Hace dos años di testimonio sobre mi experiencia tras varios años practicando yoga.

Esa exposición tuvo un coste personal importante porque generó incomprensiones y juicios en mi entorno, aunque también me trajo alguna alegría, como su traducción al inglés y publicación por una web católica india. Nadie mejor que los católicos indios para darnos su punto de vista sobre el tema.
 
Tema complejo y misterioso sobre el que hay experiencias dispares y abundante bibliografía sobre religión comparada.
 
Entre otros, el mitólogo Joseph Campbell y su siempre fascinante maestro Carl Gustav Jung, el misterioso Raimon Pannikar, ex sacerdote del Opus Dei y autor de El silencio de Buda: una introducción al ateísmo religioso y, el más actual, Pablo D´Ors, nieto de Eugenio D´Ors, con su sugerente y bienintencionada Biografía del silencio, acogida con entusiasmo por una sociedad hambrienta de silencio y golpeada por la dispersión.
 
Biografía del silencio es un ensayo sobre meditación con forma de diario zen cuyo planteamiento de fondo no comparto. Al tratar de difundir la meditación oriental desde una orientación cristiana, termina reduciendo el cristianismo a una especie de humanismo inclusivo, no excluyente ni exclusivo, y pierde su centro, que es la fe en Cristo.
 
No obstante, contiene ideas muy interesantes sobre los grandes problemas de Occidente: el ruido (necesidad de silencio), la dispersión (necesidad de atención) y el activismo (necesidad de contemplación). Incide en que el desierto y la contemplación no son necesariamente escapismo o espiritualismo sino territorios de una potencia espiritual extraordinaria.
 
En cualquier caso, el autor con el que he empatizado hasta emocionarme es el belga Joseph-Marie Verlinde, el menos teórico y más experiencial puesto que su obra describe, con gran rigor intelectual, su trayectoria autobiográfica desde un ashram a un monasterio. Analiza con enorme respeto y muchos matices la sabiduría de Oriente y la confronta con la verdad de Cristo.
 
No tengo totalmente resuelto el tema de la espiritualidad oriental y su compatibilidad con Cristo. Es un tema complejo. Estoy en camino y, sin renunciar a la brújula que es Cristo, “Camino, Verdad y Vida” (Juan 14,6), quiero estar abierta a nuevas matizaciones que nos acerquen más a la verdad, aunque sea a tientas y manteniendo un cierto grado de inseguridad y provisionalidad, que admita nuevas revisiones, tratando de no ser “prisionera de mi propio punto de vista”, usando terminología jungiana.
 
Por espiritualidad oriental en este artículo entiendo métodos que se inspiran en el hinduismo y budismo, como el “zen”, la “meditación trascendental” o el “yoga”, pero podría aplicarse a cualquier tradición o práctica religiosa que se presente como un camino de “mística natural”, incluido el mindfulness, que no es sino la conciencia plena de la meditación budista.
 
Como punto de partida, algo evidente que no está de más recordar: dondequiera que el hombre busque honestamente la Verdad, el Espíritu Santo está presente. Y “todo lo que se busca con fe acaba viniendo. ¿Cuándo? Cuando Dios quiera” (Teófanes el Recluso).
 
Las grandes tradiciones religiosas son la expresión de la búsqueda humana de Dios. Sin embargo, la pluralidad de confesiones religiosas nos genera inquietud.
 
Evidentemente, y como todos sabemos, la Iglesia no rechaza todo lo que en otras religiones haya de verdadero: el hinduismo expresa el misterio divino en la inagotable fecundidad de sus mitos; el budismo reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable, etc., etc.
 
Pero la fe nos obliga a hacer una elección “arriesgada”, en la que está en juego el sentido de nuestra vida. Nos cuesta elegir porque pretendemos beber de todas las fuentes persiguiendo el mito de una religión universal, una especie de gnosis, que ilumine la ignorancia de nuestra pobre humanidad. Caemos así, con Joseph Campbell, experto en mitología y religión comparada, en la idea de que “todas las religiones pueden reducirse al final a los mismos mitos, enseñados de modos diferentes”.
 
Respetar el hinduismo o el budismo no significa querer a toda costa que sus prácticas sean compatibles con el cristianismo. Y respetar el cristianismo tampoco significa querer integrar en él unas técnicas que le son extrañas e incluso incompatibles con su aspiración fundamental.
 
“El precio que hay que pagar para tener una identidad, y salvaguardarla, es reconocer que nosotros no podemos serlo todo y aceptar que nos encontramos con alteridades irreductibles” (padre Joseph-Marie Verlinde).


 
El recurso ocasional a otras tradiciones no puede ir más allá de algunos ejercicios respiratorios y de ciertas posturas corporales sencillas que produzcan relajación y serenidad, pero que no por eso merecen el nombre de “Yoga”. Aquí podríamos aplicar el “Probadlo todo y quedaos con lo bueno” de San Pablo.
 
Cuando di testimonio de que, en mi opinión, no se puede cristianizar el yoga, hablaba de auténtico Yoga, no de tres ejercicios gimnásticos combinados con una respiración consciente. Lo mismo respecto al mindfulness: entiendo que dedicar tres minutos al día a prestar atención plena y anclarse en el momento presente, unido a una respiración consciente, no es mindfulness.
 
En un yoga, zen o mindfulness rigurosos no hay lugar para la gracia y no hay lugar para Dios como ser personal y trascendente, puesto que conducen a un progresivo ensimismamiento más que a la conciencia plena que prometen: almas desocupadas sumergidas en su propia vaciedad.
 
“La advaita, lo mismo que el yoga, es un precipicio. Quien se precipita en él no puede saber qué va a encontrar en el fondo. Me temo que se encontrará a sí mismo en lugar de al Dios vivo y trinitario” (Jules Monchain).
 

¿Hablamos con nosotros mismos o con Dios? ¿Nos salvamos a nosotros mismos o la salvación es un don gratuito de Dios?
 
En la meditación oriental hay introspección, fusión con la energía cósmica, disolución del yo y, en último término, auto-redención.
 
Evidentemente, en la oración cristiana también hay introspección, silencio y cultivo de la propia interioridad, pero es fundamentalmente un diálogo, un encuentro con Dios.
 
Orar no es volverse hacia uno mismo y hundirse en el vacío interior, sino levantar la mirada para dirigirla hacia Dios.
 
“Si quieres encontrar a Dios, abandona el mundo exterior y entra dentro de ti mismo. Sin embargo, no te quedes en ti mismo sino elévate por encima de ti mismo, porque tú no eres Dios. Él es más grande y más profundo que tú" (San Agustín).
 
Quedarse en uno mismo. Ahí está el peligro. San Agustín aconseja concentrarse en sí mismo para trascender el yo, pero ese yo no es Dios sino sólo una criatura. Dios está en nosotros y con nosotros pero nos trasciende en su Misterio. La distancia y relación entre criatura y Creador se desdibuja por completo en las tradiciones orientales.
 
“Lo que está en juego es mucho más importante que unos cuantos ejercicios de preparación para la oración; es la naturaleza misma del camino hacia la interioridad. En el Antiguo y el Nuevo Testamento, entrar en uno mismo no quiere decir abstracción intelectual mediante la concentración en el Sí profundo sino conversión del corazón” (padre Joseph-Marie Verlinde).
 
La unión del alma orante con Dios tiene lugar en el Misterio. No debemos identificar la presencia real del Espíritu con nuestra experiencia psicológica de su presencia, porque la unión puede producirse también en plena desolación, lo contrario de la iluminación. “Yo voy a seducirla, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Oseas 2). Así, los cristianos no debemos medir nuestra vida espiritual por la intensidad de los consuelos que nos da el Espíritu.
 
La espiritualidad oriental prescinde por completo de la gracia. Se suele hablar de la ataraxia o autarquía del yogui, que lo debe todo a la fuerza de su voluntad. Quien se adentra en la espiritualidad oriental busca la trascendencia, pero se queda a medio camino experimentando la “alegría del ser” y termina prescindiendo de Dios. La idea de Dios, en el caso de que se mantenga, es extrínseca al yoga. Sin intrusiones externas, el yoga es puro pragmatismo ateo.
 
Frente a esto, la Gracia consiste en que Dios mismo se vuelve libremente hacia nosotros. No hay ejercicios que puedan “forzar” la venida de Dios. Cualquier ejercicio impersonal o cualquier automatismo no aumenta nuestra disponibilidad ni el desprendimiento de nosotros mismos necesario para que Él pueda entrar.
 
“Desde el mismo comienzo, el fenómeno de la mística sobrenatural difiere totalmente del de la mística natural. La interiorización de la que aquella está sedienta la lleva al éxtasis, a salir de sí misma y a encontrar dentro de sí a Otro, distinto a ella. No camina hacia lo hondo del ser ni hacia la profundidad creadora del individuo, sino hacia la inhabitación de Otro que es a la vez inmanente y trascendente” (Louis Gardet).
 
“El punto de partida del hombre que se pone en camino hacia Dios no es su negación ni su emancipación, es el desprendimiento necesario para que Dios pueda tomar plena posesión de él” (Von Balthasar, Nouveaux points de repére).
 
Las técnicas orientales, debido a la disolución del yo y de la conciencia que terminan produciendo, no preparan para un encuentro personal con el Dios Trascendente, encuentro que constituye la esencia de la experiencia mística sobrenatural.
 

El yoga y el zen pretenden absorber todas las energías, la realización mental y física. Con ello obnubilan la necesidad y el concepto mismo de Verdad: lo único que importa es la propia sensación y experiencia.
 
En la doctrina cristiana, Jesucristo se presenta como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Es decir, a los cristianos se nos pide que abramos nuestra vida por entero a una persona: Cristo Vivo y Resucitado. Los cristianos estamos llamados a una relación personal con Dios y nuestra salvación depende de la participación en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. ”El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará” (Mateo 16, 25).
 
Paul Claudel: “Bendito seas Dios mío que me has liberado de los ídolos y has hecho que no adore en lugar de ti, único Dios, a la Justicia, al Progreso, a la Divinidad o a la Humanidad, a las Leyes de la naturaleza, al Arte o a la Belleza…Cosas que no son o que son el vacío que nos ha dejado tu Ausencia. Yo sé que Tú no eres un Dios de muertos sino de vivos. ¡Señor, yo te he encontrado! El que te encuentra, ya no soporta la muerte”.
 

-“Confía en el Señor de todo corazón y no en tu propia inteligencia” (Proverbios 3, 5).
 
-Todo el que busca honestamente la Verdad, la acabará encontrando. ¿Cuándo? Cuando Dios quiera.
 
-La fe no es un punto de llegada sino un punto de partida. Nuestra búsqueda de la Verdad continuará siempre, hasta que contemplemos el rostro de Cristo cara a cara. Mientras, estamos en camino y no debemos buscar sólo confirmaciones a nuestros propios puntos de vista sino estar abiertos a nuevas revisiones que nos acerquen más a la Verdad, que es Cristo.
 
-Es legítimo utilizar la razón e intentar comprender y sacar conclusiones, pero más importante todavía es respetar los tiempos y la búsqueda honesta de sentido de nuestros hermanos sin avasallar, tratando de iluminar sin cegar.