Por una mayoría clara, de 3 a 1, Irlanda ha aprobado que su parlamento tramite una ley sobre el aborto más amplia que la actual. Por tanto, no era tanto un aborto “sí o no”, como su amplitud. Ahora serán los diputados quienes concretarán. En todo caso es evidente que de una situación restrictiva se quiere pasar a otra donde los plazos se impongan a los supuestos; en definitiva, la decisión subjetiva de la mujer en lugar de causas objetivas. Porque en el fondo de este conflicto una de las grandes cuestiones que subyacen es el choque entre un orden de razón objetiva en regresión, y el subjetivismo del deseo surgido de la razón instrumental.
La literatura presuntamente informativa que se ha publicado en España sobre este hecho muestra el lavado de celebro sistemático al que estamos sometidos. El periodismo ha pasado de narrar hechos a trasmitir consignas y calificativos. Por ejemplo, María R. Sahuquillo escribía en la información de El País cosas del tipo: “Los movimientos ultraconservadores han tomado hace años a la mujer como su campo de batalla ideológico”. Han pasado de considerar el aborto un mal menor a convertirlo en un derecho sexual y reproductivo (más bien, antirreproductivo) y, más allá, incluso un derecho fundamental, según la diputada sueca Ulrika Karlson, citada por Sahuquillo.
Se trata de barrer al discrepante, de estigmatizarlo como un ser contrario a los derechos fundamentales, a la mujer, fijando las imágenes sobre la batalla sobre su cuerpo, cuando los únicos que realmente meten la mano son quienes practican el aborto, rompiendo así de forma violenta el proceso natural de gestación mediante el artificio de matar al feto. El hecho es tan evidente que la mayoría de las mujeres registran después síntomas más o menos graves, más o menos pasajeros del síndrome del shock traumático. Y es que el aborto es una evidencia contraria al proceso de la naturaleza femenina, mientras el nacimiento lo culmina.
Otra cosa es que la mujer desee que tal evolución natural sea liquidada, y eso es en definitiva el aborto legal, pero el trasfondo de esta decisión se forja en la mentalidad de considerar el embarazo como enfermedad de transmisión sexual, que es precisamente la vía que sigue la educación sexual pública, donde todo se reduce al “póntelo pónselo”, referido al preservativo, y los programas más avanzados a la forma de obtener placer fisiológico relacionado con el acto. Pero esta educación no forma en la responsabilidad del propio acto ni sobre sus consecuencias últimas, ni en la naturaleza de la criatura engendrada.
¿Qué es el que ha de nacer? Para los autores de la propaganda del cuerpo de la mujer como único titular no es nada, y eso es una aberración ética. Y que no se diga que no es nada en razón de la dependencia de la madre, porque el cuidador no tiene ningún derecho sobre la vida del dependiente, ni tan solo en los casos más extremos, de manera que si pone fin a su vida incurre en un homicidio, aunque sea una persona en la fase terminal con Alzheimer, para situar un caso bien extremo.
Es una paradoja dramática que en los tiempos de los anticonceptivos más eficaces se luche con tanto ahínco para abortar más y mejor. Subrayo que es una evolución paralela a la eutanasia: cuanto más han progresado las atenciones paliativas y la paliación o supresión del dolor, más eutanasia reclama. Este es un mundo extraño desencajado de la naturaleza de las cosas, y, por consiguiente, que difícilmente puede acabar bien. ¿Cómo gobernar una sociedad guiada solo por la satisfacción de la pulsión del deseo?
La Iglesia en Europa debe reflexionar a fondo y ante Dios: ¿por qué el aborto ha tomado tal carta de naturaleza, y qué parte de responsabilidad, pequeña o grande tenemos en ello, si nuestros actos e indiferencias, si por acción u omisión, lo han facilitado, y en qué medida? La Iglesia en Europa, todos, debemos meditar y rezar, porque es precisamente aquí donde se produce el hundimiento demográfico por falta de nacimientos, que tienen en el aborto y la píldora abortiva una de sus causas, ni muchos menos la única; pero sí tan grande como para atribuirle una cuarta parte de responsabilidad, más la formación de una mentalidad que concibe la maternidad, no como el fin que realiza a la mujer y el hombre, sino simplemente como el resultado de un deseo, de una ilusión. Y lo es, claro que sí, pero no solo es eso. Es el mayor acto de realización humana, y el mayor servicio a la comunidad. Hemos de pedirle a Dios la gracia de que lo comprendamos. Lo que no puede ser es que se mantenga este silencio, que solo puede ser fruto del acomplejamiento, el temor o las dudas. O la simple reacción, que por ser solo eso solo convence a los convencidos.
La Iglesia como institución no es un agente político, porque no ha sido fundada por Jesús para cuidar directamente de la sociedad, ni tan siquiera posee los medios para hacerlo. Es un agente religioso y moral que guía a los hombres en su relación con el bien y el mal en presencia de Dios. Se dirige a los que pertenecen a ella y al conjunto de la sociedad. Por consiguiente, no le corresponden soluciones concretas “técnicas”, instrumentales, de la política. Pero sí se reclama de ella un liderazgo moral claro y que pueda ser escuchado por todo el pueblo, o al menos por todo el Pueblo de Dios. ¿Cuántos sacerdotes reflexionaron en este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, sobre esa ausencia de amor que es el aborto?
En el ser humano coinciden las dimensiones naturales y sobrenaturales. Y esa dimensión natural, cuando es colectiva, necesita de la política. Cuando esto se abandona se incurre en el riesgo de que la ley humana choque con la ley de Dios, con lo sobrenatural. Es lo que nos sucede. Esa tarea política corresponde a los laicos organizados en torno la doctrina social de la Iglesia,
Pero que corresponda a los laicos no significa que los consagrados a Dios, especialmente sacerdotes y obispos, se mantengan al margen o tengan una misión irrelevante, porque su tarea es guiar, acompañar a los cristianos, individual y colectivamente, e impulsar cuando sea necesario para el bien de la comunidad humana y la Iglesia.
Roma debe preguntarse qué hacer con todo esto, sobre el ¿por qué España ha caído, por qué lo ha hecho Irlanda? Entre sus reflexiones quizás encuentre que además de una crisis moral y de un paradigma cultural basado en la satisfacción del deseo como el único hiper-bien, se encuentre la incapacidad del catolicismo actual, a pesar de los medios de que dispone, para construir la “contracultura” cristiana en medio de la sociedad.
Publicado en Forum Libertas.