Se suele escuchar hablar de «amarillismo» como una «forma de periodismo» o línea editorial que siguen algunas publicaciones en diferentes lugares del mundo. Pero, ¿cuál es su origen?
 
En 1883 el New York World atravesaba una grave crisis financiera, así que el inmigrante de origen húngaro Joseph Pulitzer lo compró. Pronto el diario asumió un enfoque popular de la noticias y comenzó a caracterizarse por un estilo activista y combativo en la cobertura de los problemas sociales: rápidamente se hizo con el público de la calle; un público que aceptaba los comentarios ligeros y las noticias sensacionalistas, que prefería las imágenes a los argumentos, que se entretenía con la publicidad y le gustaba las promociones.
 
Poco después, al empleo de estas tácticas se adhirieron otros periodistas (por ejemplo William Randolph Hearst del San Francisco Examiner) por lo que finalizó convirtiéndose en tendencia informativa. Paradójicamente, años más tarde, el mismo Pulitzer estableció el premio de excelencia periodística que hoy todavía lleva su apellido.
 
El amarillismo tomó su nombre de un personaje de caricaturas: el chico amarillo, un verdadero homenaje al exceso (sexo, delincuencia, desastres, titulares muy grandes, ilustraciones exageradas y colores en abundancia). Si bien en un principio el éxito que conllevó la novedad fue grande, las desproporciones lograron que el mismo público llevara a estas publicaciones a una merecida marginación que las ha dejado en el bajo nivel de calidad y seriedad que hoy continúan ocupando.
 
Se podría entrar más a fondo y poner de manifiesto que el periodismo verdadero implica un respeto a un código deontológico y ético del cual carece el amarillismo (que es más bien una tendencia vulgar a producir sensaciones, emociones e impresiones, a partir de la explotación y exposición de imágenes e historias llenas de morbo).