El joven Álvaro del Portillo, junto con otros estudiantes, participaba entonces en las Conferencias de San Vicente de Paúl, fundadas un siglo antes por un profesor universitario, el Beato Fredéric Ozanam, que recogió el desafío de los intelectuales laicistas que le retaban a demostrar con obras su fe. Estableció las Conferencias para atender a los pobres y enfermos de París, que sufrían las secuelas de la naciente revolución industrial. Para él, los pobres eran imágenes sagradas del Dios al que no veía con los ojos de la carne. Era un Dios al que no sabía amar de otra manera que por medio de los pobres. Sobre este particular, Álvaro del Portillo aseguraba que iba también a aquella parroquia para aprender de los pobres. Casi medio siglo después, recordaba: «Siempre aprendía de ellos: personas que no tenían para comer y yo no veía más que alegría. Para mí era una lección tremenda».
Los testimonios acerca del Beato Álvaro le presentan sirviendo a los adultos de la catequesis en el comedor parroquial o acompañando a unos niños de una chabola, cuyos padres habían sido detenidos por la Policía. Algunos de estos hechos sucedieron después del 4 de febrero de 1934, cuando un grupo de radicales le golpearon con una llave inglesa a la salida de la parroquia, lo que indica que el joven Álvaro no se arredró y continuó yendo a San Ramón los fines de semana. No pertenecía entonces al Opus Dei, y ni siquiera conocía al fundador, pero el contacto con la pobreza le estaba produciendo un choque espiritual enorme: «Nos hace ver que muchas veces nos preocupamos de tonterías que no son más que egoísmos nuestros… Vemos que la gente sufre por motivos graves –pobreza, abandono, soledad, enfermedad– y que están contentos porque tienen la gracia de Dios».
Beato Álvaro del Portillo (19141994).
Frente a la parroquia vallecana, se alza hoy la sede de la Obra Social Álvaro del Portillo, que desarrolla una serie de actividades para el barrio como la atención a mendigos y ancianos, la asistencia a matrimonios y familias y el establecimiento de una red de solidaridad entre comerciantes para ayudar a los más necesitados.
Por la parroquia de San Ramón pasó también la Beata Pilar Izquierdo. Tras haber vivido la mayor parte de su vida en Zaragoza, postrada en una buhardilla por estar paralítica, ciega y casi totalmente sorda, Pilar se curó milagrosamente de casi todas sus dolencias el 8 de diciembre de 1939. Una semana después, marchó a Madrid convencida de que Dios la había llamado para imitar la vida activa de Jesús en las obras de misericordia. En los primeros días de su estancia en la capital, la fundadora se alojó en una suntuosa vivienda de la calle Zurbano, rodeada de tapices, espejos y cortinajes. Pidió que le buscaran otra residencia entre los pobres del barrio de Vallecas, donde quería desarrollar su actividad misionera. Era consciente de que los duros tiempos de posguerra suponían una continua ocasión de practicar la misericordia, en el ejemplo del Maestro, pues «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3, 17).
La naciente obra no contaba aún con la aprobación episcopal, aunque Pilar Izquierdo y sus compañeras trabajarían a título particular, ayudando al párroco Francisco Navarrete. Pilar daba catequesis a los niños y les preparaba para la Primera Comunión, además de repartirles comida y juguetes.
Beata María Pilar Izquierdo (19061945).
Han quedado abundantes testimonios de cómo servía a los niños la comida, los acariciaba y tenía para cada uno unas palabras. También acudía a las casas de los pobres para conocer así sus necesidades más urgentes, y pasaba muchas horas del día y de la noche junto a enfermos y moribundos. Pero los comienzos no fueron fáciles. A menudo los pobres reciben con desconfianza y miedo a quienes desean ayudarlos, y tampoco faltaron insultos y pedradas por parte de algunos niños. Todo lo vencieron Pilar y sus misioneras con su trato amable, desinteresado y lleno de caridad. Se cumplió una vez más aquello de que «la caridad todo lo sufre» (1 Cor 13, 17), aunque también podríamos explicarlo con estas palabras de la beata: «El fuego quema; así un alma llena del amor de Dios, quema sin saberlo».
Publicado en Alfa y Omega.