Varados en el culto a una farfolla distópica llamada “nueva normalidad”, los medios de desinformación complaciente extrañan con escarnio toda voz adepta a la teología, máxime si se emplea una dialéctica rigorista. Supone un rechinar de sienes no apto para los cardíacos del progreso, con la mente puesta en vestirse cada día intelectualmente a la última.
Para los lacayos de la nueva normalidad, si la innovación tiene la vitola de destrucción creativa no importará cuanto sea devastado, el reloj del progreso sonará para celebrar la devastación.
En ese mundo ajeno a los afectos y espiritualidad propios de la condición humana, cualquier devoto sin complejos será mirado como un frugívoro recién bajado de los árboles, aun desenvainando verdades lapidarias.
Algo parecido le ocurrió en días anteriores al presidente de la Universidad Católica de Murcia, José Luis Mendoza. Con un lenguaje de feligrés preclaro y bizarro, vino a persuadir (y no era el primero que avisaba) de que los capitostes del tinglado vírico que andan detrás de vacunar a toda la troupe se debían dar de bruces, como todo el que sirve al Maligno. A lo que agregó que el mal nunca podrá triunfar sobre el bien.
A la yugular saltaron en las terminales lacayunas del globalismo. Como de costumbre, vaguearon desde algunas, con los irrisorios mantras de cada día: oscurantismo medieval, conspiracionismo judeomasónico y fundamentalismo. Desde otras se bastaron con soltar a sus tertulianos mas chocarreros. E incluso algunas llegaron tan lejos en su despropósito que convocaron un sanedrín de expertos en medicina, tan serviles al oficialismo que se permitieron la ignominia de exigir la dimisión del fundador de la UCAM. Confundir la respetabilidad popular con el honor concede al experto coronavírico al servicio del oficialismo el único honor de ostentar la respetabilidad popular. Así es como el discurso dominante crea palangana de corso para la respetabilidad intelectual.
La aseveración de José Luis Mendoza tenía una interpretación unívoca: los tipejos que creen estar por encima del bien y el mal, y proceden endiosados a implementar en la sombra algo tan serio como una vacuna obligatoria, no sirven al bien común, sino al lado oscuro de sus intereses. A estas alturas a nadie se le debería escapar que los señores Gates y Soros solo sienten aprecio por los mariachis besamanos de sus prejuicios ideológicos contra la religión, la natalidad, y la familia; y cualquiera que ose cantarles las verdades del barquero (y no digamos ya las de la Fe católica) será objeto de oprobio de inmediato.
En su obra El brazo de Dios, el periodista y escritor católico Georges Huber contrapuso el cristianismo dialéctico a las interpretaciones enmarañadas de la Historia. Para el cristiano la Historia no se explica sin la actuación de la Divinidad, y Huber insiste en que es la teología la que explica la marcha del hombre y de la humanidad. Recordó para ello, entre otras muchas aportaciones, la primorosidad de las homilías de San Juan Crisóstomo en las que enseñaba que Dios ejecuta sus designios por medio de los que le combaten, de manera que se sirvió hasta de las persecuciones para extender la Fe. O las del filósofo Jean Guitton: ”Dios hace servir a sus fines los medios que los hombres maquinan contra Él”. Táctica que vuela muy por encima de nuestros razonamientos, dejando a las claras una de las máximas de Huber: la figura del hombre que cree estar fuera de la ley divina no prospera.
Pero la palangana mediática, incapaz de asimilar que lo natural en el hombre religioso es portar explicaciones religiosas a los hechos no religiosos, escarnece lo natural con la soberbia de los eruditos en nómina, que aspiran felizmente a ser los guripas de una distopía redentora. En realidad son títeres en un mundo que, parafraseando al novelista Raymond Chandler, “mucho antes de la bomba atómica ya había creado la maquinaria necesaria para su propia destrucción y aprendía a usarla con el placer infrahumano de un gángster que probaba su primera ametralladora”.
Ese placer inhumano pergeñado por tipos como Soros y Gates y aplaudido por los guripas a sueldo de la desinformación complaciente es el que denunciaba José Luis Mendoza. Lo que hizo el fundador de la Universidad Católica de Murcia, en idéntica línea que Georges Huber, fue colegir sin ningún tipo de complejos el lado providencial de la Teología. Un conocimiento ajeno a los medios besamanos del establishment coronavírico, que escarnecían el lado teológico de la vida regodeándose entre mascarillas redentoras.
Georges Huber decía que tras una filosofía sana aguardaba una teología bien estructurada, que es la que desenmascara a los hombres que tratan de reemplazar a Dios, pues, como notaba Huber, el conocimiento del sentido profundo de la Historia solo corresponde al cristiano.