En 2002, el cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo que “un obispo debe hacer lo que hizo Cristo: ir delante de su rebaño, ser el primero en hacer lo que él le pide a los demás que hagan y, por encima de todo, ser quien se mantiene firme frente a los lobos que vienen a robar la oveja”.
 
Para un Ratzinger de formas característicamente suaves, esas palabras eran atípicamente ariscas. Tenían su explicación. Ratzinger era muy consciente, por su larga experiencia, de que siempre que la Iglesia hace bien su trabajo, se gana la atención y la animadversión de quienes se le oponen, y no solo desde fuera sino -incluso más, por desgracia- desde dentro.
 
Los ejemplos abundan. Un reciente editorial en una de las publicaciones religiosas crónicamente desafortunadas de nuestro país agrupaba a los Caballeros de Colón, EWTN, Legatus, el Instituto Napa, la Escuela Busch de Empresa y Negocios de la Universidad Católica de América, FOCUS (Fellowship of Catholic University Students, Hermandad de Estudiantes Universitarios Católicos) y la Fundación Chiaroscuro como una especie de adinerada alianza conservadora para apoderarse de la tarea de evangelización en la Iglesia.
 
Es extraño. Y es extraño porque, en la práctica, todos estos grupos son fieles al magisterio de la Iglesia y están deseando mantener buenas relaciones con los obispos locales (Chiaroscuro es una fundación civil inspirada por principios católicos). De hecho, encarnan uno de los principales mensajes del Concilio Vaticano II: facultar a los laicos para que asuman el papel de apóstoles y misioneros. FOCUS ha obtenido y continúa obteniendo éxitos masivos en la evangelización de adultos jóvenes.
 
El problema real para sus críticos es que ninguno de estos grupos está controlado por “el lado correcto” de la política o la burocracia eclesiales, y por eso su eficacia al hacer lo que hacen… escuece. Sean cuales fueren sus fallos (sí, la Iglesia, en su humanidad, está cargada de fallos desde la izquierda hasta la derecha del espectro eclesial), estos grupos están sinceramente comprometidos en servir a la Iglesia haciendo el bien y llevando gente a Jesucristo.
 
Algunos de los mejores evangelizadores católicos de nuestro país pertenecen precisamente a estas organizaciones. Necesitan nuestra gratitud y nuestro apoyo y, cuando sea necesaria, nuestra corrección fraterna, pero no un veneno paranoico.
 
Vivimos un tiempo inquieto, y aunque la misión de la Iglesia depende, en última instancia, de Dios, también depende de nosotros (obispos, clero, religiosos y laicos) y de la valentía con la que vivamos nuestra fe, de la profundidad con la que creamos y del celo apostólico que demostremos ante un mundo no creyente que necesita urgentemente a Jesucristo. En ese sentido, perjudicar los esfuerzos misioneros sinceros y de buena voluntad de tus compañeros católicos es una forma muy peculiar de expresar tu amor por el Evangelio.


Sin duda la Iglesia ha conocido anteriormente muchos otros periodos de conflicto interno. El Concilio de Nicea en el siglo IV, crucial en la formulación del Credo que creen los cristianos, fue también uno de los encuentros de más amarga división en la historia de la Iglesia.

Aquel Concilio, y el largo conflicto posterior sobre la sustancia de la fe católica, podrían haber tenido un resultado muy diferente. Y no fue así gracias a un hombre, un joven diácono y profesor de Nicea, llamado Atanasio de Alejandría, cuya fiesta celebramos el 2 de mayo de cada año.
 
Atanasio luchó por la verdadera fe católica en Nicea y a lo largo de toda su carrera. Los obispos arrianos le excomulgaron. Los profesores arrianos le rechazaron. Los emperadores le odiaban. Sus enemigos le acusaron falsamente de crueldad, brujería e incluso asesinato. Fue desterrado cinco veces por un total de 17 años.
 
Y, frente a todo ello, se convirtió en la voz que mejor expresaba su defensa de la fe católica ortodoxa, y por eso todavía hoy le recordamos como Athanasius contra mundum: [Atanasio contra el mundo].
 
Nunca se rindió. Nunca negoció sobre los principios. Nunca perdió su celo por predicar al verdadero Jesucristo. Y, al final, la verdad triunfó. Atanasio se convirtió en uno de los obispos más amados y uno de los más grandes Doctores de la Iglesia… y la fe que hoy damos por supuesta se la debemos en buena medida a él.
 
Esa es mi idea de un creyente católico que vive plenamente en el Señor. Y la lección es la siguiente: si bien no todos podemos ser los servidores, defensores y evangelizadores que la Iglesia necesita hoy urgentemente, al menos sí podemos apartarnos del camino de quienes están decididos a intentarlo.

Publicado en Catholic Philly.
Traducción de Carmelo López-Arias.

Charles J. Chaput, O.F.M. Cap es el arzobispo de Filadelfia (Estados Unidos).