Belén es la ciudad que centra toda nuestra atención en la celebración de la Navidad. Actualmente esta ciudad está en territorio palestino y está separada del territorio de Israel por una valla. Sin embargo, en tiempos del Mesías era una ciudad cercana a Jerusalén, pero discreta en cuanto tamaño y popularidad. En cambio, Jerusalén y Jericó ocupaban la atención de los rabinos y de la mayoría de la población como ciudades de gran actividad religiosa y comercial.
En los evangelios sólo aparece una escueta nota, cuando María y José bajaron desde Nazaret a Belén para empadronarse, que nos indica que “no había alojamiento para ellos” en esa ciudad.
El primer detalle de esta historia es notar que José debió enterarse del decreto de empadronamiento cuando ya estaba en Nazaret, de vuelta de Ain Karim con María, que ya estaba esperando el alumbramiento de Jesús. De otra forma no se entiende que bajasen con tanta prisa, pues si se hubiese enterado unos meses antes, José y María podrían haberse empadronado con toda tranquilidad cuando José fue a recogerla a la casa de Isabel en Ain Karim, que estaba a tan sólo 12 km de Belén.
Ain Karim (donde Isabel recibió la visita de María), Belén y Jerusalén están cerca unas de otras, en Judea. Nazaret se encuentra al norte, en Galilea.
La primera pregunta que podríamos hacernos es ¿por qué José no esperó en Nazaret hasta que María hubiese dado a luz a su Hijo? Acababan de llegar desde Ain Karim hacía apenas seis meses, habiendo recorrido 150 kilómetros a pie de ida y otros tantos de vuelta y no parece lógico volver a hacer ese viaje tan sólo por un decreto del emperador romano. Además, José, que conocía muy bien las Escrituras, sabía de los males que trajo para su ascendiente David cuando ordenó un censo del pueblo judío.
Es muy probable que José no naciese en Belén sino en Nazaret, donde sus padres ya llevaban unos años viviendo. El trabajo de Jacob, su padre, era טקטון, que en griego significaba Τέκτον [tekton] y que se tradujo al latín como faber. Y de aquí se tradujo al castellano como artesano o carpintero. Pero Τέκτον significa más bien constructor o persona que utiliza herramientas variadas para trabajar. Es decir, Jacob tenía una profesión muy demandada y bien pagada en Séforis, donde Herodes Antipas se estaba construyendo el palacio de verano. Séforis estaba tan solo a 6 kilómetros de Nazaret, por lo que Jacob pudo fijar allí su residencia como un lugar más recogido y piadoso que la gran urbe judeo-helenística y allí fue donde pudo nacer José. Pero José era descendiente directo de David y David había nacido en Belén de Judá.
Cuando recibió la noticia del empadronamiento, él la percibió como la señal que le daba Yahvé para partir hacia Belén y así lo hizo. No cuestionó si tenía que salir antes o después. Él, desde que aceptó ser padre de Jesús, sólo vivía para María y para los planes de Dios, en los que ya había entrado al casarse con María.
Percibía que la llegada a Belén podría ser muy triste para María, pero no se lo dijo, sólo confiaba en Dios. Él sí sabía el porqué. Aparte de los cinco o seis días especialmente fatigosos para María, él guardaba una pena en su corazón que esperaba no afectase a su mujer.
Todo ocurrió aquel día en Nazaret cuando el ángel le dijo “No temas, José” y que el evangelista Mateo apostilla con unas palabras: “Y recibió a su esposa”.
Según la ley de Moisés, una vez celebrada la boda, el marido y la mujer no podían convivir hasta pasado un año, tras el cual la novia sería recibida en la casa que el marido habría construido durante ese período.
A la boda de María y José habrían asistido sus parientes de Belén, que esperaban con ilusión a que pasase un año para volver a celebrar el gran festín en Nazaret. José, como ya sabemos, al enterarse por su mujer de que Ella había concebido del Espíritu Santo, pensó repudiar a María en secreto como mal menor. Fue una prueba durísima para el santo Patriarca, porque él amaba con todas las fuerzas de su alma a María y sabía que él no era el padre de la criatura que estaba en el seno de su mujer. No dudó de María, pero él no podía aparecer como su padre, porque no lo era. Tuvo que venir un ángel a decirle que sí, que él era el padre de Jesús, porque así lo quería Dios. Y él al despertarse “hizo lo que el ángel le había ordenado y recibió a su esposa” (Mt 1, 20-21).
José recibe a María en su casa ya como padre del que nacerá del vientre de María. Ahora ve a María no sólo como esposa sino como madre y está muy feliz, inmensamente feliz. Pero esta noticia “vuela” y llega a sus parientes de Belén. José, al que consideraban justo, ha roto con lo prescrito en la Ley. Ha pasado a ser no sólo injusto sino despreciable y además les ha dejado sin banquete. Si hubiese repudiado a María él quedaría como una persona respetable, aunque María habría quedado abandonada y en mal lugar.
No es pues extraño que José no pudiese entrar en alguna casa de sus parientes como era la costumbre en Israel, dado que también en la ley de Moisés se indica cómo se ha de recibir al peregrino por parte de los judíos. Allí les indica que han de ser muy atentos con el que pasa cerca de su casa: “Al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éx 22, 21).
Tampoco sabemos quién fue el que les prestó la cuadra de los animales, pero sí sabemos que José encontró un aposento que él mismo pudo limpiar y que además les permitió contar con la intimidad necesaria para el nacimiento de Jesús.
José tomó una decisión nada favorable para su imagen y sólo confió en su Padre Dios y en su amor a María. Por eso el Salvador nació rodeado sólo de su madre y de su padre… y del cielo que se abrió con los ángeles cantando: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
En un libro de censos romano, entre miles de nombres, aparecerá que en Belén de Judá en ese año vivían un tal José hijo de Jacob, su esposa María hija de Joaquín y su hijo Jesús.
Domingo Aguilera Pascual es autor del libro 'Las relaciones de José'.