El discurso de Benedicto XVI a los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede mira al futuro. Con una amplitud de miras que en general no tienen los líderes internacionales y con un realismo que no esconde los problemas. En un repaso que, aunque es tradicional en la forma, muestra bien la atención y la actitud de la Sede romana respecto del mundo, que el Papa ha descrito en el exordio de su texto: En Dios la Iglesia existe para los demás y, por eso, está abierta a todos.
Esta apertura se demostró en las últimas semanas con el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre la Santa Sede y la Federación Rusa -un hecho que es motivo de «profunda satisfacción», subrayó Benedicto XVI- y con la visita del presidente vietnamita, así como, a lo largo del año recién concluido, con los encuentros del Pontífice con numerosos exponentes políticos, en el Vaticano y durante las visitas y los viajes.
En el panorama internacional sigue en primer plano la dramática crisis de la economía mundial y la inestabilidad social que deriva de ella. Raíz de la crisis -como se lee en la Caritas in veritate- es la mentalidad egoísta y materialista, con efectos que amenazan también la creación: Un ejemplo es la degradación del medio ambiente que ha salido a la luz, después de la caída del muro de Berlín, en los regímenes ateos europeos. Por esto, hoy la Santa Sede comparte la fuerte preocupación por el fracaso sustancial de la Conferencia de Copenhague y desea que en los próximos encuentros de Bonn y Ciudad de México se superen las resistencias de orden económico y político a la lucha contra el cambio climático. De lo contrario, está en peligro el destino mismo de algunos países, dijo sin ambages el Papa.
Con mayor razón la Iglesia, atenta a la salvaguardia del medio ambiente, insiste en el respeto irrenunciable a la persona humana, que significa protección de la vida desde la concepción y una distribución equitativa de los recursos alimentarios, que bastan para toda la población mundial, como desde hace decenios va repitiendo la Santa Sede contra catastrofismos interesados. Así, a los labios de Benedicto XVI ha vuelto la preocupación por la explotación de enormes zonas de África, por la producción de droga en Afganistán y en algunos países latinoamericanos, pero sobre todo por el aumento constante de los gastos militares y por los arsenales nucleares, de los que tratará en mayo la Conferencia de Nueva York.
Muchas situaciones insostenibles por la difusión de la violencia, la pobreza y el hambre están en el origen del imponente fenómeno migratorio mundial, frente al cual el Papa ha vuelto a pedir a las autoridades civiles que actúen «con justicia, solidaridad y clarividencia», recordando en particular la fuga de los cristianos de Oriente Medio. Y precisamente por este dramático y preocupante fenómeno -que amenaza con extinguir la presencia cristiana en las tierras donde nació la Iglesia- Benedicto XVI quiso convocar para el próximo otoño una Asamblea del Sínodo de los obispos. Reafirmando además la petición de reconocimiento de los derechos de israelíes y palestinos, así como de la identidad y del carácter sagrado de Jerusalén.
Las crisis del mundo y de las distintas sociedades tienen su origen en el corazón de los hombres -repitió el Papa- y sólo pueden superarse, cambiando mentalidad y estilos de vida, mediante un gran esfuerzo educativo. La Iglesia quiere participar en él, pero por esto es necesario que se reconozca su papel público, tanto en la Europa que no debe abandonar las fuentes de su propia identidad como en el mundo. La Iglesia no pide privilegios, sino sólo poder vivir para los demás, fiel al único Señor.
Esta apertura se demostró en las últimas semanas con el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre la Santa Sede y la Federación Rusa -un hecho que es motivo de «profunda satisfacción», subrayó Benedicto XVI- y con la visita del presidente vietnamita, así como, a lo largo del año recién concluido, con los encuentros del Pontífice con numerosos exponentes políticos, en el Vaticano y durante las visitas y los viajes.
En el panorama internacional sigue en primer plano la dramática crisis de la economía mundial y la inestabilidad social que deriva de ella. Raíz de la crisis -como se lee en la Caritas in veritate- es la mentalidad egoísta y materialista, con efectos que amenazan también la creación: Un ejemplo es la degradación del medio ambiente que ha salido a la luz, después de la caída del muro de Berlín, en los regímenes ateos europeos. Por esto, hoy la Santa Sede comparte la fuerte preocupación por el fracaso sustancial de la Conferencia de Copenhague y desea que en los próximos encuentros de Bonn y Ciudad de México se superen las resistencias de orden económico y político a la lucha contra el cambio climático. De lo contrario, está en peligro el destino mismo de algunos países, dijo sin ambages el Papa.
Con mayor razón la Iglesia, atenta a la salvaguardia del medio ambiente, insiste en el respeto irrenunciable a la persona humana, que significa protección de la vida desde la concepción y una distribución equitativa de los recursos alimentarios, que bastan para toda la población mundial, como desde hace decenios va repitiendo la Santa Sede contra catastrofismos interesados. Así, a los labios de Benedicto XVI ha vuelto la preocupación por la explotación de enormes zonas de África, por la producción de droga en Afganistán y en algunos países latinoamericanos, pero sobre todo por el aumento constante de los gastos militares y por los arsenales nucleares, de los que tratará en mayo la Conferencia de Nueva York.
Muchas situaciones insostenibles por la difusión de la violencia, la pobreza y el hambre están en el origen del imponente fenómeno migratorio mundial, frente al cual el Papa ha vuelto a pedir a las autoridades civiles que actúen «con justicia, solidaridad y clarividencia», recordando en particular la fuga de los cristianos de Oriente Medio. Y precisamente por este dramático y preocupante fenómeno -que amenaza con extinguir la presencia cristiana en las tierras donde nació la Iglesia- Benedicto XVI quiso convocar para el próximo otoño una Asamblea del Sínodo de los obispos. Reafirmando además la petición de reconocimiento de los derechos de israelíes y palestinos, así como de la identidad y del carácter sagrado de Jerusalén.
Las crisis del mundo y de las distintas sociedades tienen su origen en el corazón de los hombres -repitió el Papa- y sólo pueden superarse, cambiando mentalidad y estilos de vida, mediante un gran esfuerzo educativo. La Iglesia quiere participar en él, pero por esto es necesario que se reconozca su papel público, tanto en la Europa que no debe abandonar las fuentes de su propia identidad como en el mundo. La Iglesia no pide privilegios, sino sólo poder vivir para los demás, fiel al único Señor.