En un artículo anterior, publicado el 3 de abril con el título Las Leyes LGTBI y los homosexuales, hemos visto cómo los fanáticos de la ideología de género, aunque sean diputados y senadores, se inmiscuyen en la vida privada de los homosexuales y de los médicos que intentan ejercer su profesión. Sin embargo, es indiscutible que en el mundo adulto hay homosexuales que lo que quieren no es rendirse ante su condición homosexual, sino superarla. La reorientación sexual es posible, por lo que la actitud fatalista respecto a la mutabilidad de la opción homosexual no está justificada.

Ahora bien, si afirmamos que es posible cambiar, ello no es posible sin una serie de condiciones, entre las que la más importante y absolutamente imprescindible es la motivación del paciente para cambiar, ayudando mucho para ello la fe religiosa y las prácticas espirituales, así como un tratamiento terapéutico en el que los primeros que crean en la posibilidad del cambio sean el propio protagonista y el terapeuta.
 
Un punto a tener en cuenta es que, si se realizan estos tratamientos, es porque hay homosexuales que los demandan, porque quieren salir de la homosexualidad y llegar a tener tendencias heterosexuales. Me parece indiscutible el derecho de los homosexuales a someterse voluntariamente a un tratamiento con el intento de llegar a la heterosexualidad, así como el de los terapeutas a tratarlos. La postura de nuestros políticos, al intentar prohibirlo, me parece una canallada totalitaria, tanto más que se admite que se pueda pasar de la heterosexualidad a la homosexualidad, aunque no sé si hay alguien que desee hacerlo.
 
Los estudios de investigación demuestran que los conflictos de identidad en la infancia pueden llevar a tendencias homosexuales. La homosexualidad corresponde a una tendencia sexual que se inicia durante el desarrollo afectivo de la persona y se organiza sobre la base de un conflicto psíquico no resuelto. Además el estilo de vida homosexual está lleno de riesgos, que se traduce en una esperanza de vida menor en varios años a la de los heterosexuales, porque la fidelidad en ellos es infrecuente y abunda mucho más la promiscuidad, con el riesgo de contraer enfermedades físicas como las de transmisión sexual, mientras que en el plano mental son más susceptibles a suicidios, depresiones y abuso de drogas. Por ello, promover la homosexualidad manipulando datos y encuestas, falseando u ocultando noticias, es una violación de la verdad y una puñalada a la salud de la sociedad.
 
Entre los libros que he leído sobre el tema, recomiendo éstos: Richard Cohen, Comprender y sanar la homosexualidad (LibrosLibres); Joseph Nicolosi, Quiero dejar de ser homosexual (Encuentro); Gabriele Kuby, La revolución social global (Didaskalos); y David Morrison, Un más allá para la homosexualidad (Palabra).

Personalmente lo tengo muy claro: desde luego es posible para un homosexual llegar a ser heterosexual. La posibilidad de cambio permanente en la orientación sexual se ha probado hasta ahora en multitud de ocasiones, por lo que tratar de impedirlo limita la libertad de opinión, la libertad de la ciencia y la libertad terapéutica.

Para mí es asombroso el escaso respeto por la ciencia que tienen los defensores de la ideología de género. Pero para los políticamente correctos, la realidad es la que tiene que acomodarse con lo políticamente correcto y no al revés. Y estos libros y otros muchos psiquiatras nos hablan de personas que sí han llegado a la heterosexualidad, aparte de que me consta que la mayoría de los profesionales que atienden a homosexuales lo hacen con rigor, amabilidad y seriedad. Es decir, sí hay personas, ciertamente no todas las que lo han intentado, que han salido de la homosexualidad y han llegado a la heterosexualidad.