Casi todo el mundo está centrado en la sentencia de este grupo infame. Para un psicólogo o un psiquiatra el hecho principal es intentar indagar ¿qué pasaba por la cabeza de este quinteto, cuáles eran sus motivaciones, qué pensaban cuando salieron de Andalucía e iban camino de Pamplona a celebrar las fiestas de San Fermín, qué llevaban dentro?
Esta gente se representa a sí misma. Eso está claro. Ellos no son toda la juventud, sino una parte. Una parte relevante que merece la pena analizar. Se trata de un grupo roto, sin fundamentos morales, muy destruido, que convierte a la mujer en objeto de placer y si el alcohol está por medio a dosis altas, sale de ellos el instinto básico y primario, que es el consumo de sexo, pero rebajando a la mujer. Es la cosificación de la mujer, convertida en cosa. Esta es una sociedad en la que, con cierta frecuencia, las personas son utilizadas como si fueran cosas. Y el acto sexual o el contacto físico es degradante. Los médicos sabemos que el alcohol destilado (ginebra, ron, wiski, etc., son de alta graduación) es un potente desinhibidor y el resultado final es un comportamiento en donde se pierde el control de uno mismo y asoma la parte animal y básica de la persona.
Me ha sorprendido el silencio psicológico que hay en torno a esos cinco sujetos. Pocos hablan de la psicología de «La Manada» y se centran en la sentencia y sus muchos matices. Hablamos de individuos con una gran falta de valores, que no tienen ni referente ni remitente, que buscan el placer sexual inmediato sin la más mínima afectividad, con una atronadora ausencia de modelos de identidad… Ellos no han llegado hasta aquí por casualidad, son la consecuencia de una cierta parte de los jóvenes perdidos, desorientados, sonámbulos de criterios, que producen pena, bochorno e irritación. Son portadores de una conducta ruin, penosa, hueca, vacía de cualquier contenido humano, y con el concurso del alcohol, el descontrol está servido en bandeja…
Pero hay un texto y un contexto. Vivimos en una sociedad hipersexualizada, en donde la pornografía se ha convertido para muchos jóvenes en la gran educadora, a la que se puede acceder con una sencilla aplicación en el móvil e internet está a la vuelta de la esquina. Las revistas pornográficas clásicas se han hundido, pues ya no es necesario ir al quiosco y comprarlas, sino que el acceso es inmediato a través de esas otras vías. La pornografía es demoledora, pues presenta un sexo inmediato, sin compromiso, a la carta y que destruye su grandeza y su profundo sentido dentro del mundo de los sentimientos… y crea una adicción que es más grave que la adicción a la cocaína, pues afecta a unos circuitos cerebrales, muy difíciles de borrar… e invita mentalmente al consumo de sexo, que rebaja a la persona y la convierte en animal.
Esta sociedad que nos ha tocado vivir en la falda del siglo XXI es muy compleja. Llena de grandes avances técnicos, en otras épocas insospechados, en muchos campos: la medicina, las ciencias, los medios de comunicación, el transporte… y al mismo tiempo que ha perdido el rumbo sobre el sentido de la vida en los grandes asuntos: el amor, la familia, la dignidad de la persona y con dos grandes notas negativas envolviéndolo todo: la permisividad y el relativismo; todo vale y ya nada es bueno ni malo… estamos en la posverdad. Ese es a mi juicio buena parte del entorno en el que nos movemos.
Una sociedad herida por la permisividad y el relativismo y anestesiada por los medios de comunicación. Sin saber de dónde viene ni adónde va. Un ser humano que flota según las modas y los vientos del momento. Sus vidas son como un sótano sin vistas. La sombra del ciprés es alargada: porque una cosa es no tener tabúes (lo que es bueno) y otra cosa, no tener criterio (que es fatal). Porque la moral es el arte de vivir con dignidad. La ética es el arte de usar de forma correcta la libertad. En «La Manada» esto brilla por su ausencia. Mucha gente se centra en la sentencia, yo me voy a la raíz de por qué todo esto sucede. Los psiquiatras rastreamos el origen del comportamiento, yendo a las causas y motivos. En medicina hay dos tipos de tratamiento: sintomático, que va a la sensación que tiene el paciente; si hay dolor, un analgésico; si hay fiebre, un antipirético; si hay molestias digestivas, un protector gástrico. El otro tratamiento es etiológico, que es el mejor, porque va a la raíz de lo que lo ha producido, tratando de poner remedio a ese origen.
Educar es convertir a alguien en persona. Educar es seducir con los valores que no pasan de moda. Educar a una persona es introducirla en la realidad con amor y conocimiento. La educación sexual es enseñarle a alguien a gestionar su vida emocional con orden, jerarquía y capacidad para la entrega en el mejor sentido de la palabra. De forma moderna, abierta, liberal…pero sólida y con unos principios antropológicos firmes y de respeto al otro. La sexualidad bien entendida es el lenguaje del amor comprometido. La sexualidad es la parte física del amor. El sexo sin amor se devora a sí mismo. ¿Cabe preguntarse qué habría sucedido si la víctima de «La Manada», al igual que muchas otras víctimas de los cientos de manadas que pueblan nuestra sociedad occidental, hubiera consentido ese tipo de relación/agresión sexual? ¿Media España estaría hablando de ella? He aquí la cuestión fundamental. ¿Cualquier aberración depende hoy en día casi exclusivamente de la existencia o no de consentimiento?
Termino. Ese binomio de la permisividad y el relativismo hace estragos. Como Saturno devorando a sus hijos, esta es una sociedad que fomenta lo que luego condena.
Publicado en ABC.