El 3 de diciembre de 1909 nacía la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) a la vida pública. Ese día, diecisiete jóvenes recibieron por vez primera, de manos del Nuncio apostólico de su Santidad en España, el cardenal Vico, en la Iglesia de la Inmaculada y san Pedro Claver, de Madrid, la insignia que acreditaba su condición. El fundador, el jesuita Padre Ayala, alumbró una forma de apostolado social con el propósito de modernizar el catolicismo en España. Por aquel tiempo, nuestra nación vivía el régimen de la Restauración impregnado de regeneracionismo. La Iglesia caminaba bajo el influjo del magisterio pontificio de León XIII, muy fecundo en temas como la cuestión social, y tenía ante sí el reto de dar respuesta a lo que por aquella época se denominaba la modernidad.
El nacimiento de la ACdP es fruto de un riguroso trabajo de reflexión. Detallados informes sobre la situación del catolicismo en España fueron elaborados por el entonces Nuncio y remitidos al Vaticano para su análisis y estudio. Allí tras diagnosticar una sociedad con resabios laicistas que se sitúa de espaldas a Cristo y un cristianismo hondamente sentido pero limitado a la práctica individual o colectiva del culto, sin influir decisivamente en el espacio público, se propone la terapia: La religión no es cuestión solamente de los cristianos reunidos en las iglesias, sino de tener cristianos en la política, en la empresa, en la enseñanza y en la cultura. Por tanto, es preciso formar hombres que se proyecten en los campos de la vida pública tan necesitados de fecunda y vigorosa aportación cristiana. La ACdP se constituye como grupo de miembros selectos del catolicismo seglar. Un puñado de católicos para ahondar en el estudio de los problemas, tanto políticos, como sociales y económicos. Ciudadanos que mantienen una viva y recia espiritualidad fijando una constante postura de servicio a la Iglesia y a España. Desde el principio será una asociación caracterizada no sólo por la sinceridad fidelísima a la doctrina y a los principios católicos, sino además, por la adhesión al Pontificado. Se trata de una iniciativa de mayor envergadura que la intentada, años antes, por el cardenal arzobispo de Toledo Ciriaco María Sancha, promotor del catolicismo social. La creación de la ACdP fue una llamada fuerte a conciencias dormidas para llevar el espíritu católico hasta los últimos confines de la vida pública. No fue fácil desempeñar dicha misión por parte de los propagandistas. El integrismo católico les miraba con recelo e incomprensión y el anticlericalismo izquierdista les combatía con saña.
La ACdP forjó instituciones para la acción social en múltiples ámbitos: En el de la prensa (El Debate, luego el Ya), en el cultural (Biblioteca de Autores Cristianos), en el de la educación (CEU), en el ámbito del asociacionismo (Acción Católica, Cáritas, sindicatos agrarios católicos…), y en el de la política (CEDA). Precisamente, en política, Herrera Oria, primer presidente del la ACdP, asume la doctrina pontificia de León XIII sobre el acatamiento al poder constituido y la resistencia a las leyes injustas. Para Herrera la política es armonizar a los hombres en una sociedad. Se puede ser cristiano militante en cualquier régimen político con la única condición de que éste no ofenda ni a la ley natural ni a la ley divina. En el campo del periodismo, Herrera Oria concibe a la prensa como el arma de la verdad. Censura esa tendenciosa irresponsabilidad de la prensa hacia la táctica del silencio, secuestrando la noticia o aminorándola o hacia la táctica de la calumnia, tratando de tergiversarla. Afirma que el periodista ha de formarse un juicio justo y razonable y mediante él contribuir a la formación y orientación de la opinión pública. En el terreno educativo, la ACdP tuvo muy presente la influencia decisiva que la enseñanza ejerce en la formación de un pueblo. No hay educación integral de ningún hombre sin el cultivo de lo que constituye la dimensión más profunda de su ser: el sentido de lo trascendental, el culto a Dios.
Por su trayectoria centenaria, la ACdP constituye el intento más sensato por vincular en España cristianismo y modernidad. Cien años después se mantiene en los propagandistas el espíritu que alienta la acción en la vida pública por la práctica de aquellas cualidades que les son propias: piedad, audacia cristiana, sano optimismo y obediencia a los Pastores y a la Santa Sede. Con el deseo de lograr otros cien años de modernidad en nuestra historia, la ACdP alerta de que la más grande falta de los cristianos del siglo XXI será dejar que el mundo se haga sin ellos, sin Dios o contra él.
*Publicado en La Razón