Los métodos modernos de evangelización y los planes parroquiales se centran casi exclusivamente en ser “positivos”. Las palabras clave son acogida, inclusión y diversidad. ¡Venid a nuestras encantadoras parroquias! ¡Somos una entrañable, receptiva y alegre familia de fe! O eso dicen, al menos.
Pero los números de la asistencia a misa, que siguen hundiéndose, sugieren que la mayoría de la gente no compra esos mensajes ni encuentra atractiva tal presentación.
Y entonces llega el Miércoles de Ceniza, un día enormemente popular que ni siquiera es fiesta de precepto, y rompe todos los supuestos del plan parroquial típicamente moderno. No es que en Miércoles de Ceniza la asistencia a misa sea un poco mayor: es que es significativamente mayor.
Y ese día, ¿cuál es nuestro mensaje (si lo transmitimos fielmente)? Simplemente éste: “Arrepiéntete, porque te vas a morir. Y entretanto, ayuna, reza y haz limosna”.
Además, alarmamos a los fieles con mensajes del profeta Joel ["Convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos": Jo 2, 12-18] y de San Pablo ["En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios": 2 Cor 5,20-6,2] con su urgente advertencia de que debemos llorar y ayunar por nuestros pecados y reconciliarnos con Dios.
Y luego les manchamos la frente con ceniza.
Es bastante humillante, ¿no? El tono normal en la mayoría de las parroquias católicas no se asemeja en absoluto ni suena a nada similar. Del pecado se habla con sordina, las llamadas al arrepentimiento y a la conversión se evitan como algo poco acogedor e incluso hostil, y es inconcebible que se hable de la muerte, el juicio o la posibilidad del infierno.
¡Ojalá el Miércoles de Ceniza nos enseñe que tenemos cosas que aprender!
Se ve muy poca gravedad en el planteamiento de muchas parroquias modernas. En consecuencia, se respeta muy poco lo que hacemos. Se hemos de ser sinceros, el problema no está en lo que hacemos, sino en lo que no hacemos. La jovialidad debe tener su lugar, pero si no conoces las malas noticias, la Buena Nueva no es noticia. Y entonces no conseguimos explicar la verdadera razón de nuestra existencia.
Dirigimos un hospital espiritual, pero nuestro abrumador silencio sobre el pecado da a entender que no existe ninguna enfermedad real ni tampoco hay lesiones peligrosas que debamos evitar. En consecuencia, ¿quién necesita nuestro hospital? Este omnipresente gozo nuestro no resulta un mensaje atractivo porque, en el fondo, la mayoría de las personas sabe que hay algo en ellas que no funciona bien, pero ve a sus médicos de cabecera más interesados en atraer pacientes que en curarlos.
Y entonces llega el Miércoles de Ceniza y, al menos por un minuto, el médico (el pastor) está dispuesto a decirles: “Tienes que ser más serio y seguir el programa, porque no tardarás en morir”. Y esto sí merece el respeto que muchos de nuestros otros mensajes no consiguen suscitar. No es ese mensaje alegre, acogedor, inclusivo y diverso que, según se nos dice, va a llenar los bancos. Pero haremos bien en aprender la lección: motivar es algo más complejo que limitarse a parecer encantador.
Ganarse el respeto con un mensaje serio y exigente es más importante de lo que muchos piensan. Jesús no era un clown atrayendo a la gente a una especie de entretenimiento circense. Él sabía cómo mirar a los ojos a las multitudes para apremiarles al arrepentimiento y a la seriedad en la difícil tarea de ser auténticos discípulos suyos. Lo que les aguardaba eran la muerte y el juicio, y solo había dos resultados posibles: el Cielo o el Infierno.
Algo en el Miércoles de Ceniza remite a ese lado serio de Jesús que hemos descartado con demasiada facilidad.
Monseñor Charles Pope es el párroco de la iglesia del Santo Consolador y San Cipriano, en Washington, DC.
Publicado en el blog del autor en el portal de la archidiócesis de Washington.
Traducción de Carmelo López-Arias.