Los pensadores y filósofos, máxime en nuestro tiempo, no tienen buena prensa. En un mundo en el que importan los productos y los datos, hacer cosas tangibles y numéricamente contables, parece que sobra esta profesión. O si no sobra, es sólo el entretenimiento improductivo de unos frikis. Si hablamos de la cúspide de los buenos filósofos, la metafísica, llegamos también a la cúspide de este entretenimiento vacío de la filosofía. Estos frikis tan peculiares viven a años luz de la tierra, pensamos. ¿Por qué no usarán su tiempo y sus cualidades en algo más productivo?
El hombre, nos dice la ciencia empírica, es un organismo que tiene, aproximadamente, cinco litros y medio de sangre, unos dos metros cuadrados de piel y cerca de 100.000 kilómetros de vasos sanguíneos. Pestañea, más o menos, seis millones de veces al año y logra diferenciar 1.000.000 de colores. Podríamos seguir dando datos físicos que describen realmente al hombre, al hombre físico, pero nos damos cuenta rápido de que somos algo más. Sin negar esa parte física, nos damos cuenta de que también somos algo que va más allá de la física, somos algo meta-físico.
Recientemente escuché hablar a un catedrático de genética sobre posthumanismo, esa idea futurible (bastante futurible) de llegar a un nuevo tipo de ser humano, un cíber, mezcla de hombre y máquina. Nos venden como algo que está a la vuelta de la esquina la vida larga, muy larga, casi eterna, y por supuesto en esta tierra. Dicen que la genética puede lograrlo, pero de la genética depende como mucho un 20% de la duración de nuestra vida; el resto son factores del entorno, ambientales, del mayor o menor cuidado de nuestro cuerpo, etc. La genética, decía este catedrático, Nicolás Jouve, no es, ni de lejos, tan milagrosa.
Llevamos dos décadas trabajando con el llamado "corta y pega" genético, la técnica CRISPR/Cas9. Se ha avanzado, ciertamente, muchísimo menos de lo que nos intentan vender. Podemos ajustar algunos genes, pero cada cromosoma humano, cada uno de los 46 cromosomas, contiene cientos de millones de genes. Lo que en román paladino llamamos "encontrar una aguja en un pajar".
Somos datos, y vamos conociendo algunos de esos datos, muy pocos, y de sus interrelaciones. Pero más allá de esos datos, de esa "física", nos importan las vivencias, los sentimientos, los anhelos y miedos que padecemos, las presencias y ausencias que rodean nuestra vida. Es admirable la gama de colores que podemos ver en esos 6.000.0000 de pestañeos, pero qué lejos están de la belleza que encontramos en un corazón que nos ama, en nuestros padres, en nuestros amigos, en el rato tan agradable que acabo de pasar estando junto a ellos. Es mucha la piel y muchas las venas que tenemos, si lo ponemos todo junto y como una cuerda, pero ese dato está a años luz de lo que nos transmite la caricia de un ser amado; y a lo mejor sólo ha tocado 3 centímetros.
¿Somos cuerpo o tenemos cuerpo? El eterno enigma, que nos gustaría convertir en un dilema: o elijo la opción 1, o elijo la opción 2. Pero la realidad es mucho más compleja, y supera con creces el dato físico, tangible, sensible. Es más, constatamos que aquello que más nos influye, que nos da felicidad o tristeza, alegría o temor, es principalmente lo que está más allá de la física, del puro y simple dato. El amor, esencia del hombre, aquello que llena plenamente de sentido nuestra vida, es metafísico, aunque tenga algunas patitas que tocan lo físico, lo material. Es curioso: la metafísica nos interesa más de lo que pensábamos. Y en ella, queramos o no, se asienta nuestra vida.