de Christopher Hollis.
Recordé que Hollis había sido, además de católico converso, un parlamentario del partido conservador británico, pero en esta especie de biografía, porque no llega a serlo del todo aunque relate algunos hechos de su vida y omita otros muchos, he comprobado que alguien que se dedica a la política no hace de la religión un instrumento al servicio de intereses partidistas. Hollis sabía distinguir las dos esferas, y quizás no sea extraño a esta cualidad el hecho de que también escribiera dos libros sobre Chesterton, al que llegó a conocer y tratar personalmente.
Su libro sobre Newman, publicado en 1968 al poco de clausurarse el Concilio Vaticano II, presenta al cardenal, elevado a esta dignidad por León XIII siendo un simple sacerdote, como un precursor que supo defender el papel de los laicos en la Iglesia en una época marcada por el habitual clericalismo. De hecho, en este libro Christopher Hollis recuerda una frase de Newman, que todavía hoy resulta un reto: “Quiero que el laico intelectual sea religioso y el devoto eclesiástico sea un intelectual”. Esta frase la pronunció Newman en la católica Irlanda, en un ambiente social nada favorable, el de la década de 1850, pero que se ha prolongado hasta tiempos muy recientes. ¿Tendrá que ver la actual desafección de una gran parte de la población irlandesa hacia la Iglesia católica con el no haber hecho caso de este consejo de Newman?
Volviendo a la frase del mosaico de Westminster de que la oración es un acto vital de fe. La fe sin oración es un sinsentido, es un acordarse de Dios solo en momentos difíciles y olvidarse de tratarle habitualmente, como un hijo que habla con su padre. Porque el Dios cristiano es, ante todo, padre y a la vez madre. Quien cree en el cielo, tiene que creer forzosamente en un padre. A este respecto, Newman escribió en su A Grammar of Assent: “¿Qué es el cielo si Tú no estás allí? Una pesada carga”. La fe sin oración, al igual que la fe sin obras, no deja de ser una fe muerta, una planta desprendida de sus raíces, vistosa cuando es regada por sentimientos y emociones, pero destinada a secarse inexorablemente. Y una oración sin fe, no es tal oración. Son palabras incoherentes, que no pueden ser escuchadas por Dios, porque el que habla no se ha creído aquello de que todo es posible para el que cree (Mc 9, 23). Para un cristiano, la oración es vida. Su vida cristiana se extingue si no hay oración.
El problema es que a veces los cristianos hemos olvidado la fe para tratar de presentar el cristianismo por medio del razonamiento. Un cristiano no debe, por supuesto, dar la espalda a la razón porque ello le lleva al callejón sin salida, que es a la vez un gueto, del fideísmo. Sin embargo, también debe de tener en cuenta una opinión de Newman, que es realista y no alimenta falsas esperanzas. ¿Qué le pasa al hombre de hoy, y al del positivista siglo XIX? Dice el cardenal: “Los razonamientos no le convencen; no puede ser convencido. No tiene noción de la verdad. ¿Por qué? Porque el mundo futuro no es una realidad para él, solo existe en la mente en forma de conclusiones de ciertos razonamientos. Solo es una inferencia, nunca puede ser más, nunca puede estar presente en su mente, hasta que, en lugar de argumentar, actúe”. Por tanto, la fe no es pasividad. Es ponerse en movimiento sabiendo de quién nos hemos fiado (2 Tim 1, 1).
Reencontrarse con Newman. Una tarea apasionante para antes y después de su canonización. Pero os hago una advertencia: si os reencontráis con Newman, vais a interesaros también por Tomás Moro, G.K. Chesterton y C.S. Lewis, y tampoco os desinteresareis de otros peculiares católicos ingleses como Oscar Wilde, Graham Greene y Evelyn Waugh.
Publicado en COPE.