El historiador y periodista Santiago Mata acaba de publicar la segunda edición de su libro Ramon Llull. El hombre que demostró el cristianismo (Rialp). Lo leí hace unos años y su autor me puso una dedicatoria en la que deseaba que este patrono de los publicistas me sirviera de inspiración. Me pareció una obra eminentemente didáctica, en la que los lectores son ilustrados en cuestiones de historia y filosofía medievales, necesarias para comprender al gran filósofo medieval mallorquín de los siglos XIII y XIV.
Pienso que Ramon Llull está todavía por descubrir y el libro de Santiago Mata es una buena guía para hacerlo. Llull no puede ser relegado a un capítulo árido y complejo de una historia de la filosofía medieval, y tampoco reducirlo a un concienzudo estudio filológico aplicado a la lengua catalana. Su voluminosa obra tiene suficiente contenido como para interesar al hombre de nuestros días, al que no ha sustituido la razón por las emociones efímeras. Por eso, el poeta Pedro Antonio Urbina, un inolvidable intelectual mallorquín, subrayó en el prólogo de este libro la actualidad de Llull, sobre todo por el hecho de no separar nunca la fe de la razón. Por eso, el principal enemigo del filósofo sería el fundamentalismo fideísta, cerrado siempre a todo diálogo y encuentro, si bien Llull, en su constante interés por el diálogo con el islam y el judaísmo, nunca entendió por diálogo esa teoría en la que cada uno renuncia a parte de sus propias convicciones y que no deja de ser una falsificación. Esto supondría una claudicación, por no decir una negación, de la verdad.
Una de las partes históricas más logradas del libro es la recreación del Mediterráneo medieval en la segunda mitad del siglo XIII, centrándose particularmente en la Mallorca de la época, aunque lo importante no solo son los habituales hechos bélicos sino las mentalidades de la época, que abarcan también la literatura.
De hecho, Ramon Llull será un trovador de la corte de Mallorca, un hombre mundano ávido de placeres y riquezas, hasta que una visión de Cristo crucificado, repetida en varias ocasiones, le hará replantearse su vida hasta el punto de querer dejar a su familia por la predicación del mensaje de Cristo, de un modo similar al de Francisco de Asís. A partir de entonces se interesará por el estudio de la filosofía y la gramática, entre otras materias, además de aprender la lengua árabe, pues quería convertir a los musulmanes.
Sus estudios durarán casi una década y apenas saldrá de Mallorca, y su profundo conocimiento de la filosofía musulmana, la de Avicena y Averroes entre otros, que estaba influenciada por Aristóteles, le hará abrazar con entusiasmo la lógica, con la que pretende demostrar la existencia de Dios. Ramon Llull era capaz de dialogar con filósofos musulmanes, pero desgraciadamente estos estaban a punto de convertirse en heterodoxos, por la progresiva separación de la razón en la que caería la religión islámica, sobre todo a partir del siglo XIV.
El libro de Santiago Mata contiene una detallada descripción de las principales obras de Llull, con interesantes aclaraciones de tipo filosófico. Son toda una invitación a profundizar, una defensa de la necesidad de formación para el cristiano. Conviene subrayar que en Llull “la predicación supone la contemplación”, una cita muy aplicable a ciertas tendencias antiintelectuales presentes en el cristianismo de hoy.
No menos interesante es el método de Llull para la difusión de la fe, que sabe de sobra que la fuerza de la espada, tan extendida por aquel entonces, no sirve como argumento a favor de la verdad religiosa. Tampoco bastarán los argumentos de autoridad, ni mucho menos bellas composiciones líricas como las que solían hacer los trovadores de la época. Como bien dice el autor del libro, “a las ideas hay que darle vueltas”. No hay que castigar al interlocutor con argumentos. Las verdades expuestas deben ser pocas y nuestra labor consistirá en darles vueltas, como si se tratase de una labor de entrenamiento. Ni que decir tiene que Llull hará un uso continuo de la lógica en sus argumentaciones, haciendo incluso incursiones en el campo de la geometría.
En resumen, Ramon Llull es un gran filósofo de la razón, de una razón unida a la fe, un hombre que no puede admitir la negación de la razonabilidad de los misterios de fe, pues sin la razón la fe está perdida. Llull es, sin duda, un “Quijote medieval”, en expresión del historiador Claudio Sánchez Albornoz, pero cabría añadir que su ideal, y su realidad, no es el del caballero andante sino el del Cristo crucificado que cambió para siempre su vida.
Publicado en el portal de EWTN.